Guillaume Senez explora la paternidad y la extranjería en Japón, a través de la historia de un hombre que busca recuperar a su hija. La película combina sobriedad y sensibilidad para mostrar la perseverancia frente a la adversidad.

El título, deliberadamente ambiguo, podría sugerir un relato romántico, pero la película transita un territorio más complejo: el amor parental como fuerza que resiste al desarraigo y a la injusticia. Senez -también coautor del guion- vuelve a trabajar con Romain Duris, su actor fetiche, quien encarna a Jérôme “Jay-san” Da Costa, un chef francés que, tras casi una década viviendo en Japón, sobrevive como taxista nocturno mientras busca a su hija Lily, fruto de su relación con Keiko (Yumi Narita). Cuando la madre desaparece llevándose a la niña, la vida de Jérôme se convierte en una rutina marcada por la espera y la impotencia.
El relato se pone en marcha con la llegada de Jessica (Judith Chemla), una mujer francesa que atraviesa una situación similar: su hijo fue sustraído por un ejecutivo japonés que se refugió en su país para aprovechar las ventajas de un sistema judicial que prioriza al progenitor local. La coincidencia no es casual. A través del encuentro entre ambos, Senez teje un retrato coral del desamparo, donde el azar y la solidaridad reemplazan a la justicia.
El vínculo entre Jérôme y Jessica, construido sobre la empatía y el desconsuelo compartido, evita caer en los clichés románticos. Lo que une a estos personajes no es el deseo, sino la persistencia de un amor que se rehúsa a desaparecer. El guion avanza con sobriedad, sin subrayados melodramáticos, apoyándose en la intensidad contenida de Duris, quien logra transmitir el cansancio físico y moral de un hombre que ya no espera milagros, sino apenas un gesto de humanidad.
En su desarrollo, Un amor incompleto se convierte en un espejo de las tensiones culturales entre Oriente y Occidente. Senez muestra un Japón contemporáneo, limpio, silencioso y ordenado, pero donde la calma aparente encubre una estructura social inmóvil, impermeable a la alteridad. La figura del gaijin -el extranjero- aparece no solo como categoría social, sino como condición existencial: una extranjería que alcanza incluso a los afectos. En ese contexto, la paternidad de Jérôme se vuelve un acto de resistencia.
El filme expone sin didactismo las particularidades del sistema jurídico japonés, donde la custodia de los hijos se decide en función de la permanencia, no del cuidado. El primero que se queda con el menor suele conservarlo, sin importar los vínculos afectivos o las responsabilidades compartidas. Esta asimetría -que afecta tanto a hombres como a mujeres- se convierte en el eje ético de la película. Senez no busca denunciar con estridencia, sino conmover desde la humanidad de sus personajes.
Visualmente, la puesta en escena se caracteriza por su austeridad. La cámara de Senez se mueve con paciencia, privilegiando los silencios, los gestos mínimos y la textura urbana. La fotografía, de tonos fríos y apagados, refuerza la sensación de distancia entre el protagonista y su entorno. No hay artificios ni excesos visuales: todo está al servicio de una narración que confía en la emoción contenida.
Duris ofrece una de sus interpretaciones más sobrias y profundas, alejándose del histrionismo habitual. Judith Chemla logra transmitir la ambigüedad de una madre atrapada entre el miedo y la impotencia. La joven Mei Cirne-Masuki, como Lily, completa el cuadro con una naturalidad que amplifica el dolor silencioso de la historia.
Lejos de los golpes bajos, Un amor incompleto funciona como un rompecabezas emocional que el espectador debe armar con paciencia. Senez construye una película sobre la persistencia del amor cuando todo lo demás -la ley, la cultura, la distancia- conspira contra él. Su mayor acierto es la contención: nada sobra, nada grita. Lo que permanece es la certeza de que el afecto, aunque incompleto, puede ser más verdadero que cualquier victoria judicial.
En definitiva, Senez propone una reflexión sobre la fragilidad del vínculo paterno en un mundo globalizado donde la justicia sigue teniendo fronteras. Un amor incompleto no busca cerrar heridas, sino mostrarlas con dignidad. En su aparente sencillez, ofrece una mirada lúcida sobre la paternidad, el desarraigo y la universal necesidad de ser escuchado. Una película que deja eco incluso después de los créditos finales.
Guion: Guillaume Senez y Jean Denizot. Dirección: Guillaume Senez. Elenco: Romain Duris, Judith Chemla, Mei Cirne-Masuki, Tsuyu Shimizu, Shungiku Uchida, Yumi Narita y Patrick Descamps. En cines.
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