Durante los últimos meses, el amplio espectro de la oposición al gobierno de Cambiemos parece haber encontrado un objetivo común hacia donde dirigir su crítica: la mala performance económica del gobierno. ¿Alcanza?

Esta táctica «económica» tiene sentido: si el adversario ofrece un flanco de debilidad nítido, hacia allí hay que dirigir todas las energías. Porque, además, es en el plano económico (el de la distribución, el del empleo, el de la inclusión) donde la oposición peronista, y especialmente la kirchnerista, se sienten seguros.
En este escenario aparentemente tan nítido y en esta táctica tan racional es posible, sin embargo, reconocer algunos puntos disonantes, que valdría al menos tener en cuenta si es que, efectivamente, la oposición quiere ganarle a Macri en 2019. En política, a veces, pocas cosas pueden ser más tramposas que la nitidez y la racionalidad.
Primero: la disputa electoral no debería convertirse en una disputa entre especialistas. Para criticar el mal desempeño económico de Cambiemos no es necesario hacerlo como un economista. El discurso económico es, entre otras cosas, un lenguaje opaco y cerrado a los no especialistas. ¿Es posible motivar la adhesión de alguien que sólo quisiera saber si sus hijos conseguirán trabajo, si le hablamos de la «dinámica del empleo formal»? ¿Qué sentido tiene proponerle un «shock redistributivo» a quien simplemente espera poder vivir mejor en 2020? ¿Qué tipo de atractivo político se espera generar en el votante argentino promedio, hablando de “renta financiera” o “fuga de capitales”?
¿Para qué, entonces, hablarle con números, estadísticas y gráficos, a quien está esperando gestos, promesas, aliento, protección, pasión, emociones? A la economía, los cuadros técnicos; los políticos a hacer política, que no es hablar solamente de economía ni como economistas.
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Segundo: que hayamos atravesado un diciembre inesperadamente calmo, aun con el pésimo rendimiento de la economía de Cambiemos, debería despertar un alerta. Algo no funciona tan racionalmente como podría esperarse: con los salarios deprimidos a niveles críticos y las encuestas mostrando la generalización del desencanto con el futuro económico, los funcionarios de Cambiemos anuncian nuevos (¡más!) aumentos de tarifas, para un año electoral y…se van tranquilamente de vacaciones.
¿Cuáles son los recursos que Cambiemos pone en juego capaces de explicar este diciembre de 2018? ¿Esta calma social se explica sólo por el blindaje mediático, por el gasto social “por abajo”, por la supuesta irracionalidad de los perjudicados por el modelo, por un nuevo «golpe de suerte»? Cambiemos no ha tenido prácticamente nada para mostrar durante tres años de gobernar la Nación, pero eso no ha sido obstáculo para llegar a este diciembre, ni para consagrar a Macri como candidato indiscutido, por el momento, para 2019. Habría que recordar que, al menos desde los años de Menem, éste ha sido el gobierno que mejor concilió el empobrecimiento de las mayorías con el apoyo electoral de esas mayorías empobrecidas. ¿Será entonces que la economía no es el talón de Aquiles del amplio apoyo social al gobierno? ¿No será que hay un terreno en el que Cambiemos se mueve muy bien, el de lo político-simbólico, y que al concentrarse en la táctica “económica” se lo deja libre para jugar el juego que mejor juega?
Tercero: a veces hay que decidir si se quiere tener razón o si se quiere ganar las elecciones. ¿Se desea vencer a Macri en las presidenciales de 2019, o se prefiere enrostrarle a su votante que se equivocó por “irracional”? A medida que se profundiza la crisis del gobierno, y que se acelera el calendario electoral, el «teníamos razón» de los primeros años ha desbordado en expresiones infantilizantes, y hasta insultantes del votante del gobierno («globoludo», “globerto”, “genio del voto”) tanto en las redes sociales como en otros escenarios. Sin dudas, estas nuevas versiones boomerang del «kukagarrálapala» son electoralmente contraproducentes y peligrosas politicamente: porque tienen como resultado más probable la reelección de Macri en 2019, porque profundizan la «grieta» y porque alimentan los discursos de odio que nos acechan a la vuelta de la esquina.
Bajemos entonces del pedestal de tener razón, aceptemos los múltiples determinantes del voto y la heterogeneidad de las voluntades a conquistar. Sean quienes sean “los propios”, son pocos para ganar las elecciones.
Nadie que esté esperando una nueva promesa de futuro vota por quien sólo le promete un «shock redistributivo». Nadie le concede la razón a otro que sólo lo insulta. Nadie da la vida por el PBI.
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