El documental de Tino Pereira muestra la desolación y lucha de los azufreros de Salta. Una invitación a conocer y reflexionar el costo social de las políticas económicas de la última dictadura cívico-militar y las actuales.

“Ya hace como veinte años me gustaban los pueblos fantasmas en general. Quizás por una deformación profesional, pues yo soy historiador, siempre me generaron mucha intriga y tengo una especie de fascinación por las ruinas. Siempre pienso en qué historias hay detrás de eso, detrás de ese abandono, ¿no? Me pregunto qué habrá pasado alguna vez ahí cuando eso estaba vivo. Le fui dando vueltas durante muchos años y no encontraba la historia, hasta que, después de investigar muchísimo sobre pueblos fantasmas, apareció esta”, admite el director, quien fue premiado por varios cortos y coescribió con Candela Vey, su esposa, el libro Por ser mujer, biografía de Vlasta Lah, la primera directora de cine de la Argentina.
-¿Qué te llamó la atención de esta historia?
-Tenía dos atractivos muy particulares. Uno era que representaba la historia del país. Porque mirá la casualidad: es un pueblo que nace a partir de una mina de azufre en la cordillera salteña. Después del golpe del ’43, el gobierno militar compra la mitad del paquete accionario y empieza de a poco a generar una industria a partir del azufre que se utilizaba para acciones militares. Cuando llega el peronismo compra todo el paquete accionario y construye lo que llaman el campamento, que es el pueblo La Casualidad. Fue un pueblo enorme, donde vivían aproximadamente 3500 personas. Fue próspero: en la década del 60 ya tenía cloacas. Parte de la ciudad de Buenos Aires no tenía cloacas todavía en ese momento. Gracias a una inversión muy fuerte del gobierno peronista -y que fue continuada por todos los gobiernos, tanto militares como democráticos- era algo rentable. Durante la década del 70 tuvo incluso su récord de producción. Cuando llegó la última dictadura, Martínez de Hoz, que conocía mucho Salta y sus industrias, decretó el cierre de la mina sin dar explicaciones. En el transcurso de tres años se fueron llevando a las familias, de manera cruel y deshumanizada. Te llegaba un telegrama y te decían: «Bueno, la semana que viene agarre todas sus cosas, le ponemos un micro hasta la estación de tren más cercana y listo». Y te dejaban en Salta así, con lo puesto. Ni indemnización, ni plan, de un día para otro: chau.
-¿Y así se fue desmantelando?
-Sí, el pueblo cerró definitivamente en 1979 y desde ahí se convirtió en un pueblo fantasma. Todo quedó abandonado. Para colmo, en 1995 Carlos Menem, en una disputa territorial con Chile, terminó regalando el territorio. La mina de azufre, que estaba a unos 40 kilómetros del pueblo, en un lugar que se llama Cerro Estrella, hoy forma parte de Chile. De alguna manera, sentí que todo ese recorrido era un poco la historia de la Argentina del siglo XX.
-¿Se explica un poco lo que hoy en día pasa? ¿Hay una conexión con la actualidad?
-Ni hablar. El desguace de un país puede generar mucho dolor y pérdidas económicas. Esta película se filmó durante el macrismo, en 2018, y ya era actual. Hoy que se estrena, unos siete años después, sigue siendo igual de actual o más. Los ciclos económicos neoliberales son repetitivos en la historia argentina y este documental da cuenta de eso.
-En el documental es muy fuerte lo que sienten los habitantes. ¿Cómo seleccionaste los testimonios?
-Hay cientos de historias de pueblos fantasmas. Muchas tienen que ver con el cierre de ferrocarriles y de industrias. Pero en este caso, los exhabitantes se organizaron y formaron una ONG. Se llaman a sí mismos «azufreros». Esa unión lo hizo posible. Me llevó unos meses: fui contactando a la gente, metiéndome en el círculo, generando lazos, ganando su confianza. No es fácil para alguien contar una historia así, llena de dolor y frustración. Elegí los testimonios que creí más fuertes.
-¿Cuánto tiempo pasaste allí?
-Fui varias veces durante un año. Viajé con ellos para conocer el lugar, con un camarógrafo, e hice el recorrido que hacen ellos: un viaje de día y medio. Aunque desde la ciudad de Salta no sean tantos kilómetros, es un camino muy sinuoso, de montaña, destruido, sin señalizaciones. Ellos viajan en un colectivo de línea, sin aire acondicionado, sin calefacción, sin bodega para los equipajes, sin baño, en las temperaturas del desierto: frío extremo de noche, calor extremo de día. Una vez por año pasan tres o cuatro días ahí y se vuelven. Visitan a sus muertos, porque hay un cementerio. Llevan las cenizas de quienes se van muriendo. Quieren que ese sitio sea declarado de interés histórico y que el gobierno de Salta -o el nacional- les brinde algún tipo de ayuda económica para ir al pueblo, preservar la memoria y evitar que se roben lo poco que queda. Porque a veces van turistas y se siguen llevando cosas: techos, ventanas, puertas. Todo es una ruina. Y cuando van, tienen que llevar comida, garrafas, y todo lo que implica un viaje al medio de la montaña, donde no hay luz, agua, gas, teléfono ni internet. No hay nada. Solo recuerdos de un lugar que les prometía una vida mejor, un trabajo digno, y que -en nombre del mercado- les quitaron. Hoy, tanto la Nación como la provincia les deben una reparación. Por haberles quitado todo, merecen una especie de indemnización. Son todos trabajadores.
–¿Qué sentís al estrenar? Hoy en día, con el cine también golpeado.
-Obvio que todos los que hacemos películas queremos estrenarlas, llegar al público. Pero me parece importante que esta historia se conozca, especialmente ahora, cuando nos quieren convencer de que el futuro no pasa por la industria ni por lo nacional, sino por otro modelo que solo deja ruinas. Hay que recordar esos modelos que funcionaban, que daban beneficios económicos y sociales a toda esa gente. Tenemos una sola fecha de exhibición, pero esperamos llevar la película a todos los lugares donde podamos, en cada rincón donde nos den una sala. Vamos a estar ahí, acompañando la película.
Un documental de Tino Pereira. Miércoles 16 de julio, 20 h. Cine Gaumont, Av. Rivadavia 1635.
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