El hermano del nieto restituido 138: «Estoy con los brazos abiertos, esperándolo»

Por: Gustavo Sarmiento

Diego Villamayor habló con Tiempo desde Totana, Murcia, donde reside, sobre la aparición de su hermano tras 48 años: "Esto me completa, estoy extremadamente feliz". La historia de su madre Marta y su padre Juan Carlos, desaparecidos; sus recuerdos, y cómo la policía lo "devuelve" a su familia con 4 años en la dictadura.

Callvú Leovú. Así llamaban los pueblos indígenas pampas al arroyo que cruza la ciudad de Azul. Significa “curso de agua azul”, en referencia a las flores de ese color (borraja morada) que crecían en las riberas. Para Diego Villamayor ese arroyo fue su vida. Aún lo es. “Soy de la costanera, me crié ahí, frente al puente de la calle San Martín. Las calles de las flores. El arroyo. Soy un enamorado de aquello. Volví el año pasado a la ciudad (Azul) después de muchísimo tiempo y casi no salí de casa. Echo de menos las raíces, mi barrio”, relata a Tiempo desde Totana, Murcia, donde recayó después de que decidió irse a España en 2002 (un periplo que incluyó Islas Canarias, Madrid, Ibiza). Buscar su lugar, la identidad propia, como un curso de agua.

Es sábado al mediodía en el sureste invernal de España. Diego está feliz. El viernes se conoció por conferencia de prensa de las Abuelas de Plaza de Mayo que dieron con el nieto restituido 138. Su hermano.

La costanera frente a la que se crió Diego.

Marta, Diego y su hermano

El anuncio se realizó este viernes en la ex ESMA. En ese predio de la Escuela de Mecánica de la Armada, un compañero de militancia escuchó a Marta Enriqueta Pourtalé, tras su detención y traslado a ese campo de concentración ubicado a metros de la cancha de River. Nunca más se supo de ella.

Fue secuestrada el 10 de diciembre de 1976 junto a su pareja Juan Carlos Villamayor, porteño, 8 años menor que “La Negra”. Permanecen desaparecidos. Militaban en Montoneros.  

Marta, azuleña, de 30 años, estaba embazarada de 8 meses y medio. Pretendía llamarlo Manuel si era varón o Soledad si era mujer. Diego, su otro hijo, tenía casi 4 años. También lo secuestraron.

Hoy Diego piensa que lo salvó su edad: “Tuve la suerte de haber sabido siempre mi origen y que me entregaran a mi familia porque tenía 4 años. Si tenía año y medio, andá a saber dónde termino”.

O tal vez fue la cadena que portaba en su cuello: “Yo llevaba en mi cuello siempre una cadena con chapita con mi nombre y el teléfono de mi casa azuleña en San Martín y Costanera. Mi mamá había trabajado unos años atrás en el Fuero Laboral en la Caja de Ingenieros, movió contactos y nos habían puesto un teléfono, era un lujo para esa época, los únicos del barrio con teléfono, fue otro de sus legados”. Hasta hoy recuerda el número de contacto, sin el 2 y el 4 que se agregarían con los años: 5150.

Por teléfono fue como se comunicó la comisaría de Villa Ballester con Azul en diciembre de 1976 para informarle a su familia materna que lo fueran a buscar. De su madre y su padre no volvería a tener respuestas.

Los recuerdos y la verdad

Diego dice que “alguna cosita” se acuerda de sus primeros años, junto a su madre. Juan Carlos le dio el apellido, de su padre biológico (también compañero de militancia) no se supo nada. “A veces pienso que no sé si me acuerdo de cosas o me las inventé en mi cabeza”, comienza a relatar.

Y continúa: “recuerdo alguna tontería, ir caminando por la calle con la bolsa de la compra y chicos jugando a la pelota en algún barrio de Buenos Aires. Una mañana (ellos se iban muy temprano, Juan Carlos y Marta), mamá no se encontraba bien, me acosté en su cama con ella, estaba muy dulce, deduzco que eran los primeros síntomas del embarazo, probablemente fuera el anuncio que venía en camino otro nene”.

Diego nació en Capital. Sus padres ya vivían allá. Ella llegó a trabajar en Entel. Le viene otra visión. Las imágenes caen como cascadas. La primera vez que usaron su chapita de identidad, un presagio: “Recuerdo ser muy pequeñito, estar en un jardín de Buenos Aires, me perdí o me escapé, la maestra no me pudo encontrar. Me perdí hasta que alguien me encontró en la calle, vieron mi chapita, contactaron con mi famiia, y me devolvieron en el trabajo de mamá, en Entel. Recuerdo la situación de vorágine cotidiana, cambiábamos mucho de casa. Recién me asenté cuando llegué a Azul”.

Ya en 1976 el tiempo se volvió espeso. Él fue con sus abuelos y su tío Pedro, frente a la costanera en su ciudad del centro bonaerense: “Recuerdo haberla visto (a Marta) en Azul para el velorio de su padre, que falleció en junio/julio de 1976, yo ya vivía con mis abuelos, ella vino al velorio”.

Su abuelo materno Enrique Pourtalé supo ser subcomisario de Azul. En el primer peronismo fue (sic) Inspector de Agio y Especulación: “Eran épocas de intentos de acaparar alimentos de primera necesidad, de usureros, por eso Perón crea ese cargo. Después la Fusiladora le hizo la vida imposible. Lo mandaron a un puesto en medio del campo”.

Su abuela, Rosa, fue hija de una panadera reconocida en Azul (Dall’Aglio). Promoción ’42 en el Colegio Nacional. Única mujer de toda la clase. Su hija Marta también nació y se crió en esta ciudad. Morocha, mirada contundente. Talentosa y segura. “De mi mamá soy el vivo retrato, somos muy parecidos físicamente. Parece que era bastante talentosa con la música, lamentablemente eso no se me dio (ríe)”.

Lo de Marta era la guitarra, alguna vez llegó a actuar en Radio Azul. Su pieza estrella era «La López Pereyra». Una histórica zamba salteña: Yo quisiera olvidarte/Me es imposible/Mi bien, mi bien./Tu imagen me persigue/Tuya es mi vida/Mi amor también. “La escuché montón de veces. El rock le gustaba mucho también. Le encantaban Pink Floyd y los Beatles”.

Supo ampliar el cuadro de la memoria de su madre con un trabajo que encaró Abuelas a principios de siglo, donde llamaron a familiares, amigos y compañeros/as de militancia de desaparecidos para reconstruir sus vidas, pensando que algún día las Abuelas y personas grandes ya no iban a estar para contarle a los nuevos nietos restituidos quienes fueron sus madres y padres. “Las Abuelas son lo más grande que hay. Un orgullo nacional”, sintetiza Diego al otro lado del océano.

Este viernes Estela de Carlotto celebró: “La verdad siempre sale a la luz”.

Tiempo hay

“Mi hermano cumple años mañana (domingo), al menos es la fecha en la que lo anotaron. Por ahora sé su nombre de pila, su edad, que es abogado y vive en Buenos Aires”, repasa Diego.

Y acota sobre cómo fue crecer con esa historia familiar: “se nota la ausencia, lo que faltaba, lo inexplicable, claro que te atraviesa, es inevitable. Un día le dije algo a una amiga, tambien hija de desaparecidos, antes de volverme a España: ‘dejé de ser huérfano el día que nació mi hijo’”.

“Ahora me completa más tener un hermano –añade–. La relación fraternal habrá que construirla. Estoy extraordinariamente feliz. Me encantaría que sepa, que le llegue, que estoy con los brazos abiertos esperándolo, podernos encontrar y conocernos. Por suerte ahora está el WhatsApp… tiempo hay. Quiero enamorarlo”.

Retrato

Quien entre a la casa de Diego en Totona, Murcia, verá la foto de su madre, Marta. El pueblo tiene 30.000 personas, casi la mitad de Azul: “siempre me gustaron los lugares pequeños, no me siento cómodo en las grandes ciudades”.

En 2002 comenzó viendo a la Selección en el mundial desde Argentina. La terminó viendo en España. En el medio llegó a Fuerteventura, en las Islas Canarias. Muy lindo para turistear, no tanto para probar una vida “sin papeles ni nada”. Fue “rebotando” por ciudades, hasta que un ecuatoriano le tiró la posta: “si estás sin papeles, debes irte a trabajar a Murcia”. Allí fue.

Desde hace 15 años ejerce como abogado. Se formó en Derecho en La Plata y en el Colegio de Abogados de Azul, pero en tierras nacionales nunca ejerció. “Estudié allá, me hice abogado acá –define–. Ya estoy asentado, me acostumbré a los modos de acá, excepto a la Justicia, que es lentísima, peor que en Argentina”.

Hay casos que lo cautivan de manera especial, tal vez entrecruzados por su propia historia. Le tocó trabajar con muchos inmigrantes de Bolivia, Ecuador, Marruecos. Y también en temas de acogimiento de niños, como el de Dieguito u otro reciente, en el que «iban a dar en adopción a una niña, la hermana de la mamá se enteró, tuve la suerte de lograr que se quede con su familia y no lo entregaran”. Estar donde uno pertenece. Y fluir, como un curso de agua.  

En Totona conoció a su actual pareja. Tuvieron dos hijos nacidos y criados en España. “El mayor (Ulises, de 19) que se parece más a la mamá que a mí, nunca ha tenido preguntas al respecto de su abuela, si bien la foto de ella la ves al entrar a casa. Nunca me preguntó nada, me parece sano que si no quiere saber no sepa. Es mi historia, no la de ellos, si quieren saber por supuesto les cuento. Es estudiante de sistemas, siempre está en su habitación con la computadora, hoy increíblemente se fue a jugar al fútbol, algo casi tan difícil de ver como que hayan encontrado a mi hermano, señal del inicio de otro tiempo”, dice sonriendo.

Cuando estuvieron el año pasado en Azul, su hija Diana de 13 años, le preguntó por un mural en Azul que retrata el tema de los desaparecidos: “eso le llamó la atención. Le expliqué. Es la más parecida a mí, y por lo tanto, la más parecida a su abuela Marta. En las últimas horas fui a hablar con ella sobre la novedad de su flamante tío. Me respondió: ‘sí, papá, lo googleé, ya sé todo’”.

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