Insólitas filtraciones, renuncias y despidos, críticas de los medios, acusaciones de "alcohólico crónico" sobre su director, entre otros episodios. Trump reacciona con ataques y la OTAN con gran temor.

En este ambiente que lleva a la desconfianza, y con el telón de fondo de una sucesión de renuncias y despidos que diezmaron lo que hace sólo cuatro meses, al asumir, era el mejor equipo del mundo, viejos analistas militares citados por los medios se plantearon preguntas acuciantes. «Hasta cuándo Trump mantendrá a ese inepto que nos puede llevar al desastre en cualquier sitio y romper el esquema de la seguridad nacional. Con él al frente, podrá el Pentágono responder a una situación de emergencia». Como muestra de su inestabilidad –su madre lo definió como “alcohólico crónico”–, Hegseth amenazó al almirante Christopher Grady, jefe del Estado Mayor Conjunto, con conectarlo a un detector de mentiras. “Te enchufaré un polígrafo en el culo”, le gritó. Lo dijo el circunspecto The Wall Street Journal.
Quizás nada de eso habría trascendido si no fuera porque a la hora de definir las acciones a seguir con los chiitas hutíes que operan desde Yemen, fue invitado al zoom el director de la revista The Atlantic, Jeffrey Goldberg. Cuando trascendió la novedad, el episodio desnudó todas las miserias y carencias del gobierno. Fue casi como ponerle punto final al concepto de seguridad. Atacó la libertad de expresión entendida desde la laxa óptica occidental.
Al preguntársele por el tema, Trump amenazó sin sutilezas a la revista nacida hace 170 años en Boston, respondiendo con un “no la conozco, pero me dijeron que está por cerrar”. En su arremetida, dijo que “la gente debería odiar a esos medios”. Se refería a CNN, Político y lo más tradicional de la prensa norteamericana. También mostró que el nepotismo –la esposa, el hermano son sagrados– es intrínseco a ciertas formas de entender la política.
Entre los aliados europeos de la OTAN, lo que definen como la “crisis del Pentágono” les puso los pelos de punta, no sólo por las grietas que muestra el socio mayor, y sostén, de la estructura bélica, sino porque Hegseth es el hombre de confianza de Trump para entender en asuntos sensibles como la guerra en Ucrania. En el plano interno, hasta los demócratas, guardados a silencio tras la derrota electoral de noviembre, retomaron el aliento opositor y cargaron las tintas sobre el presidente. «No debemos olvidar que la última responsabilidad es de Trump por haber seleccionado a un ex presentador de televisión de fin de semana para semejante cargo, cuando no tiene ninguna experiencia en dirigir un organismo grande y estratégico, el departamento más importante del gobierno, la persona que debe tomar decisiones de vida o muerte para el país y para otros», dijo la senadora Jeanne Shaheen.
Los republicanos tampoco se sienten muy “seguros” con Hegseth, como expresamente lo dijo Don Bacon, ex general de la Fuerza Aérea y gran caudillo de Nebraska, que llegó a sugerirle a Trump que despida a este señor que «no cuenta con experiencia para encabezar el Departamento de Defensa. Me gusta como presentador dominguero de la Fox News, pero ¿tiene la experiencia necesaria para conducir una de las organizaciones más grandes del mundo? Parece que se produce un derrumbe allí, un torrente de humo sale del Pentágono y me da la impresión de que hay fuego allí. ¿Para qué esperar a que se desate un incendio que todo lo devore?», razonó. Bacon no fue el único republicano que se manifestó, pidiéndole a Trump que «abandone su capricho y el amiguismo y se deshaga ya de Hegseth».
En estos días, mientras seguía recibiendo las caricias del presidente por su devastadora campaña de despidos (ver aparte), Hegseth, quien se autodefine como «un nacionalista cristiano que ama a Israel y odia al Islam”, recibía un violento sopapo de la Justicia. Los magistrados no se alarmaron porque de sus designios y humores dependerán las acciones de millones de soldados y mercenarios y porque tendrá a disposición el mayor arsenal nuclear del mundo. Dos jueces federales declararon inconstitucionales sendas medidas dispuestas por él. Por una, privaba de servicio médico al personal transgénero del Pentágono. Por otra, expulsaba de las distintas armas a todos los de esa condición, “dados de baja porque atentan contra la disciplina y los valores de las fuerzas armadas, son incompatibles con lo militar».
Con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, cargando esta segunda vez con un rico historial delictivo que incluye un intento de golpe de Estado –6 de enero de 2021–, la frágil institucionalidad estadounidense empezó a chapotear en un fétido presente. Ante la falta de una impetuosa, o aunque sea bochinchera oposición, el presidente gobierna por decreto, a ritmo acelerado y con sadismo, como dicen los vecinos mexicanos, y sus laderos se trenzan en una contienda en la que todo está permitido y, como se constata también por estos lares, la sobreactuación de los alcahuetes puede desembocar en las más peligrosas acciones. Lo poco con dignidad que queda del Partido Demócrata advirtió que a este ritmo presidencial, la democracia de quien se presenta ante el mundo como el faro de la libertad se va al diablo
Hasta el expresidente Joe Biden, quizás el más anodino de los actores políticos de la gran potencia, advirtió en las postrimerías de su mandato que “la democracia de Estados Unidos está en peligro”. Días atrás, Trump dio un paso más en el camino hacia el abismo y mostró hasta dónde puede llegar en el desmantelamiento de la democracia norteamericana. Firmó un breve decreto con el que aspira a cambiar las reglas electorales, apropiándose de facultades que son constitucionalmente propias de los Estados y del Poder Legislativo, como los mecanismos que garantizan el secreto del voto. Paralelamente, le dio carta blanca al jefe del Pentágono, Pete Hegseth, para que avance en un programa de politización de las fuerzas armadas, el resorte que le faltó para consumar el golpe de Estado de 2021.
Así fue que hace dos semanas, y con “el invalorable aporte de Elon (por Musk, el hombre que ahora se va a trabajar para sí, el más rico del planeta al que Trump le encargó el manejo de la motosierra), decidimos reducir el 20% de los generales y almirantes cuatro estrellas”. La medida sigue a otra serruchada que se llevó a un número no revelado de oficiales superiores, al 15% de la planilla civil y el 20% de los generales de la Guardia Nacional. De todas maneras, Hegseth “tranquilizó” al mundo y a los sagrados contribuyentes. “Con estas medidas –se ufanó– mantendremos nuestra posición como la fuerza de combate más temible del mundo, instaurando la paz por la fuerza y garantizando una mayor eficacia a futuro”. Días después de asumir, Trump había descabezado a la cúpula de todas las armas, una herencia de Biden a la que remplazó por oficiales probadamente republicanos.
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