Murió Ozzy Osbourne, el mítico cantante de Black Sabbath

Por: Raúl Devera

El músico había dado un memorable concierto de despedida el 5 de julio pasado en su Birmingham natal. Su estado de salud era endeble desde hacía años, padecía el mal de Parkinson y múltiples complicaciones.

Ozzy Osbourne, ícono del heavy metal, falleció este martes 22 de julio a los 76 años. La noticia fue confirmada por su familia mediante un comunicado oficial que pidió privacidad en este momento de duelo. Con él se va una de las figuras más influyentes, polémicas y carismáticas de la historia del rock.

Nacido como John Michael Osbourne en Birmingham, Inglaterra, Ozzy fue mucho más que el vocalista de Black Sabbath: fue un símbolo cultural. A lo largo de más de cinco décadas, encarnó los excesos, las contradicciones y el espíritu salvaje del rock. Su imagen —mitad bufón, mitad profeta del apocalipsis— lo convirtió en una figura única. Su legado, en cambio, es compartido por millones: cada riff oscuro, cada alarido distorsionado, cada remera negra con su rostro es testimonio de una era.

Ozzy logró despedirse desde un escenario de su Birmingham natal.

El nacimiento de una leyenda oscura

La historia comenzó en 1969, cuando Osbourne se unió a Tony Iommi, Geezer Butler y Bill Ward para formar Black Sabbath. La propuesta musical era radical: riffs pesados, letras sombrías y una estética que tomaba distancia del hippismo reinante. En apenas unos años, el grupo puso las bases de lo que hoy se entiende como heavy metal. El disco Black Sabbath (1970) fue un parteaguas. Pero sería Paranoid, editado ese mismo año, el que llevaría al cuarteto a la categoría de mito. “Iron Man”, “War Pigs”, “Fairies Wear Boots”: cada canción era un pequeño manifiesto de oscuridad.

Ozzy no era un cantante técnico, pero su voz nasal, aguda y desesperada era el instrumento perfecto para canalizar el dramatismo de esas canciones. Y su presencia escénica —medio poseída, medio payasesca— le sumó teatralidad a un estilo que recién comenzaba a tomar forma. En los ’70, Sabbath fue pionero, pero también marginal. Lo que hoy es considerado un pilar, en ese momento era visto con desconfianza por la crítica y con devoción por una juventud desencantada.

Después de una década turbulenta, marcada por las drogas y los conflictos internos, Ozzy fue despedido de la banda en 1979. Muchos pensaron que era el fin. Pero para él, fue apenas el principio de un nuevo mito.

En los últimos años, afectado por el mal de Parkinson y múltiples complicaciones de salud, Ozzy se había alejado de los escenarios. Sin embargo, el pasado 5 de julio volvió a tocar junto a Black Sabbath en Birmingham, en un show titulado Back to the Beginning. Aquella noche, marcada por la emoción y la despedida, ahora adquiere otro espesor: fue su último acto público.

Ozzy solista, excesos y resurrección

En lugar de hundirse, Osbourne reclutó al joven guitarrista Randy Rhoads y lanzó su carrera solista con Blizzard of Ozz (1980), un disco que contenía “Crazy Train”, una de las canciones más reconocibles del rock de los ’80. Con ese álbum y el posterior Diary of a Madman (1981), Ozzy redefinió su estilo: más melódico, más glamoroso, pero igual de potente. La muerte de Rhoads en un accidente aéreo en 1982 fue un golpe devastador, pero Ozzy siguió adelante, rodeado de músicos talentosos y escándalos constantes.

En esos años se forjó su leyenda como personaje público: desde morder una paloma en una reunión con ejecutivos de CBS hasta arrancarle la cabeza a un murciélago en pleno show. Su batalla contra las adicciones fue larga y dolorosa, y lo llevó a múltiples internaciones y recaídas. Pero incluso en sus peores momentos, Ozzy conservaba algo entrañable. Su figura no inspiraba temor, sino una mezcla de asombro y ternura.

A fines de los ’90 y comienzos de los 2000, con el reality The Osbournes, transmitido por MTV, se transformó en una celebridad de la cultura pop global. Lo que para otros hubiera sido una parodia autodestructiva, para él fue una nueva forma de conexión con su público. Mostrarse frágil, confundido, torpe, sin filtro, fue una manera —tal vez involuntaria— de humanizar la figura del rockstar.

A lo largo de los años publicó más de una docena de discos, colaboró con músicos de distintas generaciones y fue incorporado al Rock and Roll Hall of Fame. En 2011, Black Sabbath se reunió para una gira mundial que incluyó a Ozzy en plenitud vocal. Su último álbum solista, Patient Number 9 (2022), fue una despedida digna: lúgubre, melódico y lleno de colaboraciones ilustres.

El último acto y un legado eterno

En los últimos años, Osbourne luchó contra la enfermedad de Parkinson, múltiples cirugías y problemas de movilidad. A pesar de su deterioro físico, nunca dejó de hacer planes para volver a los escenarios. De hecho, apenas dos semanas antes de su muerte, el pasado 5 de julio, subió a tocar con Black Sabbath en Birmingham, en un show titulado Back to the Beginning. Fue su regreso a casa y, sin saberlo, su última vez frente al público. La ovación fue conmovedora.

La noticia de su muerte no sorprende del todo -se venía especulando con su salud desde hacía tiempo-, pero deja un vacío difícil de llenar. Porque Ozzy Osbourne no fue solo un cantante ni un personaje excéntrico: fue un símbolo generacional, un médium entre la oscuridad y la celebración. Su figura atravesó décadas, estilos y soportes. Fue amado por metaleros, punks, góticos, adolescentes y abuelos. Y fue, sobre todo, una figura auténtica, sin imposturas.

“No me arrepiento de nada”, dijo en una entrevista reciente. “Todo lo que hice, lo hice con el corazón, incluso cuando no tenía idea de lo que estaba haciendo”. Esa frase resume su espíritu: inconsciente pero honesto, brutal pero genuino.

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