La memoria no se clausura: 10 años del Museo Sitio de Memoria ESMA

Por: Nahuel De Lima

Una década de resistencia en un lugar que permanece como emblema contra el olvido.

Hay espacios donde el tiempo no corre como en otros lugares. Lugares donde cada rincón guarda una marca, una historia, una ausencia que no se deja clausurar. Este jueves, el Museo Sitio de Memoria ESMA fue ese escenario cargado de sentidos. Con motivo de su décimo aniversario, referentes de organismos de derechos humanos nacionales e internacionales se reunieron para reafirmar el compromiso inquebrantable con la memoria, la verdad y la justicia. En un clima de emoción, dignidad y resistencia, la consigna fue clara: “Son 30.000”.

Pero el acto no fue solo una conmemoración. En medio de un panorama político hostil hacia las políticas públicas de derechos humanos, se alzaron voces firmes frente al vaciamiento impulsado por el gobierno de Javier Milei. El Decreto 344/2025, que degradó la Secretaría de Derechos Humanos a Subsecretaría y subordinó al Archivo Nacional de la Memoria y al propio Museo ESMA al CIPDH, fue repudiado con contundencia. Este retroceso fue interpretado como un intento de desmantelar la política de memoria construida colectivamente desde la recuperación democrática. Frente a ese avance del negacionismo, el acto se volvió una defensa activa de los espacios que resguardan esa memoria.

Esa defensa tomó cuerpo en las voces de quienes sobrevivieron al horror. Ana Soffiantini, sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA, recordó que el mundo entero ha reconocido este lugar como Patrimonio de la Humanidad. Con voz firme, denunció: “Acá están los que quieren el olvido”, y reivindicó el museo como un “lugar de resistencia constante frente a la negación de la verdad”. Su testimonio conectó pasado y presente, así como lo global con lo nacional, en un momento crítico para las políticas de memoria.

Defensa de la memoria

Desde ese mismo lugar de testimonio, Ana Testa compartió palabras cargadas de emoción y crudeza en diálogo exclusivo con Tiempo Argentino. “Hoy es un día de mucha emoción, muy fuerte”, expresó, recordando lo que significó la apertura del sitio para miles de personas que empezaron a comprender la dimensión del secuestro y la masacre de 5000 compañeros. Pero su testimonio fue más allá del recuerdo: “Hoy tengo un sentimiento dual. Por un lado, la emoción de estos diez años; por otro, la angustia frente a este gobierno fascista que solo quiere pasarle con una topadora al movimiento de derechos humanos”.

Testa estableció un puente entre las amenazas que sufre hoy el Museo ESMA y las que atraviesan otros espacios de memoria. Con dolor y firmeza, cerró: “Nadie se salva solo. Nos salvamos todos juntos”. Una frase que condensó la dimensión colectiva de la resistencia.

Esa verdad, tantas veces negada o ignorada, fue puesta en palabras por la jueza María Roqueta, quien presidió el tribunal que sentó jurisprudencia sobre el plan sistemático de apropiación de niños durante la dictadura. Su intervención tocó un nervio profundo: “El Poder Judicial les dio vuelta la cara a los sobrevivientes y a los familiares durante los años del terrorismo de Estado. No miró. No escuchó”. Su voz, desde un presente judicial comprometido con la verdad, fue abrazada con un aplauso que funcionó como eco de esa memoria activa.

Mayki Gorosito, directora del museo, fue quien dio cierre al acto central. Su discurso, cargado de claridad política, puso el foco en la función vital del espacio como testimonio de lo que no debe repetirse: “En esta coyuntura triste, lamentable y compleja para las políticas públicas de derechos humanos, renovemos nuestro compromiso”. Reafirmó que la memoria que se construye allí no está basada en la revancha, sino en la justicia. Y que no es tarea exclusiva del Estado: es una construcción colectiva y persistente.

Pero la jornada no terminó ahí. Cuando el micrófono se apagó en el auditorio, comenzó una intervención audiovisual potente. A medida que las persianas automáticas bajaban, se proyectaron imágenes de archivo que recorrieron los juicios por delitos de lesa humanidad. En cada pared del salón, se escuchaban fragmentos de esas audiencias mientras se mostraban las fichas de los responsables: los altos mandos condenados por terrorismo de Estado. Fue una manera de decir que, aunque quieran silenciar, la justicia sigue hablando. Así, la arquitectura del museo se convirtió una vez más en testigo vivo de lo que allí se juzgó.

Luego, la ceremonia se trasladó a las escalinatas. Allí, la palabra fue tomada por quienes representan la continuidad vital de esta memoria: los hijos e hijas nacidos en la ESMA. Entre ellos, la diputada Victoria Donda compartió un testimonio íntimo, duro y potente. Agradeció a quienes sostienen el espacio y fue directo al corazón de su historia: “En ese salón donde estábamos sentados hoy, mi tío Adolfo Donda armaba los planes para ir a secuestrar a muchos de ustedes. Mi apropiador caminaba ahí mismo, y dos pisos arriba mi mamá estaba secuestrada mientras me tenía”. Su relato convirtió el lugar en una escena del crimen marcada por las huellas del terrorismo de Estado.

Las palabras de Donda no fueron solo un recuerdo: fueron una denuncia política y ética. “Esto es la escena del crimen. Y los que están hoy en el gobierno son los delincuentes, porque solo los delincuentes quieren borrar las escenas del crimen. Ellos defienden a los delincuentes”, afirmó. Y, como Testa, cerró con un llamado colectivo: “No los vamos a dejar que pasen”. Su intervención tejió un puente entre el pasado familiar, el presente político y la memoria como herramienta de transformación.

En ese marco, el abogado querellante Pablo Llonto, figura clave en los juicios de lesa humanidad, habló con Tiempo Argentino. Con claridad, se distanció de la idea de un festejo pasivo: “No estamos contentos por estos 10 años. La alegría existe, pero no será desmerecida por los decretos de Milei ni por su actitud destructiva”. Apoyó con fuerza las palabras de Donda y reforzó la idea central del acto: “Esto es la prueba del delito. Un delincuente intenta destruirla. Por eso quieren cerrar el museo”. Llonto no solo defendió el espacio físico, sino el sentido profundo de lo que allí se construye: memoria con justicia.

En su reflexión final, resumió el eje de la lucha: “No van a poder romper con las tres columnas centrales: la memoria, la verdad y la justicia”. Con orgullo, reivindicó el trabajo de los organismos, la transparencia de los procesos judiciales y la fuerza con que se sostienen las banderas que marcaron esta conmemoración.

Esa misma fuerza fue la que recuperó Lorena Battistiol, directora de Sitios y Espacios de Memoria de la provincia de Buenos Aires, también en diálogo con Tiempo Argentino. En su intervención, reconstruyó la historia de la apertura del museo y la conectó con las tensiones del presente.

“Ese día —recordó— estaban Rosa Roisinblit, Estela de Carlotto, Ana Testa, Alejandra Naftal y Cristina Fernández de Kirchner. Fue muy emotivo. Ya sabíamos que se terminaba el gobierno de Cristina, pero también que este proyecto se ponía en marcha”. Y en ese mismo recuerdo se inscriben las luchas que siguen: “Durante el macrismo, con todas las trabas, esto igual salió a flote. Y fue con la fuerza de una política pública que apostó a la memoria, la que necesitamos volver a tener frente a los atropellos que estamos viviendo”.

Battistiol retomó una idea que atravesó todos los discursos: la memoria no es un acto nostálgico, sino una política del presente. “Si no hubiera existido esa convicción política —tanto para abrir este espacio como para desarrollar la muestra— nada de esto hubiera sido posible”, afirmó. Así como Donda convirtió la historia personal en denuncia, Battistiol hizo de la historia institucional una reivindicación de la decisión política como motor de transformación.

La jornada concluyó con una certeza compartida: este Museo, como tantos otros espacios de memoria, no son solo lugares de recuerdo. Son trincheras de sentido, faros colectivos, escenarios vivos de una lucha que no cesa. Porque en tiempos de ofensiva negacionista, recordar es resistir. Y como dijo Ana Testa, en esta lucha nadie se salva solo: nos salvamos todos juntos.

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