Un libro del Cels rescata las experiencias de presos políticos e hijos de desaparecidos en las audiencias virtuales que siguieron a pesar del virus.

Tal es uno de los ejes de análisis de POST: cómo luchamos (y a veces perdimos) por nuestros derechos en pandemia, el flamante libro del Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels) –editado por Siglo XXI– que interpela desde distintos ámbitos los logros y las derrotas que implicó –e implica– el impacto del coronavirus.
Entre capítulos sobre la situación de inquilines, manicomios, violencia institucional y otros, el de los juicios de lesa se basa en el relato de tres personas que dieron testimonio judicial a través de la pantalla. “Queríamos saber qué les pasó a les testigues víctimas, porque han tenido que declarar en un escenario muy particular. Son delitos gravísimos, que ya para declarar conllevan un montón de movilizaciones, y estamos acostumbrados a verlos en las salas de audiencias con amigues y familiares acompañando. Ahora nos veíamos en nuestras casas, en ámbitos reducidos, y pensamos si habíamos perdido la dimensión simbólica de los juicios”, dice Sol Hourcade, coordinadora del área de Memoria, Verdad y Justicia del Cels, en diálogo con Tiempo. “Rescatamos cómo cada uno y cada una pudo tomar ese espacio que no era el de la sala y utilizarlo para poder poner la palabra por los que ya no están, interpelar al Poder Judicial y al Estado”.
María Julia Coria declaró por primera vez en plena pandemia. Fue en la causa que investiga la desaparición de su mamá y su papá, militantes de Montoneros, en “El Vesubio”. Su reacción inicial ante la imposibilidad de hacerlo en el escenario judicial tradicional fue de bronca. Pero eso se transformó: “Me sentí como si fuera en mi ley. En mi cama, en el punto de la casa donde hay Internet. Arriba, mis hijos con mi marido. Y yo sabía que si mandaba un mensaje, me ayudaban con un vaso de agua. También tenía acá mis fotos, mi cuaderno”. Declaró con su familia del otro lado de la puerta y sus amigas presentes por Zoom. “De una forma u otra, la sala de audiencia del tribunal se convirtió en territorio personal”, concluyeron les autores del capítulo “Poner el cuerpo”. Además de Sol Hourcade, lo escribieron Guadalupe Basualdo, Federico Ghelfi, Juan Cruz Goñi, Florencia Mogni y Anabella Schoenle.
Orlando “Nano” Balbo fue secuestrado el 24 de marzo de 1976 y llevado a la delegación de la Policía Federal en Neuquén, donde fue torturado antes de convertirse en preso político. Durante la pandemia, declaró por videoconferencia desde su casa. Un representante de la fiscalía se acercó hasta allí para ayudarlo en la comunicación por sus problemas de audición. En declaraciones previas se había sentido maltratado por esa condición. Esta vez, desde su casa, no.
Raquel Robles Pasatir busca justicia por su mamá y su papá, secuestrades en 1976. Declaró en la megacausa de Campo de Mayo. Y le puso el cuerpo desde la virtualidad, literalmente. Ante la pantalla, se sacó la ropa y mostró su piel escrita con los nombres de 500 desaparecides de ese centro clandestino. “¿Por qué sigo preguntando lo mismo después de todos estos años? ¿Dónde está mi mamá? ¿Dónde está mi papá? Estoy en pelotas frente a la Justicia”, interpeló al tribunal de forma remota. «
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