Regreso del servicio militar en Alemania: la ultraderecha y el rearme ante el «oso de Moscú»

Por: Andrés Gaudín

A 80 años de la caída de Berlín, acicateados por Trump, aventan el "peligro de la invasión rusa" y activan los mecanismos para aumentar el número de los efectivos profesionales y de los reservistas.

La dirigencia alemana nunca ocultó su disposición para convivir con los herederos del nazismo que, 80 años después de la caída de Berlín, volvieron ya sin vergüenza ni cola de paja y van imponiendo sus letales principios. Ahora le llegó el turno al servicio militar, con el que aspira a reclutar a tantos como para conformar el más grande ejército de toda Europa, el segundo detrás del de Estados Unidos dentro del temible aparato bélico nuclear de la OTAN. La noticia se conoció al finalizar agosto, cuando en coincidencia con el anuncio de Donald Trump sobre el cambio de nombre del Pentágono al nada simbólico de Ministerio de Guerra, el primer ministro Friedrich Merz presentó un plan de rearme que llevará el número de soldados de 182 mil a 460 mil. «Más todo lo necesario», aclaró.

Nieto e hijo de prominentes miembros de los servicios secretos hitleristas, Merz no cometió ni cometerá el error de admitir que el plan de rearme es un correlato natural del formidable ascenso de la Alternativa para Alemania (AfD), el partido de ultraderecha que, elección tras elección, nutre su padrón entre el 62% de los partidarios de restablecer el servicio militar. En la Europa de la OTAN ninguno de sus líderes abrió la boca para referirse al belicismo germano. Prefieren, como Merz, hablar del imaginario “peligro” de una invasión rusa que vuelva a ensangrentar la pradera occidental. Así se lo indicaron, de forma humillante, todos los norteamericanos que han pasado por sus tiendas. Desde Trump hasta su vice, James Vance. Desde el jefe del Pentágono, Pete Hegseth, hasta el del Tesoro, Scott Bessent.

El rearme es el término empleado en Europa para referirse a la «amenaza rusa». En el caso alemán, la idea siempre estuvo acompañada de la institución del servicio militar. El último día hábil de agosto Merz y el ministro de Defensa, Boris Pistorius, explicaron su estrategia para enfrentar al “oso de Moscú”: sumar 80.000 nuevos soldados a los 182.000 que tienen actualmente las fuerzas armadas. El objetivo es llegar a 260.000 efectivos, profesionales y voluntarios. En cuanto a los reservistas, Pistorius quiere duplicar los 100.000 actuales para llegar a un total de 460.000. El proyecto del Ejecutivo será tratado por los diputados entre el 8 y el 10  de octubre y, de ser aprobado, como se prevé, entrará en vigencia el 1° de enero.

“Entonces podremos decir que estaremos en condiciones de enfrentar al peligro ruso y legar a nuestros herederos un país sin su libertad amenazada”. Según Merz, por su tamaño y su capacidad económica Alemania debe tener el mayor ejército de la OTAN, y uno de los pilares es la tropa. Para ello, pretende hacer más atractiva la milicia y convencer a más jóvenes para que se alisten. El país suspendió el servicio militar obligatorio en 2011. Lo suspendió, no lo abolió, por lo que puede restablecerlo, y el proyecto abre las puertas a ello, pero para hacerlo requeriría un nuevo plácet legislativo. Según Pistorius se ofrecerá a los reclutas una paga neta mensual de 2700 dólares, unos 400 más que el salario promedio. A ello hay que agregar seguridad social, casa, comida, atención médica y ropa de uso civil.

Si bien las encuestas periódicas de Ipsos dicen que el 62% de los alemanes se define por el regreso a los oscuros años del servicio militar obligatorio –sinónimo de nazismo–, el proyecto presentado por Merz tiene detrás la poderosa mano de la industria bélica. Que además de valerse de ese contexto le dio sustento ideológico y, sobre todo, económico. Hoy, como en 2022, cuando el Congreso surtió a las arcas de la defensa con un sorpresivo adicional de 112 mil millones de dólares, las organizaciones antinazis denunciaron como impulsoras de ese despropósito a Thyssen Krupp Marine Systems (astilleros), Rheinmetall (tanques y blindados), Hensoldt (radares y electrónica bélica), Heckler & Koch (armas de fuego) y las transeuropeas con participación alemana Airbus y Eurofighter GmbH.

China no ha hablado. Rusia sí condenó el plan, porque se trata de una “remilitarización”, término punzante que hace referencia concreta al período nazi. La diplomacia rusa sabe que cuando habla de rearme el término duele. La Primera Guerra Mundial se cerró con la firma del Tratado de Versalles (28/6/1919), donde los aliados de entonces impusieron a Alemania restricciones extremas, incluyendo límites estrictos a la cantidad de personal y el número de las unidades de cada una de las armas. Hitler se burló de lo acordado, las potencias europeas (Gran Bretaña y Francia) miraron para otro lado y la entonces Unión Soviética, en cambio, dio la voz de alerta y, como Rusia advierte ahora, dijo que “ya sabemos cómo puede acabar una política de remilitarización, de rearme”.

Desde la Conferencia de Seguridad de Munich, en febrero pasado, el insultante discurso imperial ha ido en ascenso, siempre orientado a exigirle a Alemania una creciente política militarista, una prédica de extremo peligro tratándose de un país que hace sólo ocho décadas ejecutaba un infernal plan de exterminio. Para Vance, Alemania “perdió los valores democráticos, suprime visiones políticas alternativas (…), su democracia es débil, sus elecciones una basura y sus normas que violan la moral normal son una mierda”. Y dijo que hará lo que sus gobernantes no hacen: “Luchar con la AfD para terminar con la migración”. Bessent tiró la última cachetada, y al comentar la decisión de Merz, dijo imperativamente: “Calle y haga, calladito, que así se ve más guapo”. No encontró piropo más humillante.

Merz asimila los golpes y ensaya una tímida respuesta cuando se refiere a la crisis ucraniana. Más cerca de la AfD que de Trump. “Tratamos de acabar con esa guerra lo más rápido posible, pero no al precio de una capitulación, porque si Ucrania se rindiera, mañana cualquiera sería el próximo al que Rusia invadiría”. Desde Moscú le dispararon la bofetada que quizás no esperaba. Fue el ex presidente Dmitri Medvédev. “Europa es una vieja malvada que intenta disfrazarse de belleza joven y espectacular (y Merz) está desde su infancia obsesionado con una revancha por la derrota infligida por el ejército soviético a la Alemania nazi. Sólo quienes ignoren la biografía de Merz pueden sorprenderse, él se crió bajo los preceptos de su abuelo y de su padre, que sirvieron plenamente al régimen nazi”. «

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