Los hace Nubífero Ediciones, con el fin de rescatar el patrimonio lúdico de pueblos de América. Tienen el Yaguareté Korá, de los guaraníes; el Puluc, de los quiché (mayas) y el Yolé de los moqoit.

Quien transitó el último martes la Feria Manos de San Martín, en la plaza central de este partido del noroeste del Gran Buenos Aires, se habrá topado con el stand de Nubífero. Se trata de una editorial que publica libros ilustrados para todas las edades (desde clásicos hasta autores contemporáneos), en base a dos fundamentos: formato y función.
“Para leer con todos los sentidos, porque nos atrae la dimensión material del libro, el lenguaje visual, las texturas, lo experimental y su interacción con el contenido que estimula la lectura, los sentidos y la accesibilidad de los contenidos para todos los lectores”, remarcan. Y en 2025 le sumaron los Juegos Ancestrales.
Graciela Fernández, fundadora y además ilustradora y editora graduada de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, lo cuenta a Tiempo: “Es un rescate de juegos originarios de pueblos de América que jugaban y que todavía lo siguen haciendo. Tenían juegos propios que fueron intercambiando con los de otros pueblos, conformando así un patrimonio lúdico que fue transformándose. Nuestro objetivo es promover y ampliar el acto lúdico. Los juegos y los juguetes constituyen bienes patrimoniales que conforman la propia identidad cultural y social”.
Son tres juegos, sugeridos a partir de los 6 años. El Puluc del pueblo quiché (mayas); el Yolé del pueblo moqoit; y el Yaguareté Korá de los guaraníes. Este último es de estrategia, con tablero y fichas en madera.
“Hay que encerrar al cazador, que está en su cueva y 15 yaguaretés están en la selva. Tienen poco movimiento, solo pueden ir para adelante. En cambio, el cazador va y viene, tiene mucha libertad, pero se confía mucho, entonces termina encerrado por los yaguaretés –explica Graciela, que trabajó en la investigación y textos con Paula Llompart, especializada en el “juego” como vínculo de culturas–. Es un juego de estrategia, donde los chicos se quedan pensando mucho cada movida, a ver si les conviene o no”.
El de Puluc es la carretera del maíz. “Es un juego de competencia. Estos pueblos, de la región donde hoy está Venezuela, lo jugaban antes de la siembra del maíz. Tienen en su base todo el maíz, es sagrado para ellos. Este juego reflejaba eso. Jugaban con las mazorcas de maíz clavadas en la tierra para que les den colores distintos, los dados que nosotros hicimos tienen relación con eso. Ellos usaban los granitos del maíz de distintos colores. Tenés que recorrer la carretera, a medida que vas haciendo el juego acumulás fichas, que serían los granos, para después sembrar. La creencia decía que el que ganaba iba a tener una mejor cosecha”.
El Yolé es muy querido por Graciela. “Es muy lindo, porque siempre fue un momento de comunidad de las mujeres del pueblo Moqoit, del norte. Solo podían jugarlo ellas, no podían entrar ni chicos, ni adultos. Era un momento donde se traspasaban saberes, donde podían generar cosas, un momento de comunidad”. Es un juego de un recorrido en un tablero. En una parte tienen que evitar caer en un pozo: “Eso tiene, por supuesto, un doble sentido, ¿no? De no caer, sostenerse unas a otras”.
También tiene dados. Las mujeres originalmente lo hacían con cascaritas de durazno. “Si te caía una sola, eso era cero puntos. ¿Por qué? Porque ellas pensaban que una sola no es nada. Nada se hace con uno solo, por lo menos de a dos –explica la editorialista–. Como ves, para nosotros son juegos, pero para ellos eran y son juegos ligados con su forma de vida, con la comunión con la naturaleza, su cosmovisión que es mucho más amplia que la nuestra”.
Los juegos además tienen relación con libros que ellas editan, como el de la leyenda guaraní del yaguareté; el Popol Vuh, que narra la creación del mundo según el pueblo maya; y la leyenda de Neméc y Manik, de los mocovíes: “Es hermosa. Neméc es el personaje y Manik es el ñandú, que termina siendo una constelación. Eso lo relacionamos al juego, por eso la imagen de Yolé es un ñandú”.
Por el momento los venden online en su web y sus redes. El armado, dibujo y pintura de las fichas y tablero están a cargo de ellas mismas. Si bien pasaron solo 9 meses desde que los empezaron a hacer en marzo, ya pudieron ir a escuelas como en Monte Grande y Castelar.
“Yo pensé que les iba a resultar difícil a los chicos. Pero me encontré con que ya sabían temas de pueblos originarios, que los suelen ver en 4º y 5º, entonces empezaron a relacionarlos. Conocían a algunos personajes, y empezaron a jugar –relata–. Cada juego eran reacciones distintas. El Puluc es más de competencia, entonces se armaban equipos de un lado y del otro. En el del Yaguareté Korá estaban en silencio. Como un ajedrez. Y el del Yolé, como es un tablero circular que podés estar toda la tarde, iban y venían. ‘Ahora vos’, se decían. Lo mejor era verlos jugar en grupo”.
La idea de los Juegos Ancestrales no surgió de la nada. Nubífero Ediciones venía hace tiempo con producciones relacionadas a pueblos originarios. Por ejemplo, tienen un libro sobre el yaguareté, otro de leyendas mocovíes y varios con mapas para colorear sus cosmovisiones. Hasta que una de las autoras se contactó con antropólogos que trabajaban sobre la obra de Crovetto, investigador que rescató toda la cultura de pueblos de toda América. “Hay muchos juegos que son de competencia física, de estrategia, de tablero. Me pareció re interesante para empezar a editar y divulgar”, afirma Graciela Fernández.
¿Cuál es el más ‘marketinero’ entre los niños? “Hay dos. El Puluc, por la competencia. Y el del yaguareté, porque muchos lo ubican, saben que está en peligro de extinción. Y el juego sirve también para tomar conciencia de conocerlo y cuidarlo”.
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