Fentanilo, la historia del nuevo opio de los pueblos en este valle de lágrimas

Por: Nicolás G. Recoaro

El episodio en La Plata con al menos 9 muertos, volvió a poner en el centro de la escena a esta droga 50 veces más potente que la morfina, cuyo mal uso en el ámbito sanitario puede generar letalidad. Historia del fentanilo y su expansión, que causa estragos en EE UU y que ya está presenta en nuestras tierras sureñas.

Un fantasma recorre las calles de Estados Unidos, Canadá y casi toda Europa hace varios años, el fantasma del fentanilo. La droga zombi es una plaga en el hemisferio norte, y se encienden alarmas por su uso ilegal en estas tierras del sur.

La droga en formato legal fue noticia en las portadas de los medios argentinos en los últimos días. Los hospitales de todo el país se encuentran en alerta por el fentanilo distribuido por el laboratorio HLB Pharma y su planta en Ramallo, que ya fueron clausurados por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (ANMAT) debido a irregularidades en los medicamentos en lo que terminó con un saldo de, al menos por ahora, 9 muertos y decena de heridosSe trata del peor brote de infección asociada a medicamentos de la historia reciente de nuestro país.

Más allá de que el centro de este episodio es el sector sanitario, la expansión de la droga en la sociedad, la falta de control oficial (en un contexto donde se promueve la desregulación y la ausencia del Estado) y la cercanía del Laboratorio implicado con la ruta a Rosario dejan aristas sin completar en una donde la palabra clave empieza a repetirse con una mayor (y peligrosa) frecuencia: el fentanilo.

Foto: AFP

Aprendiendo de las drogas

El fentanilo es un opioide sintético 50 veces más potente que la morfina y su hermana heroína. Dos miligramos, o el equivalente a cinco a siete granos de sal, se considera una dosis letal.

Según los fríos guarismos oficiales del Centro Nacional de Estadísticas de Salud norteamericano, las sobredosis de drogas mataron a unos 87 mil estadounidenses el último año, más vidas perdidas que las guerras de Vietnam, Afganistán e Irak juntas. Aunque el número de muertos ha disminuido significativamente desde un pico de casi 114 mil el año anterior. El fentanilo se cargó casi el 75% de las muertes por sobredosis arriba del río Bravo. Ominoso es su apodo: “inyección letal”.

Los reels del infierno de la abstinencia se consumen sin pudor en las redes sociales y los medios amarillentos. Postales aciagas del presente que parecen salidas de un cuadro gótico de Breguel el Viejo. Hombres y mujeres arrastrándose por las calles de los suburbios de los suburbios de las potencias occidentales. Desesperados, buscan el pipazo o el pinchazo salvador en Portland, San Francisco, Berlín, Toronto….

Drama sanitario, disputa comercial, estigmatización de minorías y guerra perdida contra los narcóticos son los satélites que giran en torno al fentanilo. Modelo puro y sin corte del capitalismo salvaje circa siglo XXI.

Oferta y demanda

Económica es la historia adictiva del fentanilo. Había una vez a mediados de los años noventa una jauría de empresas farmacéuticas sin escrúpulos que con una agresiva campaña de mercadeo médico saturaron consultorios y botiquines de Estados Unidos con una pastilla “milagrosa” llamada Oxycontin.

Sus andanzas y desandanzas son narradas en la serie Painkiller (2033). Prometían liquidar dolores en un suspiro, “bajísimo” riesgo de adicción y pacientes aliviados… puro marketing. Clink caja. Cuando cayó la oferta de este derivado del opio, cientos de miles de adictos salieron a las calles yanquis a buscar sustitutos más accesibles, como la heroína. Hacia mediados de la primera década de los 2000, golpeó la ola inicial de la epidemia de opiáceos en el norte. En esos años, entró en escena el fentanilo, una droga que pocos conocían por fuera de los quirófanos.

El segundo embate fue en 2014, cuando los dealers empezaron a cortar la droga con cocaína y metanfetamina. Por esos años entraron en escena los cárteles mexicanos con laboratorios a pasitos de la frontera estadounidense. Los consumidores no tenían ni idea qué estaban tomando o picándose. Cuentan que los mercaderes multiplicaron sus ganancias. También la cantidad de adictos. Si tenías la suerte de zafar de una sobredosis, quedabas enganchado para toda la vida.

En dos décadas, el fentanilo apagó la existencia de decenas de miles anónimos y de unas cuantas estrellas distantes como Prince, Tom Petty, Mac Miller. En una deriva por California en 2019 pude ver postales dantescas en Skid Row, arrabal de la desangelada Los Ángeles. Desde la miserable pandemia ya no se habla más de olas aisladas. Es un tsunami.

De amapolas y heroínas

“El fentanilo es un opioide, un fármaco derivado de la morfina. Estos pueden ser naturales, semisintéticos o sintéticos, siempre teniendo en cuenta el origen. El fentanilo es sintético. Su origen es belga, lo sintetizó el laboratorio Janssen en 1960. La FDA, el órgano que controla los medicamentos en Estados Unidos, autorizó su uso en 1968. Se buscaba un opioide que tuviera el rol analgésico de la morfina, pero con menor efecto adictivo”, me explicó el año pasado Miguel Miceli, experimentado anestesista y jefe de la cátedra de Farmacología de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Detalló el galeno: “vienen de la amapola, una planta que es oriunda del Asia Menor, la misma zona de donde es la marihuana. Los babilónicos y los asirios las utilizaban, hay referencias del 3000 antes de Cristo. Luego llegó a Egipto y después se introduce en Europa. A finales del siglo XIX se pudo identificar el principio activo de la amapola: la morfina y la codeína. Se usaban como analgésicos. Calmaban el dolor y controlaban la diarrea. Ayudaban en intervenciones quirúrgicas, donde se usaban esponjas soporíferas con opio, beleño y mandrágora. Provocan una especie de sueño. En una guerra, si el paciente iba a una amputación, quedaba medio borracho, como dormido. El riesgo que tiene la morfina es la adicción, por eso se trabajó en laboratorio para disminuirla o sacarla”.

El tiro salió por la culata cuando aparece la semisintética heroína. Bayer la empezó a comercializar en 1895 bajo el slogan “sustituto no adictivo de la morfina”. Para los locos años ’20, el “caballo” superó sin transpirar la tasa de dependencia que tenía la morfina. Con altas y bajas, la epidemia de “Brown Sugar” sigue hasta nuestros días.

Foto: Eliana Obregón / Télam

Miceli agregó capítulos a la historia: “Más tarde se intentó identificar la molécula de morfina y sintetizar el químico, ahí empiezan a aparecer los opioides sintéticos, hay aproximadamente 50. El fentanilo es uno de ellos y no tiene origen natural. Es muy buen analgésico, con poder adictivo alto como la morfina, pero tiene ciertas características que para los médicos son fundamental. El comienzo del efecto es mucho más rápido, la intensidad es mucho mayor, pero la duración es menor. Es muy potente. Para hacerte una idea, 10 miligramos de morfina equivalen a 50 microgramos de fentanilo.”

Sobre el consumo recreativo de la sustancia, con un imaginario cercano al opio, reflexionó el anestesista: «Esa sensación de orgasmo, que es abdominal y genital. ¿Viste la película Trainspotting? Se juntaban, pero no estaban conectados, cada uno dormido en su mundo. Después de esa sensación de orgasmo viene una relajación, eso se busca en el consumo. Pero cuanto más consumís, más necesitás. Eso te puede llevar a la muerte».

El rol del Estado

En Argentina no se produce fentanilo. Los laboratorios de China son los principales fabricantes. Agregó Miceli: “El fentanilo llega de afuera. Lo importan ciertos laboratorios y ellos después hacen parches o las cápsulas que usamos. Las agencias regulatorias ponen las disposiciones para adquirirlos. No puede comprar cualquiera. Hay que estar registrado, tener recetarios triples oficializados por la Anmat, que son los que uso con mis pacientes cuando hago medicina del dolor. Si hay consumo recreativo es por medios non sanctos. Tráfico ilegal, entra al país no sé por qué medios, o quizás hay derivados del sector médico. Hay preocupación en nuestro ámbito”.

Con el Estado argentino en retroceso y los organismos de control serruchados por la motosierra de Milei (al mismo tiempo que se promueven blanqueos de dólares sin necesidad de justificarlos, terreno ideal para el narcotráfico), el fentanilo promete malas noticias para el futuro.  

El tema viene escalando en los últimos años. Para muestra basta un botón del pasado: el 2 de febrero de 2022, 24 personas murieron y 80 terminaron internadas por consumir cocaína cortada con carfentanilo, opioide 30 veces más potente que la droga zombi, en los angostos pasillos de Puerta 8, postergada barriada del partido de 3 de Febrero. “Guerra de dealers” y “Mejicaneada”, titularon los medios. Fue noticia efímera.

Un mes después me acerqué al barrio. El Estado marcaba presencia con un destartalado patrullero y un monumento de Evita. Los vecinos me contaron del temor al abandono y el olvido. Venenos sempiternos que escupen las autoridades. Cuando estás desesperado, olvidado, sin nada que perder, crecen los consumos problemáticos. Las barriadas dan fe.

El escenario global es preocupante en materia de consumo de opioides y los altísimos números de sobredosis de fentanilo en el hemisferio norte. El nuevo opio de los pueblos en este valle de lágrimas.

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