El reciente disco "Nueva York, 1974" revive una histórica presentación en el teatro Town Hall de Manhattan. Su voz conmovedora, un repertorio a medida y el homenaje a Víctor Jara.

El testimonio de esa memorable jornada de febrero en el prestigioso Tower Hall de Manhattan, uno de los coliseos con mejor acústica de la ciudad, finalmente ve la luz medio siglo después, gracias a unas cintas que conservaba un particular y cayeron en manos de Sony Music.
Bajo licencia de Araceli y Agustín Matus y el apoyo de la Fundación Mercedes Sosa en noviembre pasado se lanzó en CD, álbum doble en vinilo y plataformas digitales con 24 temas. También se rescató material fílmico en blanco y negro de este debut absoluto de Mercedes Sosa en tierra neoyorquina, con el cual se confeccionó un documental.
Allí puede verse y escucharse a una artista en un punto alto de su trayectoria, recién llegada de una gira por Europa, aun con la frescura de su juventud pero, a la vez, con el aplomo y la potencia vocal que ya le habían dado varios años de recorrido por los escenarios: a solas con su bombo y la excelsa guitarra del mendocino Santiago “Pepete” Bértiz, su compañero de escenarios hasta su prematura muerte en 1978.
El concierto había sido organizado por Pedro Pujó, uno de los responsables del sello Mandioca, que desde 1969 era dueño de la librería Latin American Books, un reducto bohemio de los latinos en “La Gran Manzana”; y el fotógrafo Pedro Pardo. Sosa ya era una figura importante a nivel global, pero el clima político no la acompañaba.
La artista, que ya era seguida de cerca por los servicios de inteligencia argentinos, pisaba una tierra gobernada por un hombre que había apoyado el golpe de Estado del genocida chileno Augusto Pinochet, cuyo régimen de terror se había cobrado en esos días la vida de Víctor Jara. Para colmo, en las jornadas previas aparecieron en las afueras del teatro pintadas que decían “fuera bolches”.
Así y todo, ante un auditorio repleto y exultante, la inigualable Mercedes desplegó su arte de puño apretado y ternura campechana: llevó la voz de los oprimidos de la América postergada y, con un poder de síntesis admirable, fue más universal que nunca al pintar con sabiduría su aldea.
Como haciendo realidad el título de su disco Traigo un pueblo en mi voz, recorrió chacareras, zambas, cuecas y valses peruanos, surgidos de autores como Atahualpa Yupanqui, Ariel Ramírez, Violeta Parra, César Isella, Daniel Toro, Horacio Guaraní y, por supuesto, Víctor Jara, entre tantos.
“Hace poco tiempo, un cantor ha sido callado de la peor manera, por la peor gente, la que odia directamente a los artistas. Hace muy poco tiempo fue muerto en Chile Víctor Jara. Él era el cantor que yo cantaba recién”, lanza al finalizar su versión de “Si se calla el cantor” y antes de emprender “Te recuerdo Amanda”.
Avanzado el concierto, antes de “Plegaria a un labrador”, vuelve a recordarlo: “Este es el momento del homenaje al cantor, al cantor muerto. Este es el momento y, además, siempre cantaré estas canciones porque es la única manera de rendirle este pequeño homenaje a mi hermano que se llamaba Víctor Jara”.
También habrá espacio para las acuarelas de tierra adentro con títulos como “La pobrecita”, “El Manco Arana” o “El alazán”; clásicos como “Al jardín de la república”, “Duerme negrito”, “Gracias a la vida” y “Juana Azurduy”; y reafirmación política con una encendida “Cuando tenga la tierra” y una estremecedora “Canción con todos”.
La picardía criolla de Mercedes aflora cuando detalla para quienes no conocen la zona las características del boliche “Balderrama”, cuando invita a conocer Perú a través de “Acércate Cholito” o cuando antes del tango “La última curda” reconoce que le va a costar abordar una tonada tan porteña por su pronunciación provinciana de la letra “erre”.
En cada uno de estos cortes, la voz de La Negra aflora de manera genuina y visceral para perforar el alma de cada oyente, ya sea por la crudeza de sus testimonios o por la ternura condensada por el terruño y la gente de la patria grande.
A su lado, brilla sin grandes estridencias Pepete Bértiz, un intérprete con una increíble ductilidad a la hora de atacar las cuerdas, una economía sonora que trasunta buen gusto y admirable capacidad para armonizar voces con la gran voz de Sosa.
Mercedes Sosa, Nueva York, 1974 permite un acercamiento minucioso a una artista en un momento justo de maduración: aún con cierta frescura conservada de su más tierna juventud pero ya con el peso propio de saber en qué momento alzar la voz. A mitad de camino entre la nobel cantante que hacía su debut en 1965 en Cosquín y el símbolo de compromiso y lucha que iba a encarnar en los 70 y que le iban a significar años de exilio y amargura. «
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