Ping pong con el Zorrito Von Quintiero: “Ver de cerca las manos de Charly sobre un teclado era una experiencia religiosa»

Tocó con García, fue el cuarto Soda Stereo y el bajista de los Ratones Paranoicos. Su inconfundible carisma le dio un valor agregado en la historia del rock local.

A los 58 años, su nombre es sinónimo de rock y de hedonismo. Fabián Zorrito Von Quintiero fue ladero de Charly García durante años, formó parte de los Ratones Paranoicos y ofició de cuarto Soda Stereo. Su otra gran pasión es la gastronomía. Tuvo restaurantes, un programa de cocina en El Gourmet TV y siempre tiene una receta singular para agasajar a sus amigos.

-¿Hubo un momento exacto en que te diste cuenta que ibas a ser músico?

-Arranque de infante. Primero escuchando a los Beatles y después, rock nacional. En tercer grado tocaba la guitarra criolla y en la secundaria íbamos a ver a Serú Girán y a Riff. A los 16 me puse a estudiar piano con Diego Rapoport, que tocaba en Spinetta Jade. El rock argentino me dio identidad.

-¿Cuál era tu apodo de chico?

-El Tano, Cabezón o Fabi. Después, como me gustaba lookearme, Melingo me dijo Zorrito y quedó. Pero ya entrados los alocados ’80.

-¿Cuál fue el primer tema que tocaste con Charly?

-“Demoliendo hoteles”. Ver de cerca las manos de Charly sobre un teclado siempre era una experiencia religiosa. Como un mago enseñándote un truco. Estábamos tirados en el piso en su casa de Coronel Díaz y Santa Fe.

-¿Recordás cuándo fue?

-Fue un domingo de Pascuas, el mismo día del levantamiento carapintada y al mediodía sonó el teléfono. Era (Fernando) Samalea que me daba la noticia: «A las cinco tenés que estar en la casa de Charly”. A la semana fuimos a tocar en Barracas porque se habían armado escenarios en defensa de la democracia y a la semana me propuso viajar a Nueva York. Imaginate todo lo que vino después es gracias a él.

-Una ciudad emblemática para Charly.

-Sin dudas. La primera vez no fuimos al Washington Hotel donde siempre iba él, tuvimos que dormir en un estudio en el Soho. Una locura. Imginate. Yo era un pibe de Villa Urquiza laburador, que de golpe le pasaba eso. Fuimos de aventura musical. Los gringos se daban cuenta de la capacidad musical de Charly a pesar de que nadie lo conocía.

–¿Cuándo iniciaste el camino del rock?

–Estaba terminando el sexto, tenía 18 años. Iba a estudiar Arquitectura, pero entonces surgió la posibilidad a través de un amigo en común que conocía al batero de Suéter que vivía en Urquiza como yo. Él nos presenta y me lleva al grupo. Durante mucho tiempo ensayamos en un garage grande de mi casa en la calle Acha. Arranqué como tecladista.  Tuve buena onda con Andrés Calamaro en esa época. Lo conocí en la presentación de Clics modernos. Después ya vino Soda Stereo, con quienes viví una experiencia muy fuerte de giras y discos.

-¿Con Charly los excesos eran constantes?

-Eran parte. Pero la magia pasaba por otro lado. No es chiste el tema. A largo plazo hay que cuidarse, todo exceso es malo. Un trago es reconfortante. Si te clavás 45, ya estás en un quilombo. Pero bueno, el azúcar y la harina también hacen muy mal… Hoy el ambiente está más consciente. Se aprendió que no sirve estar roto. Hay que cuidarse, comer bien, hacer gimnasia, disfrutar de lo saludable.

-¿Cuál era tu juego favorito de niño?

-El fútbol. Siempre fui bostero. Mi primer ídolo fue Marcelo Trobbiani, un jugadorazo. Pero cuando empecé con la música no jugué más. Ahora hace algunos años retomé. Martes y viernes a las 11 de la mañana.

-¿Jugaste con Diego alguna vez?

-Una vez sola. En contra suyo. En una quinta. Yo estaba muy mal físicamente y no corrí. Lo miraba de cerca. Flasheado. Al terminar el partido Diego puso los puntajes. Me dejo para el final. Me miró y me dijo: “¡Zorrito, Zorrito… No dejes nunca la música, chabón!”. Y le tuve que hacer caso (risas).

-¿La gastronomía también es tu pasión?

-Siempre me gustó. Lo ayudaba mi viejo en su restaurante. Como cocinero, lavaplatos o en la caja. Menos mozo fui todo. Después de diez años de tocar, me lancé a tener mi lugar, con ideas que traje de Nueva York. No era solo comer bien, había buena barra, pantallas, música, zapadas… Quería algo más entretenido. Me fue bien, pero la Argentina tiene un problema con las pyme. Es complicado sobrellevar los vaivenes. Me gusta cocinar, pero me agotó la dedicación que exige el negocio. -¿En tu casa cocinás?

-Sí, para mis amigos. Es como meditar, mi yoga. Me pongo música de fondo, un vino o un trago, cocino despacio, relajado. El premio es sentir el gusto y los aromas, y compartir. -¿Cómo te llevás con el futuro?

-La actualidad está brava, pero todo tiempo futuro será mejor. Me da bronca ser mortal porque me pierdo el futuro. Ojalá el fin del mundo llegue cuando tenga 85, así no me pierdo nada (risas).  «

Ping pong con el Zorrito Von Quintiero

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