Una película que al principio consigue poner en evidencia uno de los problemas más ocultos de los jóvenes de hoy, que es la falta de libertad para perder el tiempo, pero que luego toma el rumbo de la corrección política.
Como cualquier película para adolescentes que se precie de tal, Nerve intenta aterrorizar: en esa edad en que lo que viene es totalmente desconocido, el temor abunda, y así la fábula crece.
En este caso, dos amigas en el último año de la secundaria se reprochan mutuamente sus diferencias, eso que sólo los que se quieren mucho pueden hacer. En el medio, un juego online que sobre todo se sigue a través del celular, sirve de excusa para que una y otra desafíen sus propias limitaciones y de esa manera pongan a prueba su amistad.
Nerve, tal el nombre del juego, funciona como un panóptico pero en movimiento, un Gran Hermano que todo lo puede averiguar, conocer y así desafiar a quienes son jugadores (la otra categoría es espectador, y tiene la misión de filmar con su celular todos las pruebas que los jugadores deben atravesar); cada desafío superado es un incremento en la cuenta bancaria. El asunto es que salirse de Nerve es casi imposible sin perder todo lo ganado.
En su primera parte el film además de entretenido es didáctico sobre las prácticas de los más jóvenes en el país más amante de toda la novedad tecnológica, en especial la que está estrechamente ligada a las relaciones sociales. En esa primera mitad se convierte en un fresco sobre la enorme presión que existe sobre los adolescentes en cuanto a rendimiento de todo tipo, en especial en tomar, desde los 15 años (cuando no antes), decisiones que supuestamente determinarán su destino de adultos. Nada más incierto que el mundo de hoy en la época de la vida incierta por naturaleza: lo que se ve son jóvenes perdiendo la ilusión y el altruismo prematuramente en pos de asegurarse un camino seguro y confiable a la adultez, algo sin pies ni cabeza por donde se lo mire.
En esa irracionalidad, Nerve ofrece la aventura de la que ellos han despojado sus vidas incluso antes de tenerla: el tiempo es poco y la carrera longa, así que la idea de que quien larga más temprano tendrá mejor puesto cunde entre los pibes, que desechan todo lo que sea perder el tiempo hueveando un rato. Como todo producto exitoso, Nerve cubre una necesidad. En este caso, la adrenalina que pibes repletos de obligaciones no pueden salir a quemar ni a producir en andanzas lúdicas.
Luego la película toma el cauce que se temía desde el principio: apela a la moral, introduce a sus personajes en la defensa de la corrección política y game over: la ilusión de que algo se salga de cauce y sorprenda se diluye hasta desdibujarse como la figura de Juliette Lewis en su rol de madre trabajadora.
Nerve: un juego sin reglas (Nerve. Estados Unidos, 2016). Dirección: Henry Joost, Ariel Schulman. Guión: Jessica Sharzer.
Con: Emma Roberts, Juliette Lewis, Dave Franco, Emily Meade, Miles Heizer. 96 minutos. Apta mayores de 13 años
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