
Los protagonistas de esta historia son miembros estables del poder. Algunos, como Manzano –ex ministro de Carlos Menem– o Macfarlane –ex jefe en la Side menemista–, pasaron por la función pública. Otros se desarrollaron con las escandalosas privatizaciones de los ’90 –Gas BAN– y generosas concesiones del Estado, como la operación de aeropuertos y la explotación subsidiada de yacimientos en Vaca Muerta –Eurnekian–. Pero todos forman parte del club que Durán Barba bautizó «Círculo Rojo» y el mundo conoce como «establishment».
El sistema trasciende los gobiernos, tiene terminales nerviosas en las instituciones del Estado y se alimenta de políticos corruptos, jueces adictos y prensa mercenaria, entre otras «fuerzas vivas» del país.
Cada gobierno sumó nombres propios al club con la pretensión de conducirlo, pero la ilusión duró poco. Tarde o temprano, los recién llegados se mimetizan con los socios honorarios o pierden su membresía de modo humillante, como ocurre hoy con algunos de los denominados «empresarios K».
De tanto en tanto, el sistema se regenera con el método gatopardo. Rota sus rostros visibles, modifica modales y arroja lastre para mantenerse a flote en tiempos de «turbulencia». Es lo que parece estar ocurriendo en el #GloriaGate, un «escándalo» al cual el propio juez Claudio Bonadio le puso alcance limitado: según admitió en un comunicado, sólo investiga «coimas» pagadas entre 2008 y 2015. O sea: justo después de que el clan Macri le cediera Iecsa al primo presidencial, Angelo Calcaterra. Y luego del pago que confesó hacer el industrial más poderoso del país, Paolo Rocca.
Control de daños y depuración a la carta.
Total normalidad.
La venta de Metrogas sugiere que la mentada «regeneración moral» es un espejismo. Cuando el Gloriagate pase a estado de hibernación mediática y judicial, el elenco estable del poder será más o menos el mismo que viene saqueando a la Argentina desde hace décadas. En dictadura con la patria contratista y endeudamiento, con el reconocimiento de la estatización de la deuda privada en tiempos de Alfonsín, con las privatizaciones de Menem, el megacanje de la Alianza, la pesificación a medida de Duhalde, la obra pública del kirchnerismo, y blanqueo y nueva tanda de depredación financiera con Macri.
«Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie» le hizo decir Lampedusa a Tancredi en El Gatopardo. Con perdón del spoiler, todo indica que el país se encamina a observar -otra vez- la escena final de ese clásico italiano: el fastuoso baile de gala donde la élite celebra su permanencia reciclada en una fiesta para pocos. «
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