Falleció el cofundador de la banda británica que marcó a generaciones con "Breakfast in America". Su piano y su estilo blues fueron el contrapunto perfecto al vuelo de Roger Hodgson.

Fundó Supertramp en 1969, cuando aún Londres vibraba con los restos del swinging y el underground psicodélico. Con Hodgson como socio creativo, Davies construyó una dupla extraña: el soñador místico de melodías celestes y el crooner de blues urbano que se arrastraba por el piano con groove jazzero. Esa tensión –el cielo y la tierra, lo etéreo y lo terrenal– fue lo que hizo del grupo algo más que una rareza progresiva: los catapultó a llenar estadios y a vender más de 60 millones de discos.
En la era dorada de los ’70, Supertramp ofreció algo único. Mientras el rock sinfónico se desbordaba en suites infinitas, Davies equilibraba la ambición con una elegancia pop precisa. Su sello está en Crime of the Century (1974), donde su voz grave en “Bloody Well Right” marcó contraste frente al vuelo místico de “Dreamer”. Y sobre todo en Breakfast in America (1979), disco que redefinió el soft rock y que se convirtió en un fenómeno global. Allí, mientras Hodgson firmaba “The Logical Song” y “Take the Long Way Home”, Davies aportaba su pulso urbano en “Goodbye Stranger” y “Gone Hollywood”.
Pero más allá de los hits, lo que distinguía a Davies era la capacidad de darle densidad y peso emocional a un género que muchas veces caía en la liviandad. Su timbre áspero, casi de barítono de club de jazz, anclaba las canciones y evitaba que la banda se disolviera en pura ensoñación. Supertramp era Hodgson volando y Davies marcando la gravedad. Sin esa tensión, probablemente no hubiera existido la magia.
Cuando Hodgson se fue en 1983, muchos pensaron que Supertramp estaba acabado. Davies, sin embargo, mantuvo el barco en marcha con discos como Brother Where You Bound (1985), que mostró un costado más político y oscuro, en sintonía con los años de Thatcher y Reagan. Aunque el éxito masivo ya no fue el mismo, la banda continuó girando con lealtad de público y un prestigio que sobrevivió a modas.
La noticia de su muerte deja a Supertramp sin su brújula. Porque si Hodgson aportó el vuelo, Davies fue siempre la columna vertebral, el que bajaba las canciones a tierra, el que sostenía el groove con un piano Fender Rhodes y un pie en el blues. En tiempos donde la nostalgia ochentera recicla todo, su figura aparece como recordatorio de algo esencial: el pop, para durar, necesita tanto de las melodías celestes como del barro.
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