Tali Goldman: “El objetivo del cronista no es descubrir nada»

Por: Mónica López Ocón

Cómo se puede querer tanto a alguien es el título del último libro de Tali Goldman. En las tres crónicas que lo integran circula la sombra de la última dictadura argentina. La calidad de su escritura hace que una historia conocida impacte en el lector como si fuera nueva.

El título del último libro de Tali Goldman, Cómo se puede querer tanto a alguien (Paisanita Editora), puede resultar engañoso. Quien lo abra esperando una amable historia de amor se encontrará, en cambio, con tres crónicas duras. 

La primera está referida a Diana Malanud, quien tras padecer el exilio durante la dictadura cívico-militar argentina perdió a su primer marido, Andrés Malamud, en el atentado contra la AMIA. Andrés era el arquitecto que realizaba las reformas del edificio de esa institución, ubicado en Pasteur 633. Diana quedó viuda con dos hijas chicas.

La segunda crónica se relaciona con Daniel “Dany” Recanati, quien en 1976 llegó a la Argentina como emisario desde Israel para dirigir la Agencia Judía en la Argentina. Pero muy pronto asumió además de las funciones propias de su cargo referidas a la inmigración, la de salvar a personas en peligro por la persecución de la dictadura. Arriesgó su propia vida para salvar a más de 400 argentinos judíos en peligro en lo que se llamó operativo Nilut, operativo escape.

La última tiene que ver con uno de los genocidas responsables del secuestro y asesinato de Rodofo Walsh, «el Chispa» Sánchez, pero también con la historia de quien va a buscarlo a Brasil,  Ezequiel Rochistein, quien siendo ya un abogado que trabaja en la Fuerza Aérea descubre su verdadera identidad: no es hijo de un militar, sino uno de los nietos buscados por las abuelas de Plaza de Mayo.

“Como un documental en prosa –dice acertadamente Ariana Harwicz en la contratapa de Cómo se puede querer tanto a alguien– la escritura de Tali Goldman nos muestra la aventura de los infiltrados, los agentes secretos y personas con falsas identidades, de ahí su valor testimonial pero también literario en una época de enajenación de las identidades”.

Podría agregarse, incluso, que es el valor literario de estas crónicas el que hace que su valor testimonial adquiera la mayor intensidad.

-¿Con qué criterio seleccionaste estas tres crónicas para reunir en Cómo se puede querer tanto a alguien?

-La verdad es que son tres crónicas que escribí en tres tiempos distintos y nunca pensé en publicarlas. Las dos últimas ya habían sido publicadas en la revista Gatopardo. Respecto de la primera, empecé la investigación de motu proprio por muchas razones. Se cumplían 30 años del atentado en la AMIA y yo quería contar alguna historia vinculada a eso. La historia de Diana yo la tenía un poco atravesada desde que estaba haciendo la investigación de Dany Recanati  porque durante  esa investigación alguien me comentó que Diana también había estado exiliada en Israel durante la dictadura a través del operativo Nilut.

Entonces decidí no usar la historia de Diana para esa nota. Me guardé ese dato porque yo quería contar sobre Diana. Me pasó que me conecté con algo que nunca lo había pensado: la situación  de una señora viuda de 34 años con dos hijas chiquitas. No nos conocíamos con Diana, no teníamos un vínculo, pero siempre fui a los actos de Memoria Activa y Diana para mí era una referente. Conocía su trayectoria de vida, pero nunca había hecho el click de que Diana era más chica que yo, tenía dos hijas y quedó viuda.

Este aspecto más personal y, si se quiere. también vinculado al feminismo, al tema de los cuidados, me parecía una dimensión que nunca se había tratado en los relatos sobre la AMIA. A ella se le trastocó la vida totalmente, pero también se le trastocó la vida en un aspecto muy doméstico. Los relatos acerca del  atentado a la AMIA siempre se centraban en la pérdida; “perdí a tal, perdí a tal” pero sentí que esa atención doméstica de la cotidianidad, como no saber qué cuentas hay que pagar nunca se había abordado. Ofrecí hacer esta crónica a varios medios y me la rechazaron.

-¿Y qué razón te daban para rechazarla?

-Les parecía que la historia de Diana era algo trillado, que ya había aparecido en muchos lugares. Diana era una persona muy conocida de la que no se podía contar nada más. Pero yo, justamente, quería mostrar eso que no se mostraba. Sentía que se podía contar otra historia de una persona que siempre  tiene puesto el  mismo casete. A Diana siempre se la llama cerca de los aniversarios, siempre para hablar de atentado a la AMIA en sí. Entonces  me obsesioné un poco y dije, «Bueno, yo la voy a escribir igual, aunque a priori no sé dónde la voy a publicar» y empecé una investigación que duró desde diciembre de 2023 a julio de 2024.

-Pero con esa crónica que nadie quería publicar ganaste un premio.

-Sí, justo un mes antes del aniversario de los 30 años del atentado sale un concurso de no ficción del portal La Agenda de Buenos Aires. Entonces dije, voy a armar una crónica como excusa para sistematizar todo el material que vengo recolectando durante tantos meses. También era bueno para mí sentir que no había hecho todo ese trabajo en vano.

Y terminé ganando un premio. Eso, más allá de que es lindo recibir un premio, fue una ratificación de mi instinto. Yo sentía que ahí había una buena historia y que yo podía darle una impronta a esa historia. En ese contexto me pareció que estaba bueno que la crónica tuviera otro trayecto, otra visibilidad, más allá de lo que se publicó en el portal de la Agenda.

Era una crónica breve que no podía publicarse sola y ahí entendí que esa crónica dialogaba con otras dos que yo había escrito,  lo que no  es casual, porque  uno tiene temas que le interesan, que lo obsesionan. Entendí también que había un hilo que atravesaba  estas tres historias. Escribí muchas crónicas sobre la dictadura, pero sentía que esas tres, en un punto, se relacionaban, se iban entretejiendo. Así es como hice la selección y tomé la decisión de publicarlas.

Leyendo tus crónicas que son muy cinematográficas, muy visuales, recordé una película muy vieja que se llama Un prisionero a muerte se escapa. El gran desafío era anticipar el final y aun  así mantener al espectador en un estado de atención permanente. En la primera crónica del libro pasa algo similar. Comenzás con la anécdota de un brujo, vidente o adivino, que le dice a Diana que será famosa, pero no por las razones que ella cree, no por ser escritora. Todos sabemos cuál fue el final, pero no es posible dejar de leer. El lector no recibe información nueva, lo que recibe es una forma particular de narrarla.

-Sí, sí, coincido. Yo doy talleres de crónica y no ficción y abrí un nuevo grupo a la mañana. En una clase teórica sobre la crónica que preparé justamente lo que digo es un poco eso. Por un lado, que el objetivo del cronista no es descubrir nada. Si bien el cronista es un periodista, es un antiperiodista de investigación,  no quiere descubrir  algo que cambie el curso de una historia, que deschave, por ejemplo,  el entramado corrupto de algo.

El cronista  es alguien que pone el foco en un aspecto de una historia que puede ser conocida y hasta remanida. Todos sabemos qué pasó en la AMIA. Justamente el desafío es el punto de vista.  El punto de vista es  el secreto y lo difícil de escribir crónica; darle a una historia una  vuelta de tuerca, iluminar ciertos aspectos de esta historia. Cuando al pasar me contaron esta anécdota Diana y su amiga Claudia, en el medio de la playa, me la contaron como riéndose, pero yo pensé  que así iba a empezar la crónica.  Había algo de esa visión que me parecía muy revelador en varios aspectos.

Yo soy una persona que se cree bastante racional. Siento cierto rechazo por las historias esotéricas. Pero, en este caso, la anécdota nos cuenta algo de una gran intimidad, porque no sé si se le dice  a todo el mundo que fuiste a un brujo y te dijo tal y tal cosa. 

-Durante todo el proceso de investigación yo voy generando ciertos espacios de intimidad que me permiten que surjan este tipo de anécdotas e historias. Esta historia surge en el medio de la playa, las tres -Diana, su amiga Claudia y yo- tomando mate después de pasar todo el día juntas, hasta que una dice: «¿te acordás de cuando fuimos a un pelotudo, un astrólogo, ¿te acordás lo que nos dijo?» Ellas lo contaron como a la ligera.

 En ese momento yo no estaba grabando ni estaba tomando notas para la futura crónica.  Esos son los mejores momentos, es cuando surgen estas cosas inesperadas. Ellas no me lo contaron como, «ah, no sabés, esto fue un hito en mi vida». Me lo contaron como algo natural.

En un punto esto me hace pensar en la figura del psicoanalista. Vos tenés una escucha que te hace unir puntos que a lo mejor otra gente  no puede unir.  El analista a veces sólo te remarca una palabra y, de repente, se abre un mundo. 

-Coincido con vos. Para mí el cronista es una especie de cruza entre un psicólogo, un antropólogo, un detective y un escritor. Yo a veces me encuentro, literalmente, en situaciones de detective, o sea, atando cabos, buscando pistas en una nota al pie de un libro por ejemplo. Otras veces,  siento que en ciertas conversaciones logro lo que  pasa en una sesión de terapia, que uno va recordando cosas o  diciendo cosas que por ahí no dijo antes o que nunca pensó. A veces, mis entrevistas son como una sesión de terapia.

-¿Cómo te formaste como cronista?

-Soy politóloga, estudié Ciencia Política en la UBA. Trabajé siempre como periodista, el 98 por ciento de las veces, en gráfica. Trabajé muchos años de la revista Veintitrés. Tengo 38 años, siento que pertenezco a la última generación que vivió en las redacciones. Mi formación creo que viene, en parte, de la adrenalina que genera la redacción.

Escribir sobre Walsh

-Tu tercera crónica se refiere nada menos que a Rodolfo Walsh. ¿Cómo se te ocurrió escribir acerca de alguien sobre el que ha escrito tanto?

-Me basé en una noticia que había salido en todos lados al principio de la pandemia. Habían capturado a un genocida en Brasil que fue responsable de 900 secuestros realizados durante la dictadura cívico-militar argentina. Se trataba de Gonzalo “el Chispa” Sánchez. Era el último que faltaba capturar por el secuestro y asesinato de Rodolfo Walsh. Me habían llamado la atención las fotos que eran medio graciosas porque el Chispa Sánchez aparecía en una Pelopincho. Era algo bizarro. Yo no sabía que quedaba un prófugo de la causa Walsh. Me pareció que en esa nota había algo más para contar. Luego me di cuenta de que el punto de vista que yo había adoptado en la narración era el del nieto recuperado que lo va a buscar a Brasil. Conseguí el número de teléfono de Leila Guerriero, editora de Gatopardo, le propuse la nota. Fue como tirar una botella al mar.  Me dijo que le parecía interesante. La escribí y se publicó en 2020.

Ficción y no ficción

-Entiendo que también incursionaste en la ficción. ¿Cómo se produjo ese pasaje desde la no ficción a la ficción?

-Cuando eclosionó el Grupo Veintitres, me quedé sin trabajo, Entonces me anoté en la maestría de Escritura Creativa que dirige María Negroni en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. (UNTREF). Me anoté un poco inconscientemente pensando que la iba a dejar muy pronto porque me iba a salir otro trabajo.

Pero no fue así.

-No. Se me abrió un mundo nuevo que me cambió la vida.  Mi tesis de maestría consistió en la escritura de un libro de cuentos que se publicó en 2020 por Concreto Editorial (se refiere a Larga Distancia). Desde entonces pivoteo entre los dos universos, el de la crónica y el de la ficción que, obviamente, confluyen. Por lo menos yo no puedo escindir una cosa de la otra. En este momento estoy en la revisión final de una novela para entregar a una editorial. Como dije, creo que en el cronista es un poco psicoanalista, antropólogo, detective y escritor. Yo sigo escribiendo crónicas que se basan en noticias que aparecen en los diarios. No recurro a una historia secreta que me contaron,  por ejemplo. Simplemente,  me centro en las noticias de las que me parece que, tirando un poquito del piolín, se puede escribir una crónica.

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