
Hoy la noticia de su partida a otros destinos nos encuentra con tristeza, pero su obra continúa y ya somos cientos los que sostendremos su legado, ahora junto al Padre Andrés.
Podríamos decir con total certeza que aquí, en la comunidad de San Martín, hay un antes y un después del Padre Pepe. Su obra deja cimientos de esperanza, unidad y acción que necesitamos para reconstruir los lazos políticos y sociales.
Desde su llegada, hace ya 10 años, Pepe construyó una iglesia abierta al pueblo, participativa e involucrada en los conflictos de su comunidad. Difundió la palabra con el sentido que prepara para la acción, para la participación social, cultural y política. Un oído puesto en el pueblo y el otro en el evangelio, como predicaba Monseñor Angelelli.
En nuestros encuentros siempre charlamos sobre los problemas de la comunidad de José León Suarez. Coincidimos en la necesidad de coordinar esfuerzos para darle volumen a las problemáticas más urgentes. Durante la pandemia, entre sus parroquias y nuestros comedores, hicimos frente para atender la demanda alimenticia y sanitaria de los barrios más humildes. Los comedores de las organizaciones sociales no cerraron nunca. El Padre Pepe tampoco.
Mientras muchas personas con responsabilidades de Estado prefieren no hablar de narcotráfico por miedo o justificándose en que es un problema muy complejo, esperando que la respuesta caiga del cielo, el Padre Pepe se puso el tema al hombro y se convirtió en una referencia para resolver uno de los conflictos más graves que vivimos los sanmartinenses. Además de coordinar la Comisión Nacional de Pastoral de Adicciones y Droga dependencia, donde se viene impulsando desde hace algún tiempo una Ley de Emergencia Nacional en adicciones, también es común escuchar a cualquier madre o padre desesperado por el consumo de su hijo, hija o familiar: “voy a lo del Padre Pepe”.
Sus hogares de Cristo son de los pocos que atienden demanda espontánea, son abrigo y contención sin restricción horaria. Pepe hace mucho: a través de la formación profesional y artística, deporte, asistencia alimentaria, espacios educativos de distintos niveles, desarrolló durante estos años la triple C: Capilla, Colegio y Club. Es decir una iglesia popular, la iglesia de los humildes, de la participación política y social, como nos enseña el evangelio de Cristo.
A los que tenemos responsabilidades políticas o de Estado nos toca ver esa obra y tomar su ejemplo y a quienes vivimos en San Martin nos toca agradecer y poner en valor ese enorme trabajo que lo tuvo como impulsor y que junto con la comunidad ha hecho de nuestros barrios más humildes lugares más justos. Seguramente sea un hasta luego porque nadie se va definitivamente de su hogar. ¡Gracias Pepe querido!
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