Piñera intenta frenar el grito de un millón de chilenos con un cambio de ministros

Por: Ariadna Dacil Lanza

La mayor revuelta popular desde la dictadura, coronada con una imponente demostración en Santiago, lejos está de haberse sofocado, aunque el presidente tome medidas, pida disculpas y también él diga que escuchó al pueblo.

«La multitudinaria, alegre y pacífica marcha de hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario, abre grandes caminos de futuro y esperanza». No son las palabras de un dirigente de la Coordinadora Nacional de Estudiantes Secundarios (CONES), ni del PCCh, sino las del propio presidente Sebastián Piñera en referencia a la movilización más convocante que haya tenido ese país y que fue en su contra. El presidente intenta obviar que la manifestación, sus consignas, cantos, pintadas, carteles eran críticos de su gobierno en general («Derecha asesina») y de su figura en particular («Evada como Piñera» o «Renuncia Piñera»). No hay «que se vayan todos». Piñera es el foco. De todos modos, la masividad tuvo como contracara la falta de organización –sin presencia identificable de partidos y sindicatos–, lo que dio margen de acción a los carabineros y FF AA para reprimir frente a una masa que corría y dispersaban sin rumbo claro. «Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado», continúa el mensaje que el presidente publicó en sus redes a las 21:25 el viernes. Pocas horas después, el mediodía del sábado transcurría tenso y sereno, cuando Piñera anunció que le pidió la renuncia a todo su Gabinete para «poder enfrentar estas nuevas demandas y hacernos cargos de los nuevos tiempos». También que «luego de conversar con las Fuerzas Armadas» levantó los estados de emergencia y el toque de queda. «La derecha con una mano pide perdón y con otra apunta», dice una pintada que ya anticipaba las palabras de otro presidente de la región que se disculpa.

El día de la marcha histórica –se estima un millón de personas en las calles de una ciudad con poco más de seis– empezó con una conferencia de prensa en la Central Unificada de Trabajadores (CUT), en la que su presidenta, Bárbara Figueroa Sandoval, señaló que «no hay una crisis de orden público sino una crisis social y política muy profunda». También exigió el llamado a una Asamblea Constituyente y la discusión de una nueva Constitución para desprenderse del legado de la dictadura. Sandoval respondió a Tiempo que el gobierno «no tiene margen» para desoír a las bases, y «que las contundentes movilizaciones de estos días demuestran que la ciudadanía está demandando no sólo representatividad sino también que se escuchen sus voces de manera directa y para eso existen mecanismos». Finalizado el intercambio, cerca del mediodía, unas decenas de miembros de la CUT se dirigieron a una concentración de trabajadores sobre el Bandejón Central de la Alameda, a metros de la icónica Torre Entel de Santiago.

Valentina Miranda tiene 19 años, vocera nacional de la CONES, fue detenida por carabineros durante el toque de queda: «Estábamos en un caceroleo pacífico y de la nada apareció una patrulla que empezó a perseguirnos directamente a nosotros, cuando en la calle éramos cerca de 30, y corrimos hasta el hall de nuestro edificio y los carabineros detrás. Empezó una golpiza enorme donde a mí me tiraron gas pimienta en la cara, lo que me generó una reacción alérgica y me hizo tener una crisis de pánico en la comisaría. Ahí no me entregaron el parte de detención y hubo varias irregularidades. También llegó una periodista internacional, que contaba con un salvoconducto, pero igual fue detenida. Si no fuera porque intervinieron dos fiscales quizás hasta hoy estaríamos detenidos». Pero Valentina no se ciñe a ese episodio y advierte: «Si no somos capaces de cambiar este sistema que precariza la vida, Chile va a seguir en esta movilización social. Y si el presidente no hace nada se va a exigir su renuncia».

En la comisaría Tercera de Santiago, Ignacia Caballero habla fuerte con su colega mientras los carabineros la miran de reojo. Es abogada de derecho laboral pero a razón de la coyuntura participa de una organización que surgió en la Universidad de Chile para armar «piquetes jurídicos»: «Somos abogadas, abogados y estudiantes de Derecho que nos repartimos en las comisarías para entrevistarnos con los detenidos, y saber si están golpeados, si les están leyendo sus derechos, si les dan la llamada, y controlando que, cuando las detenciones no ameritan que queden toda la noche, se los vaya soltando». Ella también debe tramitar todos los días un salvoconducto para moverse durante el toque de queda. Mientras un cuadro de Piñera lo mira desde la pared, el carabinero Jorge Barrera, inquieto frente a la credencial de periodista, quiere saber qué se pide en las calles y pregunta sin que nadie lo haya insinuado: «¿Así que somos abusadores?».

Desde las 15 ya se escuchan con más intensidad los bocinazos, pitidos y cacerolas dirigiéndose a Plaza Italia, punto de la concentración, pero la masividad desbordó todas las calles aledañas. El cortejo principal fue en la avenida Libertador Bernardo O’Higgins, pasando por el Centro Cultural Gabriela Mistral. En una calle paralela se inició un cruce de manifestantes que arrojaban piedras a las fuerzas especiales de carabineros mientras estos avanzaban con gases lacrimógenos que llegaban hasta la concentración principal. «El que no salta es paco» (policía) o «ya vas a ver, las balas que vos tiraste van a volver», cantaban ya desde el inicio se la convocatoria. El séptimo día con las Fuerzas Armadas en las calles.

Las banderas con más presencia eran la de Chile y la del Pueblo Mapuche (9,9% de la población nacional se autopercibe como tal). La marcha continuó por la Universidad Católica, el cerro Santa Lucía, la Biblioteca Nacional. Un joven profesor de música en un colegio «en la granja», no dice su nombre pero comenta: «Es importante para mis alumnos que un profesor de ellos los represente en las calles, con ideas claras, con un pueblo unido, consciente de las necesidades que tenemos los profesores pero también el resto de los pobladores». Ya cerca de la torre Entel comenzaron los desmanes. Camiones hidrantes ingresaron por la avenida arrojando agua y gases, pese a la tranquilidad de la movilización.

La falta de organización dejaba a cada grupo a su suerte. Algunos buscaron llegar a La Moneda pero el vallado y los militares arrojando gases impedían el acercamiento. En el regreso gran parte de las calles seguían valladas, en otras hubo corridas, fogatas, barricadas, además de cajeros y comercios con los vidrios rotos. El mensaje de Piñera en la noche hace dudar sobre una real escucha a las demandas de la calles, porque mientras anuncia una modesta «Agenda Social» sin modificaciones estructurales, gobierna con la Constitución pinochetista y reprime, aunque ahora pida la renuncia a sus ministros. Como asestaban las consignas: «¡Piñera, tus manos están manchadas de sangre!»

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