¿Se cumplirán los sueños de las curtiembres del Riachuelo?

Por: Carlos Gradin

El Parque Industrial Curtidor (PIC), como se lo conoce, está siendo construido por ACUMAR. El proyecto está casi terminado pero el achicamiento de la inversión pública definida por el gobierno nacional lo cubre de dudas.

Una de las claves para recuperar el Matanza Riachuelo es un parque curtidor. A simple vista no se destaca; consiste en poco más que un predio ubicado a orillas del río en Villa Diamante, Lanús. Pero todos los actores vinculados lo consideran una obra histórica. Por primera vez, se propone reunir en un mismo lugar a una cantidad de empresas curtiembreras, tradicionales en la zona, para facilitar el tratamiento de sus residuos tóxicos. El problema es que el proyecto está casi terminado pero el achicamiento de la inversión pública definida por el Gobierno Nacional lo cubre de dudas.

El Parque Industrial Curtidor (PIC), como se lo conoce, está siendo construido por ACUMAR, la Autoridad Cuenca Matanza Riachuelo, el organismo a cargo de su plan de saneamiento. Los fondos fueron prestados por el Banco Mundial: más de 30 millones de dólares. Y según la información oficial entraría en funcionamiento en 2025.

El PIC

Cuando esté terminado, el Parque albergará más de veinte empresas, provenientes de Lanús, Lomas de Zamora y Avellaneda, a las que podrán sumarse otras, conectadas a una misma planta de tratamiento de sus residuos. Su diseño permitirá reducir costos operativos. Según los análisis de ACUMAR, será capaz de procesar cada año el equivalente al 30% de la producción nacional de cabezas de ganado.

El proyecto es celebrado desde todos los ámbitos de la Cuenca y las discusiones ambientales. Pero las dudas surgen porque el Gobierno nacional redujo el organismo, despidió a cientos de trabajadores y, sobre todo, bajó su perfil. Su sitio web dejó de publicar noticias y anuncios. ACUMAR se convirtió en una curiosa “Autoridad” sin voz. Sin intenciones de marcar un rumbo, proponer debates públicos o convocar a los actores del territorio a mesas de trabajo, como lo hizo en los últimos años.

La información publicada por ACUMAR sobre el Parque Curtidor siembra dudas. Las instalaciones generales ya están terminadas, y queda pendiente terminar de construir su planta de tratamiento de efluentes contaminantes. Según el organismo, esta obra está en marcha con fecha de finalización en 2025. Pero al revisar el ritmo de avance en su sitio web, puede comprobarse que la obra apenas avanzó durante 2024.

Incertidumbre

Consultada para esta columna, la empresa Esuco, a cargo de realizar la Planta junto con otras dos empresas, Ecopreneur y Panedile, extiende su fecha de finalización al 2026. Y explica las demoras por la “incertidumbre” en la continuidad del proyecto, y los “retrasos en los pagos”, que impidieron que ya esté finalizada.

La respuesta es curiosa. Los pagos demorados corresponden a créditos del Banco Mundial ya otorgados al Estado Nacional, y en su mayor parte ejecutados. Son créditos que el propio Banco presenta con orgullo e insistencia como hitos de su gestión destinada a acompañar obras de alto impacto social y económico en distintos países de la región. Y que ACUMAR, a su vez, se encarga de difundir con lujo de detalles, ya que forman parte de los ejes centrales de su plan de saneamiento.

Los fondos sin ejecutar son un problema. Pero también es difícil pensar un proyecto como el del Parque Curtidor, ubicado en un contexto como el de la Cuenca, sin un Estado dedicado a impulsarlo. Mudar empresas curtiembreras y transformar su manera de trabajar suena fácil, pero implica persuadir a una cantidad de actores instalados durante generaciones en sus propias fábricas, además de recursos para hacerlo realidad. En definitiva, requiere revertir la inercia propia de cualquier sistema complejo.

Descontrol

La mayoría de los analistas coinciden en que una de las principales causas de la contaminación de la Cuenca Matanza Riachuelo fue, justamente, la falta de una gestión centralizada. Durante la mayor parte de su historia no hubo controles, ni planes de desarrollo u ordenamiento. Si los hubo, ninguno abarcó todos los Municipios y barrios que hoy la componen.

Las curtiembres se expandieron en las orillas del Riachuelo desde principios del siglo XIX, junto con otros negocios como los mataderos y los saladeros de carne. El río les permitía deshacerse de las vísceras y otros desechos, arrojados al agua, y así lo hicieron.

Con el tiempo, la economía de las vacas se expandió. El puerto potenció las exportaciones, los antiguos saladeros fueron reemplazados por la tecnología de los gigantescos frigoríficos. Desde el Riachuelo, las factorías pusieron en marcha la exportación de carne congelada desde principios del siglo XX. Millones de cueros producidos como resultado de esta faena alimentaron la industria paralela de las curtiembres.

Si hacemos un salto en el tiempo, atravesamos más de un siglo de actividad industrial sin control ambiental en la Cuenca del Matanza Riachuelo. Las curtiembres fueron uno de sus grandes protagonistas. La calidad del agua y los barros sedimentados en su lecho, analizados por ACUMAR, y cargados de contaminantes, así lo reflejan.

Cueros azules

Durante más de un siglo, las curtiembres del Riachuelo trataron los cueros con su método tradicional de sucesivos baños y centrifugados en toneles, donde el agua incorpora cantidades de cromo, sulfuros, sales y ácidos. Su objetivo es desprender la piel y los pelos de los cueros frescos. Y darles suavidad y blandura para fabricar camperas, zapatillas y otras prendas. Los líquidos resultantes, llenos de materia orgánica y sustancias tóxicas, eran desagotados directamente al río.

Recorrer una curtiembre ayuda a dimensionar la idea de “ambiente”. En un momento, se puede llegar hasta el fondo de un pabellón donde se acumulan montañas de lo que parecen gruesas telas amontonadas. Su color es azul casi pitufo. Pronto alguien explica que se trata de cueros de vaca recién curtidos. Salidos de su tratamiento de cromo, están listos para ser teñidos nuevamente de marrón o negro y enviados a la fábrica para su confección. Ver cueros azules también ayuda a comprender el sentido del Parque Curtidor de Lanús.

En la Audiencia Pública celebrada a fines del año pasado para analizar el avance del proyecto, disponible en Youtube, el presidente de la Asociación Argentina de Curtidores de la Provincia de Buenos Aires (ACUBA) saludó el avance del Parque como “un sueño cumplido”. Y como muchos de los participantes, se presentó como parte de familias hasta cuatro generaciones en la actividad, que reconocían el esfuerzo realizado para abandonar sus viejas prácticas y adaptarse a los parámetros de calidad ambiental exigidos por ACUMAR.

El PIC, se dijo también en la Audiencia, es el cierre de una historia de más de 40 años. El primer intento de poner en marcha una planta de tratamiento en este predio estuvo a cargo de la ACUBA, cuando el Gobierno Nacional le cedió el terreno con ese fin. De ahí el nombre con el que se conoció el predio desde entonces.

Las fuerzas del mercado

La Asociación nunca logró poner en marcha aquel primer Parque y terminó por abandonarlo. En los años siguientes, varias hectáreas del predio original fueron ocupadas, como sucedió en otras zonas del Conurbano a lo largo de sucesivas crisis económicas y sociales atravesadas por el país, y dieron lugar a barrios y asentamientos, de construcciones precarias, con muchos de sus servicios e infraestructura todavía hoy en pésimas condiciones. Dos de estos barrios adyacentes al Parque llevan, precisamente, el nombre de ACUBA I y II, y fueron el centro de diversos programas de vivienda y atención de la salud desarrollados por ACUMAR.

Cuando se iniciaron los trabajos de construcción del PIC la situación de las tomas de lotes llevó a que se decidiera construir un muro perimetral, por lo que hoy el predio está rodeado de una pared de dos metros y medio, que lo separa de los barrios que lo rodean.

Por otro lado, otro participante de la Audiencia recordaba otros diversos intentos realizados a lo largo del tiempo para poner en marcha plantas de tratamiento de efluentes como la del PIC de Villa Diamante. Proyectos de Municipios como Avellaneda y Lanús, reiterados desde 1977, que tampoco funcionaron y también fueron abandonados.

Enumerar estos detalles ayuda a dimensionar la trama de conflictos superpuestos que se extiende a todo el territorio de la Cuenca. Por un lado, sorprende escuchar a empresarios dedicar elogios al Estado Nacional, y agradecer su intervención para poner en marcha un proyecto que ellos mismos no habían podido realizar, así como tampoco habían podido los gobiernos locales. Sus balances son, paradójicamente, mucho más entusiastas y sinceros que los de los propios funcionarios. Y dejan abierta la pregunta de qué sucederá con este proceso cuando el Estado termine por retirarse, y deje el territorio librado a su suerte, o a “las fuerzas del mercado” como propone alegremente el Gobierno Nacional.

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