Trump o cómo hacer una oferta que no se pueda rechazar

Por: Alberto López Girondo

Una mirada sobre la crisis desatada por los aranceles que aplicó el presidente de EEUU y sus implicancias para la economia mundial.

Por más que Donald Trump se muestre displicente por la tormenta que desató en todo el mundo, hay un dato que indica cierta preocupación: este lunes posteó en su red social un mensaje de aliento para la población en general que bien se parecía a esas palabras de los directores técnicos antes de una gran final. “Estados Unidos tiene la oportunidad de hacer algo que debió hacerse hace décadas. ¡No sean débiles! ¡No sean estúpidos! ¡No sean PANICAN (un nuevo partido basado en gente débil y estúpida!). ¡Sean fuertes, valientes y pacientes, y el resultado será GRANDEZA!«

Es que a la catarata de aranceles que aplicó a todos los países, incluso algunas islas sin población -lo que generó menes brillantes- el presidente promueve tal estado de exasperación en las sociedades por sus posturas misóginas, su maltrato a inmigrantes y colectivos diversos y el despido masivo de trabajadores en varias instituciones públicas que este fin de semana hubo masivas manifestaciones en miles de ciudades de Estados Unidos y de otros rincones del planeta. El lema de las protestas era “manos afuera”, pero en cada lugar se agregó algún distintivo local y en muchos casos apuntaban contra Elon Musk, secretario del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE en inglés), el portador de la motosierra.

El lunes negro también generó incertidumbre y los medios de comunicación pusieron el foco en las abruptas caídas en las bolsas de todo el planeta y la respuesta de cada país a las gabelas que decidió Trump en base a una fórmula de difícil comprensión. La respuesta de los más encumbrados no se hizo esperar y China no solo devaluó su moneda -apenas un 0,4% contra el dólar pero suficiente como amenaza- sino que anunció una tasa de 34% a las importaciones de Estados Unidos en represalia a una cifra similar que impuso la Casa Blanca.

Europa, en tanto, ya bastante golpeada por el desaire de haberla dejado afuera de las negociaciones con Rusia por Ucrania, no alcanza a coordinar acciones y las líneas de debate oscilan entre replicar los aranceles o negociar tasas mutuas de 0%. Las disputas parecen tan sutiles como para que, para lograr el apoyo francés, la Comisión Europea aceptó sacar de la ronda de aranceles de hasta 25% a productos de Estados Unidos al bourbon y el vino.

En el mientras tanto, este martes Trump agotó también su red Truth para anunciar que había hablado con el presidente interino de Corea del Sur y aseguró: ”tenemos posibilidades de un gran acuerdo para ambos países. Su equipo principal está en un avión rumbo a EE. UU., y la situación pinta bien. También estamos negociando con muchos otros países, todos los cuales desean llegar a un acuerdo con Estados Unidos”.

El léxico puede servir para para entender lo que está detrás del desparramo que armó el 47º presidente de Estados Unidos. Digamos entonces lo obvio: Trump es un empresario inmobiliario. No un martillero que dedica a intermediar entre la parte vendedora y la compradora. Es un tiburón de los que cuando ven un negocio no dudan en usar todos los recursos -incluso civilizados, claro- para conseguir un objetivo. O sea, si quiere construir una de sus torres y el propietario del terreno se muestra remiso a vender, ya le hará “una oferta que no pueda rechazar” al mejor estilo de Don Corleone.

La semana pasada, el secretario del Tesoro, Scott Bessent, dio una extensa entrevista al periodista Tucker Carlson que vale la pena ver no solo para elucidar cuestiones económicas.

Dice Bessent: “El creador original de los aranceles fue (el presidente) Alexander Hamilton. Y utilizó los aranceles para financiar la nueva nación y proteger la industria estadounidense. El presidente Trump ha añadido una tercera pata al taburete: utiliza los aranceles para negociar”.

Y prosigue: “Vamos a reindustrializarnos. Hemos pasado a una economía altamente financiarizada. Hemos dejado de producir cosas, especialmente muchas cosas que son relevantes para la seguridad nacional. Creo que uno de los pocos buenos resultados de la COVID fue que tuvimos una prueba beta de cómo podría ser una guerra con un gran adversario. Y resultó que estas cadenas de suministro altamente eficientes no eran estratégicamente seguras. Así que ya no fabricamos nuestros propios medicamentos. No fabricamos nuestros propios semiconductores. Ya no fabricamos nuestros propios barcos”.

Y repitió uno de sus latiguillos: “ Wall Street lo ha hecho muy bien. Puede seguir haciéndolo bien. Pero es el turno de Main Street”. Esto es, algo así como la gente común, en referencia a la calle principal de las pequeñas ciudades, descuidadas en el largo período de la globalización.

Y aquí viene el punto central. Trump suele culpar de los males que vive Estados Unidos en el primer cuarto del siglo XXI a Bill Clinton por su estrategia de apertura de mercados con el objetivo de Integrar a China en el sistema de la OMC, en 2001. Pero la cosa no salió como pensaban los cráneos de la época, dicen en cercanías del actual inquilino de la Casa Blanca. Así, el crecimiento del país asiático lo llevó a ser el competidor económico a derrotar si es que EEUU pretende seguir siendo el que corte el bacalao en el mundo.

Hay que decir también que mucho de lo que Trump está haciendo desde el 20 de enero, tanto sea en geopolítica como en economía, revela que escuchó a teóricos y estrategas que advertían sobre la decadencia estadounidense. Por un lado las desastrosas invasiones de Irak y Afganistán devastaron su capacidad militar, que además no fue un dechado de virtudes desde 1945.

De hecho, salvo un “empate” en Corea -fue Trump el que recién en 2018 firmó un acuerdo de paz con Corea del Norte, ya que desde 1953 regía un armisticio- y los “triunfos” en sendas invasiones en Panamá y Granada, las tropas estadounidenses vienen de derrota en derrota. Desde Vietnam hace 50 años hasta Afganistán en 2020. Y en Ucrania están tratando de que no se note demasiado su responsabilidad en otra guerra perdida.

En el plano de la economía, también da para entender la postura de que con la apertura del comercio todo el mundo se benefició vendiendo en un mercado grande y ávido a rabiar. El déficit en la balanza de  pagos de Estados Unidos, según la Comisión Internacional del Comercio fue en 2024 de u$s 1,2 billones cercano al 4% del PBI. En cualquier país eso sería una hecatombe, pero contar con la maquina de fabricar la moneda en que se maneja el comercio internacional tiene sus ventajas.

De todas maneras la deuda pública, que ya supera el 120% del PBI, unos u$s 26.000 millones, es un salvavidas de plomo. La mayoría de esa deuda consiste en bonos del Tesoro que están en manos de varios países: Japón (u$s 1200 billones), China (775 billones), Reino Unido (701 billones), y con cifras en torno a los 300 billones, siguen Luxemburgo, Canadá, Bélgica, Irlanda, Islas Caimán y Francia. La semana pasada hubo una cumbre inesperada entre representantes de China, Corea del Sur y Japón. Tienen cuentas pendientes desde la II Guerra y 1950. Pero el espanto puede más que el amor, se sabe, y que el odio, y son de las tres economías mas grandes de Oriente.

¿Qué puede pasar de aquí en más? Una verdadera guerra comercial, a todo o nada, implicaría que algunos de los “enemigos” den una vuelta de tuerca y decidan deshacerse de los bonos, con lo cual la catástrofe sería mucho mayo por la depreciación de todos las tenencias y todos perderían. Una guerra militar no suena plausible por la debilidad industrial de Estados Unidos, y también de la OTAN, como se comprobó en Ucrania.

Volvamos a Bessent. “¿Cómo vaa  responder China como nación?”, pregunta Carlson.

“No sé si puedan tomar represalias (…) Si analizamos la historia (…), somos la nación deudora. Sí, tenemos déficits comerciales (y) la nación con superávit está en la posición más débil (…) Nunca hemos visto nada parecido en términos de su nivel de exportaciones en relación con el PIB y la población. (…) El sistema de manufactura chino es como esa vieja película de Disney con las escobas cargando los cubos. No hay nada que se pueda hacer, simplemente sigue funcionando. Ese es su modelo de negocios. Esto no va a parar. (…) ¿Cuál es el escenario ideal? (…) que de alguna manera se llegara a un acuerdo entre Estados Unidos y China… Queremos más manufactura, lo que significaría que una parte menor de la economía se destina al consumo. China tiene una economía desequilibrada con demasiada manufactura. Y, de hecho, los consumidores chinos salen perdiendo. Los hogares chinos están atrapados en lo que se llama la trampa de la renta media. ¿Podríamos hacer algo juntos para reequilibrarlos: consumir más y fabricar menos?”.

Por ahora, los chinos se burlan de la desinduatrialización estadounidense.

 

Pero esta historia recién comienza.

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