La batalla de Caracas, el conflicto que amenaza a toda América Latina

Por: Zhang Jiwei

Cuando el presidente Trump declaró que un gobierno independiente es un "cártel del narcotráfico", no solo criminalizó a un Estado, sino que justificó una serie de intromisiones de Estados Unidos en distintos países de la región.

Destruir a más de 20 lanchas bajo la excusa que transportaban drogas, matar a las 83 personas que viajaban en ellas, amedrentar con un poderoso portaaviones y decenas de buques, anunciar el cierre del espacio aéreo de otro país, deportar a cientos de inmigrantes todos los días, movilizar a más de 15.000 efectivos militares y amenazar con una inminente invasión terrestre, constituyen acciones que no deberían aceptarse como respuestas de una nación que dice salvaguardar los valores de la libertad. En realidad, estas maniobras que hoy definen la ofensiva de Estados Unidos contra Venezuela, deben interpretarse como un capítulo más del manual de intervenciones que Washington viene escribiendo desde hace un siglo en lo que históricamente ha considerado su “patio trasero”, es decir, en los países soberanos de América Latina y el Caribe (ALC).

La justificación de la ofensiva contra Caracas – una supuesta lucha contra el narcotráfico y la decisión de combatir al gobierno chavista – resonó como un déjà vu difícil de aceptar para una región que ha visto caer democracias, sufrir invasiones y padecer dictaduras militares bajo el patrocinio directo de la autoproclamada “gran democracia del norte”.

Cuando el presidente estadounidense Donald Trump declaró que un gobierno independiente es un «cártel del narcotráfico», no solo criminalizó a un Estado, sino que reactivó una doctrina que, bajo el pretexto de proteger «intereses nacionales», justificó el derrocamiento de Jacobo Árbenz en Guatemala (1954); las invasiones y bloqueos a Cuba (desde 1961); el asalto a República Dominicana (1965); el golpe de Estado contra Joao Goulart en Brasil (1964); el respaldo al golpe que llevó al poder a Augusto Pinochet en Chile (1973); el Plan Condor que coordinó la represión en Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay (desde 1975); y la captura de Manuel Noriega en Panamá (1989), entre otros lamentables episodios.

Todas estas intromisiones de Estados Unidos comenzaron con discursos similares al de Trump: estuvieron plagados de declaraciones de emergencias, agitaron fantasmas de peligros extremos, lanzaron alertas por crisis internacionales e hicieron llamados urgentes a la seguridad nacional. Y todos, como quizás vuelva a ocurrir, terminaron sembrando más inestabilidad y violencia.

Con estos antecedentes, era natural que los países de América Latina y el Caribe (ALC) se sintieran amenazados por Washington. El desproporcionado despliegue militar contra Venezuela se leyó como una línea roja que, en caso de cruzarse, podría avanzar más allá de las fronteras de la nación gobernada por Maduro. “La batalla de Caracas es, en realidad, la pelea por el futuro político de América Latina. Una agresión a Venezuela sería un ataque a toda la región”, coincidieron varios analistas políticos.

“Las intenciones de Trump buscan reafirmar la autoridad práctica de la Doctrina Monroe, la hegemonía indiscutible de Estados Unidos en Latinoamérica. Al convertir al país objetivo, Venezuela en este caso, en una bandera de sacrificio y un faro de advertencia, Washington busca crear un efecto dominó que obligue a otras naciones latinoamericanas a someterse obedientemente. Es un diseño estratégico que ha quedado meridianamente claro”, explicó el profesor de la Universidad de Asuntos Exteriores de China, Li Haidong.

En ese sentido, durante el debate de la 80ª Asamblea General de la ONU, el presidente colombiano Gustavo Petro reclamó sanciones por las operaciones militares de Estados Unidos en el Caribe, mientras su par brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, advirtió sobre los daños humanitarios que siempre dejan estos intervencionismos. No fue una coincidencia ni una frase al pasar: ambos presidentes plantearon que el caso Venezuela “no es un episodio aislado, sino una señal de alerta”.

Desde esa mirada, la ofensiva de Estados Unidos estaría violando la Declaración de la CELAC, de 2014, que establece a América Latina y el Caribe como una zona de paz que no debe alterarse bajo ninguna excusa, como hizo Trump con su falsa cruzada contra el narcotráfico. El mandatario estadounidense recibió numerosos cuestionamientos por la doble vara que aplicó al hundir dos decenas de embarcaciones por sus aparentes vínculos narcos, y a los pocos días indultar al expresidente hondureño Juan Orlando Hernández, quien había sido condenado a 45 años de prisión en Nueva York por el tráfico de 500 toneladas de cocaína.

Académicos latinoamericanos advirtieron que el discurso antidroga de la Casa Blanca fue solo un pretexto para crear caos en Venezuela, frenar la integración regional, salvaguardar los intereses geoestratégicos de Washington (en la zona se encuentran las mayores reservas petroleras del mundo), y contener la emergencia de un orden multipolar, una iniciativa que es impulsada por numerosos países, entre ellos la República Popular China.

Precisamente, China fue una de las naciones que no dudó en pronunciarse sobre el tema, mientras otras prefirieron guardar un diplomático silencio: “Nos oponemos a la injerencia de fuerzas externas en los asuntos internos de Venezuela, bajo cualquier pretexto, y pedimos a todas las partes evitar una mayor escalada de la situación”, afirmó el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Lin Jian.

Wang Peng, del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias Sociales de China, consideró que “estas medidas buscan reforzar el control sobre ALC frente al descenso de la influencia de EE.UU. en el hemisferio occidental”. Se trata de una postura en la que coincidieron hasta los medios estadounidenses, al sostener que “Trump ha convertido el escudo de la ‘Doctrina Monroe’ en una espada que busca preservar la hegemonía estadounidense en declive”.

Solo a partir de esta situación puede entenderse la sorprendente comparación que aportó el asesor principal del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS), Mark Cancian: la llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford a aguas del Caribe – junto a decenas de buques, cientos de aeronaves y más de 15.000 efectivos – representa un despliegue militar superior al de las invasiones estadounidenses a Granada (1983) y a Panamá (1989).

El secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, anunció hace días una operación llamada “Lanza del Sur”, que está dirigida a 31 países de ALC y cuyo principal objetivo es “expulsar a los narcoterroristas de nuestro hemisferio”. En los tiempos de la Guerra Fría, la excusa era frenar el avance del comunismo. En la actualidad es combatir los cárteles de la droga latinoamericana.

Con este desmesurado despliegue de tropas, intromisiones en elecciones de otros países, amenazas de nuevos aranceles, autorizaciones de operaciones encubiertas de la CIA y otras medidas intimidantes, Estados Unidos busca coaccionar y dividir a los países de ALC mediante una combinación de premios y castigos según el nivel de alineamiento político. El plan no plantea nada original, la diferencia es que la región tiene un largo historial de experiencias negativas y dice que ahora está preparada.

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