«Azor», una historia de poder, opulencia y silencio en los años finales de la dictadura

Por: Belauza

La película de Andreas Fontana devela el rol de la banca extranjera en los '80, durante el último gobierno de facto. En charla con Tiempo, el director suizo se refiere a su ópera prima.

La herencia puede ser algo que se lleva como karma o como dicha. Lo que nadie puede hacer es desprenderse totalmente de ella: para perjuicio o beneficio, siempre está presente en la vida de cada uno. En el caso de Andreas Fontana, realizador suizo que el próximo 24 de marzo estrena Azor, su ópera prima, le tocó un abuelo banquero.

“No conocía mucho de ese mundo, porque mi madre le había dado la espalda al banco: en los bancos privados, en aquella época, una mujer no podía seguir el linaje, por decirlo de alguna manera. Y mi abuelo tuvo tres hijas. Para bien –dice casi con algarabía Fontana–, porque es un ambiente sin oxígeno”. Hijo de familia de artistas (el padre es escultor; la madre, poeta; la pareja de su madre, pintor), ese abuelo llamó fuertemente la atención de Andreas: no era cualquier banquero, era un banquero privado. Como se ve bien en Azor, estos se relacionan con las grandes fortunas, los grandes inversores, a diferencia de la banca comercial, que es para el público en general.

“Encontré un cuaderno en el que mi abuelo cuenta un viaje que hizo a la Argentina, en 1980. No es un viaje de negocios con la Junta Militar, pero sí habla de visitas a gente de la alta sociedad. Hay una descripción de lugares, de costumbres, del acto de recibir suizos en la alta sociedad en el año ’80 en la Argentina. En los cuadernos solo nombra a la dictadura de una manera bizarra, y empecé a sospechar esa ausencia no como algo de mi abuelo, sino como una costumbre bancaria: no ver lo que te molesta. Ahí empecé a imaginar un ángulo muerto en el cuaderno, fuera de campo”.

Esa última oración resume el espíritu de Azor, su atrapante trama, que consiste, sencillamente, en la llegada del banquero Yvan De Wiel (Fabrizio Rongione) y sus diversas conversaciones con esas personas de la alta sociedad argentina de entonces. Con una puesta en escena impecable y una tan meticulosa como económica narración, Fontana revela un fuera de campo que puede ser infinito, pero que él acota.

–¿Cuáles fueron los principales obstáculos para la realización?
–La escritura. Cómo hacerle entender a un suizo lo que es Argentina y a un argentino lo que son los suizos, y entretener a los dos. Segundo, usar el tono adecuado. Hubo cierta dificultad en términos de dirección de actores, porque en el elenco argentino son casi todos no actores, que además pertenecen al mismo sector social que representan: banqueros, abogados, terratenientes, o sea que hay mucha gente que es de la alta sociedad, o del poder.

Fontana estuvo en la Argentina haciendo un trabajo de investigación sobre el nuevo cine argentino en 2007. El proyecto se centraba en películas que iban del año 1995 a 2005, pero no se quedó ahí y vio muchos otros films que tenían que ver con los Derechos Humanos y la represión. «A mí me gusta descubrir una ciudad por su historia, no tanto por su geografía. Así que, además de ver muchas películas, también por mi curiosidad conocí muchos hechos del Proceso.

Tal vez por eso el realizador pueda leer, desde el punto de vista suizo, la propuesta que hace a Yvan el alto jerarca eclesiástico Évêque Tatosky (personaje interpretado por Pablo Torre) de apostar fuertemente en el mercado de divisas, a solo meses de la fabulosa devaluación de 1981, aquella que se hizo famosa porque el ministro de Economía Lorenzo Sigaut advirtió: «El que apuesta al dólar, pierde».

«La película entra voluntariamente en el cambio de los bancos allá en Suiza, que tenían un estilo muy tradicional y empiezan a tener un perfil más anglosajón, más agresivo, con productos más complejos. En este caso Yvan se tiene que adaptar a los pedidos de los clientes, pedidos más arriesgados, cuando antes un banquero privado no se metía nunca con el mercado de las divisas; era medio un suicidio como idea. Lo que me parece interesante es que el banquero no se ofusca porque un alto miembro de la Iglesia esté ahí negociando, ni por cosas mucho más sucias que estaban pasando en el país, pero sí se molesta con ese pedido. Eso describe bastante bien cómo es la mentalidad de los que trabajan y se mueven en ese mundo».

Una mentalidad que poco o nada tiene que ver con valores morales. Esas configuraciones humanas especializadas “en el secreto” fueron el ingrediente que, precisamente, en las primeras proyecciones sorprendió al público suizo. “Azor está teniendo una acogida bastante buena, una reacción interesante y llamativa, porque Suiza es un país muy eficiente a la hora de esconder cosas, incluso cuando se trata de gente de buena conciencia. Creo que hay un tercio de los espectadores que salieron de la película con cierta inquietud por lo que habían visto, que todo eso fuera real, que en verdad hubiera pasado: ¿somos así los suizos? Hay mucha gente que no se da cuenta de que la opulencia de Suiza no cayó del cielo. Y creo que mucha gente ni siquiera se lo preguntó. En ese sentido, la película deja su marca”. «

Azor

Dirección: Andreas Fontana. Guión: Andreas Fontana y Mariano Llinás. Actúan: Fabrizio Rongione, Stéphanie Cléau y elenco. Estreno: 24 de marzo, en cines.

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