Hermann Melville, oficinista y aventurero

Por: Mónica López Ocón

Se cumplen hoy, 1° de agosto de 2019, 200 años del nacimiento del autor de Moby Dick y Bartleby, el escribiente, dos obras fundamentales de la literatura universal.

“Pueden llamarme Ismael”. Así comienza Moby Dick, la novela inmortal de Hermann Melville, de cuyo nacimiento se cumplen hoy, 1° de agosto de 2019, 200 años. Sin duda, junto a “Yo tenía una casa en África” (Memorias de África, Isak Dinesen) y “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento…” (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez) se trata de uno de los comienzos memorables que ha dado la literatura y que casi todo el mundo conoce incluso si no ha leído las obras a que pertenecen.

Nacido en Nueva York, el autor fue el tercero de los ocho hijos del matrimonio integrado por Allan Melvill (así, sin la e final) y María Gansevoort. La muerte del padre cuando él tenía 14 años determinó la quiebra de la empresa familiar, lo obligó a trabajar tempranamente y lo llevó a viajar a lugares lejanos.

La familia se mudó a Albany, donde Hermann hizo su debut en la vida laboral trabajando en un banco. Más tarde, ejerció como maestro.

A los 18 años, sediento de aventuras, decidió embarcarse y lo hizo en una nave que cumplía la travesía Nueva York-Liverpool. Tiempo después de su regreso volvió a embarcarse, esta vez en un ballenero. Al arribar a las Islas Marquesas desertó con un amigo y vivió aventuras que posiblemente no había imaginado. Según consta en su biografía, vivió entre caníbales de la tribu de los typee que lo “vendieron” a otro ballenero. Al llegar a Tahití, acusado de amotinamiento, fue a parar a la cárcel y, una vez liberado, decidió embarcarse y lo hizo en otro ballenero. Más tarde, sería soldado raso en un barco de la armada de su país de origen, del que estuvo lejos cerca de cuatro años. “Hay escritores-dijo Jorge Luis Borges- cuya obra no se parece a lo que sabemos de su destino; tal no es el caso de Hermann Melville, que padeció rigores y soledades que serían la arcilla de los símbolos de sus alegorías.”

Una vez en tierra firme, se vio sin trabajo y decidió contar las aventuras que había vivido en el mar. Comenzó así, impulsada por el ansia de ganarse la vida, su carrera de escritor. Escribió un libro en que mezcló testimonio y ficción, Typee, con el que obtuvo un cierto éxito. Esto lo decidió a escribir un segundo libro, Omoo y luego, un tercero, Mardi.

En 1849 comenzó a escribir Moby Dick. Luego de dos años de trabajo intenso la terminó sin sospechar que se convertiría en un clásico universal, aunque en su momento no tuvo éxito.

Si, como dijo alguna vez Ricardo Piglia, la novela es el basurero de los discursos, Moby Dick constituye un ejemplo paradigmático de esta afirmación. Es un libro de aventuras, un manual sobre ballenas, un texto reflexivo y también poético, por lo que es probable que en su época haya resultado un tanto desconcertante. A tanto tiempo de haber sido escrito, su lectura sigue asombrando. Quien haya pasado una temporada de navegación por sus páginas podrá dar fe de que es un texto sorprendente. Basta con citar el capítulo poético-filosófico referido al color blanco por cuya extraña belleza está destinado a quedar para siempre en la memoria. Su mejor traducción al castellano es, sin duda, la que hizo Enrique Pezzoni.

Junto con Bartleby, el escribiente, aquel hombre un tanto misterioso que repetía “preferiría no hacerlo”, Moby Dick integra el dúo de obras maestras que constituyen el gran legado del autor.

Borges se refirió a ambas obras en un prólogo a Bartleby, texto que no solo prologó sino que también tradujo al español: “Las ´diferencias´, desde luego, son evidentes. Ahab, el héroe de la vasta fantasmagoría a la que Melville debe su fama, es un capitán del Nantucket, mutilado por la ballena blanca que ha determinado vengarse; el escenario son todos los mares del mundo. Bartleby es un escribiente de Wall Street, que sirve en el despacho de un abogado y que se niega, con una suerte de humilde terquedad, a ejecutar trabajo alguno. El estilo de Moby Dick abunda en espléndidos ecos de Carlyle y de Shakespeare; el de Bartleby no es menos gris que el protagonista. Sin embargo, sólo median dos años —1851 y 1853— entre la novela y el cuento. Diríase que el escritor, abrumado por los desaforados espacios de la primera, deliberadamente buscó las cuatro paredes de una reducida oficina, perdida en la maraña de la ciudad. Las ´simpatías´ acaso más secretas, están en la locura de ambos protagonistas y en la increíble circunstancia de que contagian esa locura a cuantos los rodean.” Melville vivió ambas experiencias para ganarse la vida: el encierro oficinesco y el vértigo de la inmensidad del mar. No buscaba inspiración literaria en ninguno de los dos casos, pero ambos despertaron el talento de escritor que quizá nunca intuyó que tenía.

Sus dos obras fundamentales siguen siendo tierra fértil para el hallazgo literario de otros escritores. Enrique Vila-Matas, para citar solo un ejemplo, escribió Bartleby y compañía, quizá el libro con que el escritor catalán se instaló definitivamente en las tierras del Río de la Plata. Por su parte, Ray Bradbury escribió junto a John Huston el guión de Moby Dick para llevar la novela al cine.

Al igual que sucede con Don Quijote y Sancho Panza, el escribiente Bartleby y os personajes de Moby Dick han superado su destino literario. Melville logró que caminen entre nosotros como si fueran mortales, aunque su presencia entre los hombres de carne y hueso se repita de generación en generación como si su destino fuera la eternidad.   

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