Son múltiples las inconsistencias de esta propuesta del Gobierno presentada sin autores, sin consultas, sin evaluaciones previas, sin investigaciones ni datos que fundamenten su necesidad.

Como el debate no se compra, desde varios sectores empezamos a mostrar nuestra opinión sobre el poco conocido anteproyecto.
Son muchos los aspectos a considerar, y varios de ellos apuntan a la disolución del sistema educativo nacional: ese que impulsó Sarmiento desde la Ley 1420 y que reforzó y actualizó la Ley 26.206. La gratuidad, laicidad y obligatoriedad, bases de ambas normas, quedan destituidas. También queda abolida la responsabilidad principal del Estado de garantizar la educación básica para todas y todos los ciudadanos.
Dejo a colegas especializados en estos temas el análisis más profundo y me centro en uno de los puntos del anteproyecto: la educación en el hogar y sus implicancias.
El texto dice: “Educación en el hogar, dirigida por los responsables parentales o tutores de estudiantes en edad de escolarización obligatoria, impartida por ellos mismos o por personas por ellos designadas.”
Y continúa: “…se reconoce el derecho a recibir Educación Básica mediante formas alternativas de enseñanza, entendidas como procesos de enseñanza y aprendizaje dirigidos a estudiantes que no asisten regularmente a una institución de Educación Básica”.
A simple vista, suena muy interesante proponer mayor participación de las familias en la educación. Sin embargo, en la realidad, esta aspiración resulta un poco ingenua y romantizada. Quienes habitamos las escuelas en el día a día, sabemos que muchas veces las familias no pueden sostener la participación: si se hace difícil asistir a reuniones, a clases públicas y actos escolares, parece más difícil aun imaginar su lugar en la definición de un plan de estudios.
Propongo algunos interrogantes, mínimos, para mostrar una parte de la fragilidad de la propuesta.
¿Quiénes son las/os estudiantes que no asisten regularmente a la escuela? Quienes conocemos el sistema educativo y sus territorios diversos y desiguales sabemos que son, en gran medida, las chicas y los chicos más pobres y con derechos más vulnerados: quienes cuidan a sus hermanos pequeños; quienes deben trabajar en empleos precarizados que dificultan sostener la escolaridad; quienes viven en contextos donde la pobreza, el consumo y el narcomenudeo ocupan el lugar que el Estado abandona.
¿Cuáles serán las posibilidades reales de educarse de esas/os chicas/os? ¿Cómo aprenderán Matemática, Prácticas del Lenguaje, Historia o Biología? ¿Dónde encontrarán espacios de disfrute, intercambio, cuidado adulto, juego, música o deportes?
Si pensamos en las clases medias, en familias trabajadoras que hoy encuentran en la escuela un espacio de organización del tiempo y delegan la educación formal de sus hijos, también surgen preguntas: ¿Qué modos alternativos de aprendizaje tendrán disponibles? ¿Destinarán sus horas posteriores a la jornada laboral para enseñar contenidos curriculares? ¿Con quiénes quedarán los chicos en sus casas? ¿Cuánto tiempo pasarán frente a las pantallas como principal agente “educador”? ¿Podrán las familias contrarrestar a TikTok o la IA como fuente dominante de información? ¿Cómo seleccionarán textos, recursos y actividades? ¿Podrán evaluar la validez de las fuentes? ¿Cómo sabrán si sus hijos están aprendiendo?
A modo de anécdota personal, cuento con un dejo de nostalgia que, después de más de 40 años, mis compañeras y compañeros de la escuela primaria seguimos reuniéndonos periódicamente. Somos un grupo inmensamente heterogéneo en lo personal, familiar, económico, profesional y político. Entre mis recuerdos de infancia están las visitas a otras casas, conocer otras familias, otras realidades. Esa convivencia en la diferencia, la habilitó la escuela pública de un barrio del sur del conurbano bonaerense donde vivimos nuestra niñez. Cada cual siguió su camino, pero las huellas de haber conocido a quienes eran distintos, de haber compartido nuestras infancias, aún sostienen el afecto y el respeto mutuo que aprendimos en esa socialización.
Entonces, ¿cuáles serán los espacios de socialización de nuestros chicos y chicas? ¿Dónde se encontrarán y aprenderán con otros y otras diferentes? ¿Cómo construirán amistades reales, de juego, de movimiento, de gritos y risas? ¿Crearemos guetos entre “iguales”? ¿Las generaciones venideras vivirán encerradas en sus cuartos con sus pantallas, mientras otras quedarán en el desamparo de las calles?
Por último, el texto establece que el Examen Nacional de Educación Secundaria (ENES) será una evaluación individual, voluntaria y anual, implementada por la autoridad nacional para quienes finalizan la secundaria en cualquier modalidad: “El ENES integrará conocimientos y habilidades de Lengua, Matemática, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales y Humanidades de acuerdo con los contenidos mínimos nacionales vigentes.”
Sabemos que la evaluación amerita un debate profundo, pero sigo preguntándome: este examen, del que no sabemos aún con qué finalidades se propone, qué contenidos, qué instrumentos, quién corregirá, ¿evaluará integral y formativamente? Se mencionan 4 áreas de conocimiento, ¿qué lugar tendrán las demás como por ejemplo el arte y las actividades corporales?.
¿Qué lugar tendrá la evaluación de los procesos? ¿Importarán el mérito, el esfuerzo, las dificultades, el punto de partida, las emociones, los afectos, la solidaridad, la grupalidad, la colaboración, entre tantos valores que hoy la escuela enseña y evalúa?
Por último, ¿Qué uso se hará de la información recolectada? ¿Qué devoluciones recibirán las/os evaluados? ¿Qué aportes le brindará a las familias? ¿Qué harán con ella? ¿Qué sucederá con quienes no “aprueben” ese examen?
Son múltiples, como dije al inicio, las inconsistencias de esta propuesta presentada sin autores, sin consultas, sin evaluaciones previas, sin investigaciones ni datos que fundamenten su necesidad. Ojalá, en nombre de la libertad que enarbolan, no escuchen solo sus propias voces. Porque si no, y como viene siendo la costumbre, será sólo libertad para que las empresas y las S.A. expongan las ofertas educativas que reemplacen a las escuelas, habrá ofertas en el shopping y otras de liquidación. Será la libertad de educarte o no. Será mayor desigualdad.
Esperamos que en este caso la sociedad diga no y defienda la escuela, la presencia que tanto valoramos en la pandemia, las aulas, las bibliotecas, los patios, los recreos, los espacios comunes en los que las chicos y los chicos se forman, crecen y disfrutan. Ojalá sepamos defender los ideales de la educación común, pública (sea de gestión estatal o privada), obligatoria, pilares de nuestra identidad y nuestra cultura.
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