“La Justicia puso en equidad la figura de las comunidades indígenas como seres humanos”, dijo David García, miembro de la comunidad qom y uno de los gestores de la Fundación Napalpí, tras la histórica sentencia sobre la matanza de 1924.

En 1998 García comenzó a indagar sobre lo que había sucedido con sus antepasados en 1924. Lo hizo de la mano del historiador Juan Chico, también de origen qom. Tras la sentencia, señala que “fue muy emocionante, muy fuerte y como agridulce: porque el que promocionó esto era Juan, que siempre estaba al frente de esto. Nos conmovió que no haya podido participar del momento tan lindo”.
La jueza Zunilda Niremperger consideró como “hecho probado que existió responsabilidad del Estado nacional en los delitos de homicidio agravado y reducción a la servidumbre como crímenes de lesa humanidad cometidos en el marco de un proceso de genocidio de los pueblos indígenas”. Lo dijo con traducción simultánea a las lenguas qom y moqoit. El aplauso fue extenso. “No sé si había Covid o no, pero hubo muchos abrazos. Afuera toda la caravana lo vivió con bombos y otros instrumentos. Fue algo que sorprendió, porque esperábamos los alegatos ese día pero no la sentencia. Por eso impactó más fuerte”, cuenta.
Sobre el peso de lo logrado, David García dice que todavía no dimensionan su magnitud. Pero saben que marca un punto de inflexión. “Sirve para poder deconstruir un poco todo lo que se ha construido y hablado acerca de los pueblos indígenas. Pone en valor los derechos de los pueblos indígenas. Con la sentencia creo que el compromiso será otro, desde otra perspectiva. El vínculo con la política y con distintos espacios del Estado será otro”, resalta.
Y sigue: “Hay algo muy claro. El Estado tiene que buscar la manera de reparar lo que ha causado en las comunidades indígenas. La pérdida de cultura, de idiomas. La sentencia abre una página nueva donde hay que escribir con otro lenguaje y otro ideario y otra perspectiva y un objetivo más humano que nos reivindique”. La meta, apunta, es que se logre “ver al otro no como otro, sino como uno mismo”.
Una sorpresa para Rosa
Rosa Grillo, única sobreviviente de la Masacre de Napalpí, llegó al juicio con 114 años. Declaró en el proceso de instrucción y su testimonio fue proyectado durante el juicio oral y público. Por el peso de más de un siglo de vida, no pudo estar presente en la sala de audiencias el día de la sentencia. Pero sí estuvo al tanto del devenir del proceso.
“Hablando con parientes de Rosa, nos contaron que ella decía ‘a ver qué hace ahora el gobierno’. Nuestra gente no está acostumbrada a que los juicios nos favorezcan. Es algo sorprendente”, cuenta David García.
Además de conocer el relato de Rosa y otras mujeres sobrevivientes que dejaron testimonio y ya no están, a David García los primeros relatos sobre lo que pasó en julio de 1924 en la reducción de Colonia Aborigen le llegaron por su tío abuelo: “Siempre se sentaba y contaba cómo se escaparon. Se salvaron por estar en el monte. Sus papás murieron. No murieron en las fosas sino a unos kilómetros, cuando fueron alcanzados por los que salieron a cazar a los que habían huido”.
“Por impacto de la balacera cayeron muertos entre 400 y 300 integrantes de estas etnias (qom, moquoit y wichi), varones, mujeres, niños y ancianos. Los y las heridos y heridas fueron ultimados y ultimadas de las formas más crueles posibles, con entierros en fosas comunes”, dijo la jueza, y remarcó que el hecho preciso de “un grado de preparación que supuso una distribución de roles, traslado de tropas, gran cantidad de armamento y alimentación durante le acampe, además del auxilio de una avioneta previa del hecho”. Agregó que “tales hechos ocurrieron en la Reducción de Napalpí con el objetivo de culminar el proceso de ocupación del territorio con la explotación de las comunidades indígenas en condiciones de vida deplorables, sin educación, ni paga, siendo obligados y obligadas a trabajar extensas jornadas para la reducción. Eran frecuentes los abusos en condiciones análogas a la esclavitud, lo que originó la protesta”.
Horas después de la culminación del juicio que reconoció desde el Estado eso que las comunidades venían gritando, David García celebra que “la Justicia ha puesto en equidad la figura de las comunidades indígenas como seres humanos”. Y destaca: “Ahora todos somos parte del nunca más”.
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