La hija del genocida, Mariana Dopazo, y un crudo relato de lo que era vivir con su padre. “Rezábamos para que se muriera en el viaje”, escribió en una carta publicada por La Garganta Poderosa.

«Cada vez que él volvía de la Jefatura de Policía de La Plata, nos encerrábamos a rezar en el armario con mi hermano Juan, para pedir que se muriera en el viaje», reveló Dopazo, en una carta que difundió a través de las redes sociales la revista La Garganta Poderosa.
Dopazo, quien en 2016 logró que la Justicia le concediera el cambio de su apellido, aceptó en agosto pasado hacer pública su historia de vida, sembrada por el terror que representaba convivir con un genocida de las características del ex comisario de la policía bonaerense durante la dictadura cívico militar.
«Crecí entre situaciones traumáticas, en plena soledad, porque vivir con Etchecolatz significaba no tener paz, hacer lo que decía y acostumbrarse al miedo de abrir la boca, porque podría venirse la respuesta más terrible», expresa en uno de los párrafos del escrito quien se autodenomina como «ex hija de Etchecolatz».
En otro tramo, reconoce: «Crear una vida propia, a las sombras de mi progenitor, uno de los genocidas más siniestros de nuestra historia, fue muy difícil. Siempre rodeados de armas, acompañados de custodia policial y metidos en una burbuja. Mi vieja hacía lo que podía, amenazada recurrentemente por él: ‘Si te vas, te pego un tiro a vos y a los chicos'».
Psicoanalista y docente, Dopazo asegura haber sido una niña «bastante rebelde» a pesar de ese contexto, cuenta que la apodaban «estrellita roja» y recuerda que, ante una actitud desobediente, «se repetían golpes» por parte de Etchecolatz.
«Era cruel, castigaba muy fuerte y después se preocupaba: ‘Mirá lo que me hacés hacerte’, decía. Cuando oía sus pasos, sentía el perfume del terror. Y sí, haber convivido con un genocida me permitió conocer su esencia, su faz más verdadera», asegura la mujer, hoy de 47 años.
Dopazo define al represor -actualmente bajo prisión domiciliaria en su casa en el Bosque Peralta Ramos, en Mar del Plata- como «narcisista, una persona sin bondad, impenetrable, que nunca dio lugar para que sus hijos pudieran preguntar», y, en ese punto, lo diferencia de otros genocidas que, en la intimidad, revelaban los crímenes que cometían.
«Etchecolatz, no. No habló con su familia ni frente a la Justicia, sosteniendo un doble silencio. O sea, corporizó lo más terrible en todo momento, sin importarle jamás el otro y convirtiéndose en el símbolo más cruento del aparato represivo», subrayó.
La hija de Etchecolatz por primera vez participó de las marchas de repudio cuando se concedió el beneficio del cómputo de 2×1 al genocida Luis Muiño. «Sentí que la Justicia había dejado de ser justa» , afirmó.
«Sólo dos tipos de personas conocen verdaderamente a un sujeto como él: sus víctimas y sus hijos», dijo finalmente sobre Etchecolatz.
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