
Extraño Paraguay. Quizás haya que buscar la originalidad de sus características del lado de Leopoldo Lugones, que en su ensayo El imperio jesuítico (1904) nos cuenta cómo en siglo y medio algunos jesuitas constituyeron misiones donde centenar y medio de miles de indios supieron de artes y oficios a la europea, sin tener que aprender latín o castellano, ya que los propios curas aprendieron guaraní. Incluso recibieron instrucción militar. Los indios, los jesuitas ya son militares. Fue una comunidad organizada que casi no conocía la moneda. Es cierto, la vida no era fácil allí, con sus soles y bemoles, pero era mejor ser algo soberano que del todo esclavo en territorio español o portugués. Dejemos el resto de la historia a la prosa de Lugones.
Digamos que a la hora de las independencias sudamericanas, producto del cautiverio de Fernando VII –puesto que las Indias eran su propiedad personal- estos naturales de Asunción decidieron ser independientes, tanto de Lima y Rio de Janeiro como de Buenos Aires o cualquier otra parte. Surge entonces la figura de José Gaspar Rodríguez de Francia, que supo representar como pocos el espíritu de una época arraigado en un territorio.
Encontramos un revolucionario que maniobra de tal modo que accede a su suma del poder público –como Rosas- aunque con el rango de “Karai Guazú”. Así crecen las “estancias nacionales” sobre los latifundistas, los impuestos sobre adversarios o españoles, la instrucción pública sobre la ignorancia, la salud sobre la enfermedad. Tiempo de leer Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos. Con la única riqueza de yerba mate y algo de tabaco, el aislamiento precisa de la sustitución de importaciones: artesanos, herreros, boticarios. Su sucesor, Carlos Andrés López, tendrá la genialidad de contratar ingenieros europeos para desarrollar el país: fundiciones, ferrocarril, cañones. No había hambre, pobreza, ni analfabetos. ¡Y sin inversión extranjera!
Quizás ese fue el error. En la segunda mitad del siglo XIX, el único país del continente más industrializado que Paraguay era Estados Unidos: la división internacional del trabajo no podía tolerar tal cosa. De 1864 a 1870 la llamada guerra de la Triple Alianza, que unió a facciones argentinas y uruguayas junto con el Imperio del Brasil (uy, como Caseros) liquidó al Paraguay como entidad soberana, como sociedad y como pueblo a través del genocidio. Los imperios son así: confunden civilización con barbarie. Quien quiera puede leer La Guerra del Paraguay (reeditado en 2010), escrito y dibujado por Gabriel y Francisco Solano López. Algo saben, que la sangre no es agua.
Es así que elegimos hablar de las elecciones de hoy en Paraguay más como una metáfora que como un comentario. Los análisis políticos y económicos que leí en Tiempo esta semana me liberan de imitar algo que no igualaré. Los diarios internacionales, en especial los británicos, naturalizan al Paraguay como dependiente de la agricultura –de nuevo latifundista- de la energía y de la soja. Para ellos, lo importante es el equilibrio fiscal que permitirá “financiar cloacas” (sic BBC).
En esa perspectiva, en este día prefiero recordar que aquellas naciones que elijan el camino soberano del desarrollo industrial con justicia social encontrarán del imperialismo y de sus aliados locales las mismas intenciones en el siglo XIX, XX o XXI. Podrá ser con diferentes medios, los contextos serán siempre distintos, aunque la constancia y solvencia suelen ser atributos de occidente. ¿Lo entenderán por fin los países de Nuestra América? Queda para la Argentina que Perón devolvió los “trofeos”, que inteligencias nacionales como Alberdi, José Hernández o Guido y Spano se levantaron contra el crimen de la guerra, del que la víctima nunca se ha recuperado. “…En las lianas del Yatay / Ya no existe el Paraguay, donde nací como tú”. Ojalá que comience a existir, que lo necesitamos. «
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