Palíndromos, anagramas y otros juegos lingüísticos, una literatura alternativa que hace malabares con las palabras

“Sé verlas al revés”. Esta frase es un palíndromo -que se lee igual en ambos sentidos- y también lo son innumerables palabras: “allá”, “narran”, “salas”, “reconocer” y “radar”. En una sala del Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555), este miércoles 20 de agosto a las 19 se inaugura la muestra que sirve como un radar para reconocer éste y otros juegos de palabras: Yo soy: palindromía, anagramas y otros experimentos literarios. Como dice la invitación: “Es una literatura alternativa, poco conocida o ignorada”. Para gozar de palíndromos como “¿somos o no somos?”, “yo soy” o “luz azul”.

No sólo se expondrán libros e imágenes en torno al género lingüístico que se lee del derecho y del revés. La exposición en la Sala Leónidas Lamborghini del Museo del Libro y de la Lengua, de 14 a 19, organizada por la Biblioteca Nacional, también abarca anagramas, tautogramas, cuadrados sator y calambures: son especies que, “si bien hoy tienden a una funcionalidad cercana al arte, a la experimentación y al juego, en el pasado estuvieron vinculados a la verdad revelada, a la magia y a la religión”, sigue explicando la invitación oficial.

Se mostrarán -con entrada libre y gratuita- materiales de escritores contemporáneos, locales y del exterior. Pero, ¿qué son estos géneros? Un anagrama es una palabra o frase que se forma al reorganizar las letras de otras (como “amor” y “roma”); un tautograma es un texto, poema o verso donde todas las palabras comienzan con la misma letra (“poeta palpa palabras pensando poemas”); un cuadrado sator es un rectángulo mágico compuesto por cinco palabras; y un calambur agrupa varias sílabas para alterar el significado de las palabras a las que pertenecen. Aquí dos ejemplos de calambures: “Yo loco, loco, y ella loquita” y “yo lo coloco y ella lo quita”.

Palíndromos y otros artilugios lingüísticos

Desde ya, son artilugios lingüísticos para la sorpresa, los acertijos y la poesía. Basta leer a Francisco de Quevedo, a José Hernández o a Juan Filloy: el calambur atraviesa la literatura. “Uno ve la muestra y se queda pensando en palíndromos, anagramas, tautogramas o calambures”, dice Esteban Bitesnik, del equipo del Museo del Libro y de la Lengua, y pondera la labor de su compañero Pablo Licheri, del diseñador Gustavo Ibarra y del curador: el artista plástico y escritor Ral Veroni

“La muestra recorre todo este universo de juegos lingüísticos y su atractivo está en una gran cantidad de objetos visuales y de estudios alrededor de estas series de palabras”, observa Bitesnik. También “hay una sección que tiene que ver con la íconopalindromía, en donde la imagen complementa al texto o arma el palíndromo. Hay libros expuestos que son muy llamativos, como poemas escritos como un gran palíndromo, o un montón de anagramas a partir del nombre de Ernesto Cardenal. Luego te quedás buscando anagramas por todos lados”.

Bitesnik capta el sentido profundo de estos artilugios del lenguaje: “El anagrama recompone una palabra utilizando las mismas consonantes y las mismas vocales -repasa-. Pero lo que encierra, muchas veces, es una revelación. Un ejemplo está en ‘Buenos Aires’ y en su anagrama ‘urbe asesino’. Allí aparece una información que parecía encerrada dentro del primer término”. O también está “Argentina”, con el que se construye el anagrama “ignorante”. Para Bitesnik “estos juegos son como un espejo deformado muy atrapante”.

El catálogo de la muestra, de 64 páginas, expone al detalle todas estas especies y su despliegue visual en la Sala Leónidas Lamborghini del Museo del Libro y de la Lengua. ¿Qué piensa Ral Veroni como curador? “El que llega a la muestra y no sabe nada de estos géneros, de la ludolingüística, tiene para recorrer un mundo incógnito e inexplorado”, define. “Es como penetrar una selva de sílabas, letras y misterios. Es un universo inexplorado y fascinante por lo que se puede llegar a hacer. Algunos dicen que el que experimenta con estos géneros es un creador, otros un investigador, pero siempre hay una sensibilidad poética detrás”.

Así adelanta Veroni la potencia visual de la exhibición: “Las mismas frases especulares del palíndromo, o el mismo reordenamiento del anagrama, hacen que las letras se vuelvan visuales -describe-. Todo se vuelve un ejercicio de observación: si el espectador tiene curiosidad y paciencia empieza a buscar cómo una frase deriva de la otra”. Y da otro ejemplo: “Cuando uno se enfrenta a un cuadrado sator empieza a mirar las letras como lo que fueron originalmente: ideogramas, representaciones. Las capta no sólo por el sentido que transmiten, sino por la distribución que tienen”.

Para la exposición Yo soy: palindromía, anagramas y otros experimentos literarios no pensaron en un público experto ni entendido en estos procedimientos: “El que esté abierto y sea curioso se va a encontrar con un mundo bastante particular”, invita Veroni. Y atesora su trabajo con el ícono palíndromo: “No sé si en otros lugares se practica tanto como aquí. Como sociedad tenemos mucha vinculación con la imagen. Yo escribí un artículo para el Club Palindromista Internacional hablándoles del ícono palíndromo, pero no me contestaron”. Pero no se desalentó: “Ahora está claramente mostrado en la exhibición”.

Casi todos los palindromistas, en algún momento, “sienten la necesidad de dibujar, ya que el palíndromo puede ser una frase absurda y eso lleva a que el dibujo sea un anclaje para la frase. Es un ida y vuelta: un juego de creación que es visual y textual”, distingue Veroni, quien hizo la selección de expositores para el Museo del Libro y de la Lengua a partir de su experiencia con el sello Ediciones Urania. También sumó datos gracias a la película “¡Viva el palíndromo!”, de Tomás Lipgot, “que va a ser proyectada durante la exposición”.

Por eso celebra el profuso catálogo de la muestra: “Allí puse juegos del lenguaje que van desde el más absoluto absurdo hasta demostrar cómo alguien logra no sólo un soneto palindrómico, sino cien. No se puede creer lo que algunos autores inventan con anagramas, palíndromos, tautogramas o calambures”, se fascina Veroni.

Luego ofrecerá toda una teoría acerca de la confluencia de palíndromos en las palabras amerindias, adosadas al castellano, “para un relevamiento de la toponimia palíndrómica de Sudamérica”: es un vasto mundo de repeticiones y sorpresas de la lengua.

Pero lo importante es el concepto: el palíndromo y el anagrama “formaban parte de la religión y de la magia -dice Veroni-. Podían ser talismanes o recursos para encontrar una verdad revelada, o la idea casi cabalística de que una palabra encierra las verdades de Dios: experimentar con el palíndromo y con el anagrama era una acción para hallar los mensajes de la divinidad”.

Pero, con el auge de la razón, todos estos dispositivos lingüísticos se volvieron un juego: “Si ahora son ejercicios literarios, antes eran vistos como símbolos de una realidad superior, divina o celestial”.