«Los protectores»: Adrián Suar vuelve con viejas fórmulas y pobres resultados

Por: Adrián Melo

La miniserie de Star+ ensaya una historia de fútbol y amistad que también protagonizan Gustavo Bermúdez y Andrés Parra. A pesar de ciertos hallazgos, la producción fracasa entre argumentos remanidos y machirulos.

El comienzo de Los protectores tiene reminiscencias de la apertura de Pelito (1983-1986), el programa televisivo que convirtió a Adrián Suar en galán juvenil. Con la diferencia de que, si en ésta, Suar competía junto a los otros protagonistas adolescentes para una carrera barrial, en la nueva propuesta “el chueco” corre, pero esta ahora para escapar de barras bravas furiosos. 

La apelación a ciertos guiños y a la nostalgia resulta casi insoslayable en una ficción que vuelve a reunir como amigos, en la pantalla, a Suar y a Gustavo Bermúdez, quienes también supieron serlo en aquella comedia blanca para jóvenes de los ochenta.  Y el puntapié inicial de Los protectores podría dar cuenta de que, si veinte años no es nada como reza el tango, en casi cuarenta años, las cosas pueden oscurecerse. Sin embargo, por muchas razones, para la trama escrita y dirigida por Marcos Carnevale, el tiempo parece no haber transcurrido. No es porque volvamos a la barra de amigos de Pelito pero casi… Quizás, un Pelito para adultos. 

La miniserie ¿cómica? de ocho episodios pre-estrenada en El Trece y que busca captar a la audiencia de Star+ se centra en la amistad masculina de un trío de managers y “protectores full time” de nóveles jugadores de fútbol: Renzo “Mago” Magoya (Suar), Carlos “Conde” Mendizábal (Gustavo Bermúdez) y Reynaldo “Colombia” Morán (Andrés Parra). Si “Mago” y “Conde” son amigos de toda la vida, con “Colombia” los une un pasado de rencores y un presente donde deben “compartir” la representación de Marcio Pérez (Lautaro Martínez), una especie de Maradona en potencia y apasionado por la sobrina del personaje de Suar. 

Aún en una comedia pasatista, el universo del fútbol siempre presenta la oportunidad de complejizar una serie de problemáticas sociales y políticas contemporáneas en permanente ebullición. Pero lo más controversial de Los protectores no es que no se profundiza en nada, lo cual puede ser una decisión estética para divertir; lo más nocivo es que pareciera que algunas siniestras situaciones no existieran y ahí estamos ante un riesgo ético. 

Más allá de la liviana aparición de las barras bravas, los ascendentes futbolistas no parecen tener otros problemas que las rivalidades pasionales -producto de que todos son machirulos y mujeriegos- o los derivados de la eventualidad de un accidente donde pueden romperse los meniscos. En el universo futbolístico ideal creado por Carnevale e interpretado por Suar y compañía no existe la homosexualidad (que solo es nombrada de pasada por el personaje de la hija de Bermúdez) y mucho menos los abusos o intentos de abusos a menores y la homofobia. Ni hablar de mujeres que quieran jugar al fútbol. Lo que sí hay es mujeres que aparecen como moneda de cambio entre diferentes jugadores (la alusión a la traición de Wanda Nara siempre vende), sendas féminas embarazadas del mismo futbolista, bodas extravagantes a lo Messi que culminan en drama y otros enredos basados en “líos de polleras” que supo explotar la comedia popular desde los años treinta en la Argentina, desde Sandrini hasta Olmedo y Porcel. 

En ese sentido, a la trama de Los protectores le va aún peor -si cabe- cuando se sitúa en el otro plano en que se centra el argumento: las relaciones amorosas de los protagonistas. Ahí aparece el otro tópico de los orígenes del cine nacional: el tango. En efecto, como en ese otro berretín argentino, las mujeres son infieles, engañadoras y malas y merecen el castigo. O bien son leales hasta la estupidez como el caso de la secretaria de Magoya (actuación muy convincente de Laura Fernández) que mira embobada y espera eternamente a su jefe, pero es ¿recompensada? con el amor. A su vez, los celos desmedidos -que derivan en situaciones violentas- encuentran rápidamente su redención en la relación entre el futbolista Marcio y su novia. 

Las luchas de las mujeres o de las diversidades sexuales alternativas a la heteronormatividad de los últimos años han tenido escaso impacto en la flamante comedia del siglo XXI que suele recurrir a artilugios del siglo pasado para hacer reír o intentar conmover. Incluso cuando aparecen fugazmente temas tales como la autopercepción de género o el mundo gay, están mal tratados, y su introducción suena forzada y huele de manera demasiado obvia a corrección política. 

De estas y otras maneras se desaprovecha una producción impresionante que no ahorra en exteriores, escenas potentes en estadios de fútbol, logrados momentos de acción y sobre todo un elenco inusual en número y calidad, en el que Suar parece haber puesto toda la carne en el asador. En numerosas ocasiones, buenas actuaciones como las de Jorgelina Aruzzi, Laura Fernández, Adriana Salonia, Viviana Saccone o Gustavo Bermúdez, entre otras y otros, se deslucen con las permanentes fallas en el guión, las situaciones cómicas previsibles y plenas de lugares comunes, un tono ridículamente exacerbado y la apelación a fórmulas remanidas que lindan peligrosamente la misoginia. 

A su vez, el interesante punto de partida de algunos capítulos se desdibuja en la falta de profundidad o en la resolución facilista. Incluso la ficción fracasa en lo que debiera ser su fuerte, que es la intensidad de la amistad entre los varones, porque la debilidad de la construcción de los lazos y los personajes hace que no emocionen ni convenzan. 

Los protectores.
Miniserie escrita y dirigida por Marcos Carnevale. Con Adrián Sura, Gustavo Bermúdez, Andrés Parra y elenco. Disponible en Star + 

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