A 200 años de la guerra contra Brasil

Por: Alberto López Girondo

El 10 de diciembre de 1825, Pedro II declara la guerra a las Provincias Unidas y el 22 de diciembre ordenó el bloqueo del puerto de Buenos Aires.

El 7 de septiembre de 1822, Pedro I de Braganza, desde las orillas del río Ypiranga, en San Pablo, anuncia la creación (independencia) del Imperio de Brasil. Hasta ese momento, el inmenso territorio formaba parte del Imperio de Portugal, y el emperador era Juan de Braganza, su padre, que había huido de las tropas napoleónicas a Río de Janeiro y debió volver a las apuradas para no ser destronado en Lisboa.

En enero de ese año, el ministro de Asuntos Extranjeros del Imperio, José Bonifacio, había pergeñado la idea de construir una Federación de Brasil y las Provincias Unidas, que no prosperó ni en Rio ni en Buenos Aires. Tropas brasileñas ocupaban desde 1817 la Provincia Cisplatina, como llamaban a la Banda Oriental, y estallaron hostilidades entre los militares que pretendían seguir al mando de Juan y los que se integraron al Imperio de Pedro. Los orientales miraban a Buenos Aires, pero Bernardino Rivadavia mandó a decir al Cabildo de Montevideo que “no podía comprometer su dignidad ni el orden público iniciando una contienda con un poder vecino”. El encargado de negocios de los Estados Unidos, John Murray Forbes, le orejeó las cartas y escribió al secretario de Estado, John Quincy Adams, que “por el tono de desafío de este Gobierno se diría que estamos ante hostilidades inminentes, pero la verdad es que ese tono se adoptó simplemente para gozar de alguna popularidad (…) La gran carnada (…) es una guerra con Portugal, para reconquistar la Banda Oriental”. Ese Quincy Adams fue el que dos años antes había diseñado la llamada Doctrina Monroe, por el presidente que la proclamó.

En 1824 se había decidido la suerte de América en la batalla de Ayacucho, y desde Buenos Aires Manuel Dorrego apostaba a que las tropas multinacionales de Bolívar continuaran su cruzada libertadora hasta Río de Janeiro. Tampoco prosperó.

Así llegamos a ese dramático 1825. El 23 de enero los diputados aprobaron de manera unánime que el manejo de las relaciones exteriores de las Provincias Unidas estuviera en manos del gobierno de Buenos Aires. El 28 de enero era asesinado en Lima Bernardo de Monteagudo. Bolívar calculó que iban a por él y acusó a esbirros de la Santa Alianza, esa entente de monárquicos reaccionarios vueltos al poder a la caída de Napoleón. El caraqueño intenta hacer un Congreso Panamericano para organizar y unificar las colonias democráticamente. Lo acusan de tirano. El 28 de marzo, la Junta de Gobierno del Mato Grosso acepta el pedido de anexión al Imperio de Chiquitos, en el Alto Perú y los adelantados brasileños ocupan Moxos, la otra provincia jesuítica.

Para entonces, el mariscal Antonio José de Sucre convoca a una asamblea en Chuquisaca para decidir qué se hará con esos territorios tan alejados de la capital virreinal. Bolívar le pide informar a los porteños, que el 9 de mayo responden que hagan lo que les parezca. El 6 de agosto se decreta la independencia de la nueva República, Bolivia, en honor al Libertador.

En el puerto de Santa María de los Buenos Aires, en tanto, un grupo de nacionales de ambas orillas, conocido con el masónico apelativo de “Los 33 Orientales”, harto de promesas y esquives oficiales, había decidido encarar por las suyas la expulsión de los brasileños de la otra orilla. Estaba a la cabeza Juan Antonio Lavalleja de la Torre. Cruzaron desde San Isidro y Quilmes y el 25 de agosto, el Congreso instaurado en San Fernando de La Florida declara la independencia oriental de toda dominación brasileña y pide la reincorporación a las Provincias Unidas. El 29 de agosto Portugal reconoce la independencia del Imperio de Brasil, una deuda pendiente entre padre e hijo.

El 10 de diciembre de 1825, Pedro Il declara la guerra a las Provincias Unidas y el 22 de diciembre ordenó el bloqueo del puerto de Buenos Aires. El 1 de enero de 1826 el gobierno de la incipiente nación declara la guerra al Imperio de Brasil y otorga patente de corso para combatir las naves que comerciaban desde todas las costas de ese país. Fue el inicio de una sangrienta contienda que terminaría tres años después con el triunfo en los campos de batallas de las tropas rioplatenses, la derrota en la mesa de negociaciones encaradas por Manuel José García y la independencia de la República Oriental del Uruguay.

El resto es otra historia que continúa hasta estos días, con acercamientos virtuosos y divergencias calamitosas -como la actual- entre las dos naciones más grandes de la América del Sur.

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