Gómez Cora: “Esta medalla fue nuestro granito de arena en un momento difícil”

Por: Nicolás Zuberman

Luego de una vida dedicada al seven, le llegó el premio como head coach con el podio de Los Pumas 7 en los Juegos Olímpicos. A punto de retomar los entrenamientos habla del “vacío después del sueño”, de la automatización como método y dice que no quiere que haya una “grieta según el deporte, si rugby sí o rugby no”.

El rugby 7 apareció por casualidad en la vida de Santiago Gómez Cora. En 1999, con 21 años y apenas 62 kilos, era parte del plantel de primera de Lomas Athletic, un club con más tradición que presente. Por los 100 años del primer título de Lomas, se organizó un amistoso contra Los Pumas que luego viajarían al Mundial de Gales 99. “Para mí el rugby era el lugar en el que me encontraba con mis amigos. No me gustaba mucho. Pero ese día, en mi casa, en Longchamps y contra Los Pumas, hice el mejor try de mi vida”, recuerda. Limpió a tres rivales, usó el pie para tirar la pelota al fondo, le ganó en velocidad a Diego Albanese y apoyó de palomita. Cuando terminó el partido, un dirigente de la Unión Argentina de Rugby le preguntó si “jugaba en Los Pumas 7”. Gómez Cora no sabía de qué le hablaban, pero al lunes siguiente se sumó a entrenar con Los Pumas 7. El resto de la historia es más conocida: se hizo leyenda como jugador de seven, al punto de llevar durante largos años el récord de tries en la disciplina y de ser elegido entre los mejores siete jugadores de la historia. El premio mayor llegó afuera de la cancha. Fue el armador de un sueño que tuvo su coronación en la madrugada del 28 de julio, en Tokio, cuando Argentina se subió al tercer escalón del podio, detrás de Fiji y Nueva Zelandia. “Fue un sueño. Sin duda. Era una meta, un objetivo. Y trabajé muy duro para lograrlo. Ahora no te diría que me quedó tristeza, porque no es la palabra, pero sí una melancolía, porque ya está. Ya lo logré”, dice Gómez Cora, a los 43 años, que este lunes retomará los entrenamientos con el seleccionado de rugby argentino.

-¿Cómo se vuelve a la rutina?

-Es difícil. Está el entusiasmo, y el sabor de que el camino recorrido sirve. Eso es bueno. Pero estamos vacíos. Ahora la idea es quitarnos el equipaje de encima. No nos había tocado el éxito todavía. Siempre pensé que es más fácil arrancar cuando es así, pero vamos a ver cómo nos va ahora. Este lunes, 8:30, en Casa Pumas, arrancamos. El tiempo dirá. En cuanto llamás la atención te van a analizar más, así que ahora habrá que reinventarse.

-¿Habrá un espacio para el festejo en ese reencuentro?

-A algunos chicos me los crucé y es particular volvernos a ver después de un mes, con la experiencia fuerte que vivimos. Tenemos uno o dos eventos de parte de la UAR, porque nosotros llegamos y tuvimos el aislamiento y después las vacaciones. Está bueno recibir esos mimos, pero sabemos que ya pasó y que ahora la vara está alta, que hay que reinventarse para ir por más. Vamos a poner el foco en el Mundial, en Ciudad del Cabo 2022. Pero en estas semanas habrá momentos para disfrutar lo que pasó.

-¿Por qué te resulta más entretenido el seven que el rugby tradicional?

-Tiene más dinámica. El que no dice que es lindo gritar goles o puntos, está mintiendo. Porque podemos festejar un buen pase o una jugada, pero siempre la conquista o lo que sume puntos en el marcador es lo que más se celebra. El seven tiene eso. En el rugby 15 hay una estrategia, pero es difícil que salga todo tan prolijo como lo planificás en la semana. El seven es más show, creció porque a los del rugby les gusta pero también alguien que no es del deporte se engancha fácil. En la Villa Olímpica estaban todos locos, los entretenía mucho.

-Más allá de la alegría de la medalla, se percibía un reconocimiento especial hacia vos por lo que le dedicaste al seven. En este tiempo, ¿pudiste tener esa satisfacción personal, íntima?

-Me cae la ficha cuando escucho a amigos o familia. Dependo mucho de ellos porque soy el sostén de mi equipo, pero no tengo con quien sostenerme en esa estructura. Entonces me apoyo en ellos por fuera. Y este mes estuve mucho con ellos. Sus palabras me emocionaron mucho, me hicieron ver todos estos años de locuras y de esfuerzos en este sueño. Ellos me dicen que yo les compartía mi trabajo, mi ilusión, que los hacía parte y que me vieron dejar muchas cosas de lado para esta obsesión de la medalla.

-“Muchas veces me dicen que estoy loco”, dijiste. ¿Por qué?

-Yo no las considero locuras. Son formas de trabajar, maneras de ser. Si lo pongo en otros tal vez son esas obsesiones que no son buenas, porque te saca análisis de las situaciones. Pero soy de tener algo en el foco y perseguirlo. La diferencia está en los detalles. A mí me gusta sentarme en el mismo lugar en la mesa y que todos también ocupen el mismo lugar. Igual en el transporte, en el vestuario, o dónde sea. Si automatizás ciertas acciones, no hay que pensarlas, está armado, y te queda espacio en la cabeza para pensar qué quiero decir o adónde quiero llegar. Suena raro, lo sé. Pero son maneras de trabajar.

-¿La medalla puede ayudar a acercar otra vez al rugby a gente que se alejó luego del crimen de Báez Sosa o del no homenaje a Maradona?

-Nosotros estamos convencidos de que el rugby es un deporte muy sano para acercar a los chicos, por el trabajo en equipo, el liderazgo, el compromiso y los valores. Errores, hay. Y la violencia es transversal a la sociedad, no solo está en nuestro deporte. Está bueno seguir demostrando con hechos que trabajamos para mejorar esas acciones que no fueron buenas. Hay que corregir las cosas que se hacen mal. Esta medalla la obtuvieron los clubes para toda la sociedad, no quiero que haya una grieta según qué deporte, si rugby sí o rugby no. Esta medalla es de todos, fue nuestro granito de arena porque regalamos alegría en un momento difícil.

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