En su tercera película como director, Sebastián Perillo construye un universo inquietante en el que una persona cuadripléjica se somete a una operación experimental para alcanzar una vida nueva.
Todo comenzó en 2007, en el teatro El Piccolino, cuando Perillo vio la obra homónima de William Prociuk. “Me gustaba la historia. Esa idea de la eternidad y la muerte. Había algo cinematográfico. Diez años después, conseguí los derechos y le pedí a William que no me pasara el guion, porque quería hacer algo nuevo, basado solo en lo que yo recordaba. Se copó, y junto a Gabriel Medina y Javier Rao armamos un guion original a partir de lo que les conté”, recuerda el director.
—¿Hubo un punto de partida claro para esta nueva versión?
—Fue inevitable pensar en Frankenstein y en las películas clásicas de los años 30, pero quería traer esa idea a nuestro tiempo. Me interesaba explorar las consecuencias éticas de los avances científicos. El proyecto terminó de tomar forma cuando decidimos incorporar la inteligencia artificial, algo muy presente hoy. Queríamos mostrar cómo la tecnología puede deshumanizarnos. Conseguimos locaciones especiales, armamos un equipo chico y arrancamos.
—¿La ciencia ficción necesitaba una estética tan cuidada?
—Sí. Quería que no se reconociera ni el lugar ni el tiempo. Que fuera algo neutro, universal. Buscamos transmitir esa frialdad del encierro, como si toda la vida transcurriera en un laboratorio. No hay referencias a ciudades, ni patentes en los autos. Solo el idioma indica dónde podría estar ocurriendo. Tiene que ver con mi cinefilia: quería que pudiera pensarse como una película italiana de los años 60 o como un film indie norteamericano.
—¿Te interesaba también el costado vincular de la historia?
—Siempre me interesa la relación entre los personajes. Le doy mucha importancia en el ritmo narrativo. En Biónica trabajamos ese punto: cómo se vinculan entre sí, cómo no hay buenos ni malos definidos. Todos viven una desesperación que puede tener causas distintas o similares, pero cada uno la manifiesta a su modo. Eso también se relaciona con el eje de la película: el desafío a la muerte.
—¿Cuánto duró el rodaje?
—Cuatro semanas, con un ritmo muy preciso. Fue en la pospandemia, y la inflación nos obligó a adaptar muchas cosas. Por suerte, el tipo de película nos permitía resolver con pocos recursos. La ciencia ficción independiente suele convivir con esas limitaciones. Obvio que teníamos bajo presupuesto, pero lo tomé como un desafío, como parte de ese linaje de películas clásicas hechas con poco.
—¿Cómo elegiste al elenco?
—A Luciana Grasso ya la conocía de La noche son de los monstruos, mi película anterior. Aunque el papel era para alguien mayor, ella tiene una amplitud enorme como actriz, y se sumó sin casting. A Santiago Pedrero también lo conocía de otras producciones. Tiene una intensidad trágica que le iba perfecto al personaje. Lo llamé directo. A Fabián Arenillas lo recordaba por películas de Rejtman, y me gustó su forma de actuar, como tildado. Y a Julia Martínez Rubio me la recomendó Mariano Galperin. Apenas hablé con ella supe que era ideal para el papel central. Se preparó muchísimo: hizo clases de tenis, de baile, entrenó para correr. Estuvo totalmente entregada al proyecto.
—¿Cómo ves el panorama actual para hacer cine?
—Trabajo en cine desde 2003 y casi todo lo que hice tuvo el puntapié inicial del INCAA. No es que el subsidio cubra todo, pero es la mecha que enciende el fuego. Prescindir de eso es un problema muy grave. Esa plata te permitía arrancar. Sin ella, es empezar desde cero. Hoy muchos proyectos están frenados, sobre todo los más arriesgados. En todos los países hay institutos que apoyan el cine sin esperar ganancia. Pretender que todo sea comercial es cerrar puertas. Hay que tomar riesgos. Las grandes productoras lo saben: para que haya una gran película, primero hay que bancar dos o tres más jugadas. Se podría haber revisado el sistema, claro, pero cortar todo demuestra no entender el rol del Estado como motor del arte. El resultado es que hoy casi no se hace cine. Y eso es tristísimo.
Un film de Sebastián Perillo. Protagonizado por Fabián Arenillas, Julia Martínez Rubio, Luciana Grasso y Santiago Pedrero. Estreno: 24 de abril. En cines.
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