
El ex presidente Jimmy Carter escribió un artículo el pasado 6 de enero en el New York Times advirtiendo que la democracia seguía amenazada en EE UU. Y que estaba latente un conflicto civil en una dividida y polarizada sociedad norteamericana.
La dirección del Partido Republicano optó por guardar un vergonzoso silencio. Y Donald Trump continuó sin reconocer su derrota electoral, en este enero del 2022.
El ex presidente Trump es un político que rememora los personajes del célebre escritor Tennese Wiliams, perplejos por el derrumbe del viejo sur en Estados Unidos. Así Trump actuó con Latinoamérica. Perplejo, torpe y violento. Dejó daños prolongados en las vidas de estas sociedades y estados, en su antihistórico intento de agudizar y profundizar las tradiciones imperiales de algunos de sus antecesores. Y de delirar intentando construir una alianza contra el progreso político-institucional de la región con las más retrógradas fuerzas políticas y empresariales que en ella existen.
En Brasil hizo una alianza con las fuerzas que impulsaron a Bolsonaro y persiguieron a Lula. El capitán presidente es un hijo putativo de Trump. Y en él se inspiró para oponerse a las vacunas, al cambio climático, y continuar devastando la Amazonía y las instituciones democráticas de Brasil. La oposición centrista y la figura de Lula crecen, resistiendo contra una de las mayores secuelas trumpistas en América del Sur.
En Bolivia Trump y su amable servidor Luis Almagro de la OEA provocaron un golpe militar contra el gobierno del Evo Morales. Instauraron fugazmente un régimen ilegítimo. Jeanine Añez, hoy presa y perseguida judicialmente por el gobierno elegido democráticamente, y su ex ministro Murillo acusado en EE UU por corrupción, son de los “Trumpbabys”.
En Argentina el macrismo armador de “mesas judiciales” ad-hoc para perseguir sindicalistas fue apoyado por Trump ante el FMI para cometer un crimen de “lesa deuda”. Hipotecó a varias generaciones de argentinos con el mayor préstamo que el organismo haya otorgado en su historia y que fue fugado parcialmente al exterior por el gobierno de ejecutivos empresariales deshonestos..
En Ecuador, la entrega de Julián Assange, violando el derecho internacional de asilo que tiene obligaciones claras para el estado receptor, más allá de los gobiernos (Haya de la Torre en la embajada colombiana en Lima durante años es un ejemplo), se consideró por algunos analistas un logro de Trump y su política exterior hacia Latinoamérica. Más fue un logro fútil. El partido cuyo gobierno le dio asilo a Assange creció hasta casi ganar las elecciones presidenciales ecuatorianas en el 2021, a pesar de las acusaciones de autoritarismo y corrupción que sobre ese gobierno pesan y la candidatura poco brillante que exhibió.
Pasa con el trumpismo y sus aliados en Latinoamérica el fenómeno de la fugacidad de sus logros y la perdurabilidad de sus daños. Las sanciones económicas como arma de política exterior resultaron en un boomerang electoral en Venezuela. La fuerza del cuestionado presidente, Nicolás Maduro, ganó las elecciones regionales observadas por la Unión Europea y el Centro Carter.
En Nicaragua, la verborrea del Trumpismo y sus sedicentes amenazas contra Venezuela, Cuba y Daniel Ortega le sirvieron al actual gobierno para declarar enemigos de la seguridad interna a opositores políticos democráticos. Y ganar, prácticamente sin rivales, un nuevo mandato.
Las famosas sanciones económicas de Estados Unidos solo desprestigian la causa universal de los derechos humanos. Trump las acrecentó y no tuvo otro resultado que boomerangs electorales.
La conversión del tema de las migraciones en asunto de seguridad y no de desarrollo solo lo ha dejado sin solución alguna un hoyo negro en las relaciones hemisféricas.
Donald Trump hizo mucho daño en su fugaz paso por la Casa Blanca. Como autócrata en Latinoamérica aplicó la máxima de la impunidad para los incondicionales y la ley para los enemigos.
El presidente electo en Chile, Gabriel Boric, habría sido candidato a ser enemigo de Trump, al igual que Castillo en Perú.
Los intereses estratégicos de EE UU y de Latinoamérica a veces son coincidentes, otras diferentes y en ocasiones antagónicos. Pero con Trump siempre serían antagónicos. Por ello es buena noticia para los intereses cardinales de América Latina y el Caribe que en este 2022 Trump no esté en la Casa Blanca.
La “banalidad del mal”, como tipificó Anna Arendt a los crímenes de la maquinaria nazi, es siempre una dramática posibilidad en el mundo. Si se instala en el poder de cualquier potencia global el drama se convierte en tragedia.
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