Marcelo Nacci adaptó este clásico que revive la huelga patagónica de 1921. En diálogo con Tiempo, el actor Jorge Prado reflexiona sobre una obra que interpela más que nunca nuestro presente.

Para el papel del opresor necesitaba a alguien capaz de transmitir la maldad de quienes solo piensan en sus intereses, el dinero y el prestigio dentro de los círculos de poder. Para eso contrató al experimentado actor Jorge Prado, conocido por sus papeles en múltiples trabajos, muchas veces interpretando a villanos. Es reconocido por sus roles en El jockey (2024), Cuando acecha la maldad (2023), La flor (2018) y Cenizas del paraíso (1997). También participó en El encargado, Santa Evita, División Palermo y en numerosas obras de teatro. Pero este era un proyecto distinto. Así lo sentía Prado: “Esta es una obra necesaria, ideal para este momento”, admite el actor.
–¿Qué fue lo primero que te gustó del guion de la obra?
–Por supuesto había visto La Patagonia rebelde, película de Héctor Olivera protagonizada por Héctor Alterio, Federico Luppi, Pepe Soriano y Luis Brandoni. Y había leído el libro de Osvaldo Bayer, Los vengadores de la Patagonia trágica. Tenía una clara referencia de lo que pasó en ese momento y cómo estaba relacionado con el exterminio de los pueblos originarios llevado adelante por Julio Argentino Roca. Me parecía que una historia de resistencia ante las injusticias como esta tiene una vigencia absoluta. Habla, como su título, de cómo son los dueños de la tierra y, de alguna manera, los dueños del país, pero con una ficción. Además, con un lenguaje poético y algo onírico. Eso es un lindo desafío como actor.
–¿Cómo es tu personaje y cómo se construye alguien así?
–Hago de un oligarca, dueño de aquellas tierras del sur, teniendo en cuenta lo que es su forma de ver el mundo y a las personas. Tuve la suerte de que, en mi servicio militar, fui marino y viajé a la Antártida como tripulante de un buque. O sea, conozco Ushuaia, el pasaje Drake, la península Antártica, además de Río Grande y Bariloche, en fin, toda la zona sur de nuestro país. Esa noción de la rudeza del paisaje me ayudó a imaginar lo que debió haber sido aquella lucha de miles de obreros que trabajaban en la esquila. Hacer este personaje es muy sanador para mí, porque permite mostrar qué tipo de personas son aquellos a quienes nada les importa y que exhiben lo peor del ser humano. Nosotros construimos una ficción a partir de lo real, lo que nos da la posibilidad de trabajar desde otro lugar. Esto no es una reconstrucción histórica o antropológica, sino que podemos hacer un subrayado en los personajes, en su accionar, para demostrar su maldad, su arrogancia y su forma de tratar a la gente. Me permite mostrar una escala de valores opuesta a la mía. También presto atención a la actitud corporal para remarcar lo que se dice.
–¿Te sirvió la experiencia que tenés en ese tipo de personajes?
–Claro. Últimamente hice mucho audiovisual y me ha tocado interpretar a estos tipos malos, que ya tienen una forma que no me resulta lejana. Así que fui incorporando eso en los ensayos para que tenga su particularidad. Hacía seis años que no estrenaba una obra de teatro con todas las de la ley: un proyecto independiente, con ensayo dos o tres veces por semana durante tres meses. Un lujo en este contexto, donde la cultura está bajo ataque.
–¿Cómo ves el panorama según tu experiencia?
–Es una forma de resistencia. Me tocan personajes que de alguna manera definen la matriz ideológica de lo que hoy sufrimos. Por suerte tengo trabajo y eso me permite expresarme. Además de la obra, estoy haciendo una serie para Netflix que narra la vida de Aníbal Gordon, un genocida que murió en la cárcel acusado de delitos de lesa humanidad y que fue jefe de la Triple A. A mí me toca hacer de un coronel de inteligencia del Ejército. Quizá la narración vaya por otro lado, pero de alguna manera permite que se instale una explicación de dónde viene lo que estamos padeciendo en este momento. Estos planes económicos ya los vimos: la dependencia, la entrega del patrimonio nacional, de los recursos naturales, de la producción, incluso Malvinas. Nosotros, como trabajadores del arte, tenemos que resistir. Los que hacemos teatro tenemos más ganas, no nos van a callar.
–¿Tenés un rol sindical, no?
–Sí, y acompaño desde ese lugar todas las movidas y proyectos. Estoy en el órgano fiscalizador de la Asociación Argentina de Actores y Actrices y soy parte de la obra social de actores. Desde ahí resisto y salgo a la calle a defender los derechos adquiridos, los de los trabajadores y en particular los de quienes estamos vinculados con la cultura, a quienes nos quieren exterminar sin lograrlo. Más allá de lo artístico, intentamos defender la educación pública, el derecho a la salud, que no se golpee más a los jubilados ni a nadie que reclame por sus derechos. Este gobierno pretende, desde su discurso, instalar un Estado violento, intolerante y antidemocrático. Esperemos que la dirigencia política reaccione y siga la línea que marcó el pueblo el domingo pasado con su voto. Es hora de pensar en una nueva construcción opositora para contrarrestar este plan macabro en funcionamiento.
–¿Te pasa factura hacer estos personajes?
–Yo tengo un instrumento, que es mi físico, mi cuerpo, mi cara, que rinde ante el requerimiento del mercado. Con el paso del tiempo me di cuenta de que doy para este tipo de personajes. Es bueno en términos de mi profesión, pero tengo que apelar a una emocionalidad que acompañe y vuelva reales a estos personajes; que no sean un muñeco vacío, sino dotarlos de contenido emocional. Si tengo que hacer a un tipo que manejaba una patota, debo entender su lógica. Pero va en contra de lo que soy y no es fácil. En una pausa de una película, me senté a tomar un café con un compañero que hacía de detenido y me agarró una crisis de llanto. No salgo indemne de esto. No es un traje que me pongo y después me lo saco para volver a casa tranquilo. Me di cuenta de que pongo mucho de mi parte, de mi historia: tengo varios compañeros desaparecidos y conocidos que fueron víctimas de los vuelos de la muerte. Me toca mostrar a los que hicieron aquello, los que causaron la muerte, el sufrimiento, las torturas y demás atrocidades que padecieron mis amigos. Es contradictorio, pero creo que la hijadeputez del ser humano nunca claudica, no se agota. Por eso tengo que mantener viva la memoria, para que se vea lo que eran los torturadores o los dueños de la tierra en la Patagonia del siglo pasado, o un mafioso cualquiera. Esa es nuestra tarea. Un buen material tiene lo luminoso, pero también lo oscuro. Estoy orgulloso de colaborar en esta tarea.
De David Viñas. Adaptación y dirección de Marcelo Nacci. Con Matías Garnica, Verónica Cognioul Hanicq, Jorge Prado, Rafael Walger, Tomás Castaño y gran elenco. Domingos a las 20 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
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