A media hora de esa ciudad chubutense, el Área Natural Protegida Rocas Coloradas guarda restos de millones de años atrás. Además de palmeras del Paleoceno, presenta un paisaje marciano junto al mar, un faro cuadrado y un farallón en una travesía por la historia del Planeta.

“Waienguesh, wei, wei, yenú”, dice Martín Pérez a Tiempo Argentino cuando a bordo de su camioneta 4×4 que alberga nueve butacas, da inicio a una travesía inolvidable por la naturaleza en estado puro que ofrece Comodoro Rivadavia, Chubut. Se trata de una excursión hacia la Reserva Natural Rocas Coloradas que está tan sólo a media hora del centro de la ciudad y donde el guía de sangre tehuelche saluda en su lengua con un buen dia, hola, amiga en la previa para conocer estas 95 mil hectáreas protegidas.
Apenas un día atrás, a mediados de agosto, Pérez se lució con su camioneta estacionada en el interior del predio ferial de esta ciudad. Allí se desarrolló la Expo Comodoro un evento que reúne a toda la Patagonia argentina y sur de Chile. Los propios comodorenses interpelaron a Pérez que con su emprendimiento “Patagonia Salvaje 4×4”, esta excursión por uno de los sitios más reveladores de la región. En esa zona, el paisaje es una mixtura del PN Talampaya (La Rioja) y el Parque Provincial Ischigualasto de San Juan conocido como Valle de La Luna, todo en miniatura y junto al mar.
Es todo sorpresa en ese territorio de naturaleza. Es un viaje al principio de la Tierra, el planeta, porque son las areniscas las que cubren el suelo y los muros que tallados a fuerza de viento y viento, tiempo y agua, las que revelan millones de millones de años desde cuando fue fondo de mar esta meseta y estos acantilados, luego cubiertos por lagunas. Y, después, otra vez debajo del mar hasta hoy que se desnuda en sus diferentes capas, que hasta alberga un bosque petrificado.
El viaje es puerta a puerta. Desde los distintos hoteles, la 4×4 estaciona y recoge a cada pasajero. Sólo hay que llevar abrigo en capas, zapatillas cómodas, algún gorro abrigado y guantes, si la temperatura exige. El recorrido bordea la costanera de esta ciudad y devuelve la estampa de los barrios “Ypefianos”, casas de chapa acanalada y material que se construyeron a principios del siglo pasado cuando se perforó y encontró petróleo y comenzó la era de los combustibles made in Argentina.
Cuando la franja de asfalto encara una curva y se deja el cerro Chenque a un lado, es Caleta Córdoba la última urbanización que se pasa. Cada fin de semana los pescadores invitan a conocer los frutos de mar y la pesca del día con la feria que se instala aquí.
La ruta provincial 1 es mítica. Todos quieren hacerla. De ripio entera se mete en el paisaje y la aventura cobra fuerza. Se sube y se baja en un paisaje idílico de cerros suaves y el mar que acompaña. Son segundos hasta que un camino vecinal trepa la cima del acantilado y el borde muestra el “farrallón”, una de las primeras formaciones que quedó solita y abraza del mar, como una pared solitaria.
La jornada sin viento ayuda a hablar y escuchar las aves y sentir los aromas de la flora local, bien de campo abierto, bien de la Patagonia. Hay cartelería que conduce al caminante por la huella. Al reparo de unas matas, Pérez sorprende al grupo con una mesa servida con quesos varios, salamín, pan y unos sándwiches de focaccia increíbles, un toque gourmet en la meseta. Hay sillas de camping ultra cómodas. La foto garpa: la lona es un rojo furioso y se destaca en el paisaje árido y el cielo azul eléctrico.
Todo es en el tiempo justo. Se juntan papeles y sobras, palo y a la bolsa. En la camioneta el grupo se dirige por la misma huella y aquí, la novedad es el faro San Jorge: el único “cuadrado”, aún funciona, tiene encargado “farero” y está abierto. La escalera caracol trepa hasta el sistema óptico, a donde se accede por una escotilla. Serán 45 escalones en tramos de cinco con descanso. Ventanitas a distintas alturas y hasta el menos entrenado sube porque es una oportunidad única. ¿A cuántos faros se sube en la vida?
El viaje sigue por Ruta 1 hasta que, el paisaje gris, beige y anaranjado se torna más oscuro y llegamos a Marte. Así se llama la parada: “Marte”. Es que el paisaje recuerda a la imagen que se perfila del planeta rojo. La lluvia de un mes atrás dejó su marca en la laguna que ahora es de color casi bordó. Y las montañas que abrazan al espejo de agua, se distinguen por sus formas, texturas, cavernas y en canto. Hay un manto de flores silvestres, como margaritas de color amarillo. Un lujo.
Un sendero imaginario rodea todo el paisaje. En otro tramo, el suelo exhibe “ostrones”, estas conchas marinas de hace millones de millones de años. Otro lujo de la naturaleza y del tesoro que alberga la reserva natural. El sol acompaña el recorrido y cuando se regresa al punto de partida, los colores son otros, al igual que las sombras en la hora mágica del atardecer con sus destellos dorados.
Hasta aquí, dan ganas de respirar tan hondo que quede todo el aire en el cuerpo con miedo de soltarlo y que en un soplido, se vuelen las areniscas y se desvanezca el lugar. Aún falta el bosque petrificado y una huella que une este paisaje con el mar, en playas de canto rodado y olas de océano azul con miles de historias para contar y escuchar. Cae suave la tarde y el grupo se rinde ante el atardecer, se acomoda en la 4×4 y un silencio cubre el momento que achica las distancias hasta el centro de la ciudad. Allí hay un sinfín de opciones de restaurantes, muchos premiados a nivel nacional, donde los frutos de mar, los corderos y los frutos rojos hacen alarde de la gastronomía local.
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Viví en Comodoro (Rada Tilly) 16 años, allá por 1978 hasta 1994. Allí criamos a nuestros hijos y siempre nos agradecen esa locura de habernos ido a la Patagonia. La amo profundamente. Reserva mundial del salvaje. Todo lo que cuentan es real. Los bellisimos paisajes y la inmensidad esta presente en todo momento. Es dura, por lo menos era dura en esas epocas pero no cambio ese pasado por nada. Como titula una de sus novelas Juan Marsè: Algun dia volvere.