Yo La Tengo también brilló «desenchufado» en su side show en Buenos Aires

Por: Fidel Fourcade

El trío estadounidense repasó clásicos de "Painful", "Electr-O-Pura "y "And Then Nothing Turned Itself Inside-Out" en un set pensado para la escucha atenta. Más allá de los hits, la banda mostró cómo la improvisación y la intimidad siguen siendo el corazón de su música.

En su tercera visita al país, Yo La Tengo reafirmó su lugar como una institución del indie mundial. En un side show previo a su presentación en el Festival Music Wins, el trío ofreció un set sin grandilocuencias, nacido del ensayo y la intuición.

Lo que siguió fue una de esas noches en las que la música parece volver a su forma más pura: tres personas sobre un escenario confiando ciegamente en la canción, en el error y en la magia del instante. Esto abrió una expectativa distinta, un portal a otra dimensión: menos espectáculo pomposo, más atención al sonido, al detalle, al cuerpo en escena. Y así fue.

“Espero que les haya gustado este set, mañana será completamente distinto”, soltó Ira Kaplan, guitarrista del conjunto norteamericano. La banda priorizó la experiencia directa con el público por encima de la escala masiva que supuso su participación el domingo en el festival Music Wins, que también se realizó en Buenos Aires ese mismo fin de semana.

Yo La Tengo se dispuso a reinterpretar su catálogo desde la sutileza, enfatizando textura, pausa y atmósfera. Todos los que estuvimos la noche del sábado, en la frontera entre Parque Chas y Chacarita, percibimos un matiz distinto: un diálogo más calmo y contemplativo. Vimos una banda que tuvo vocación de tocar más allá de sus hits.

Cerca de las 21 horas y durante más de 90 minutos mostraron credenciales: décadas manteniendo coherencia estética y entrega auténtica que les ganó culto entre seguidores exigentes, tanto en el mundo como en Argentina, donde concurrieron en masa para ver a la banda de Ira Kaplan, Georgia Hubley y James McNew.

El show contó, además, con El Príncipe Idiota (otrora Mariano Di Cesare) como apertura. Antes de que grandes bandas y artistas de nuestra época dorada del indie argentino -Mi Amigo Invencible, Usted Señalémelo, Luca Bocci, Él Mató- pudieran grabar discos y alcanzar cierto reconocimiento masivo, Yo La Tengo, décadas antes, tuvo que caminar un camino similar.

El recital mantuvo una lógica fresca: el set parecía surgir de la improvisación y de interminables (y formativas) horas de ensayo. La comunicación permanente entre los tres músicos y las decisiones que tomaban en tiempo real confirmaban esa idea desde el primer tema. No lo dijeron con palabras, pero el mensaje era claro: “Conocemos estas canciones, nos acompañan hace décadas; ahora vamos a jugar con ellas, a torcerles el rumbo”.

Pasaron por Painful (1993) y Electr-O-Pura (1995), hasta la melancolía expansiva de And Then Nothing Turned Itself Inside-Out (2000). Su repertorio funcionó como bitácora emocional del indie norteamericano de los 80 y del indie argentino de finales de 2010: una historia contada desde la vulnerabilidad y la precisión sonora.

A diferencia de muchas bandas de su generación que quedaron atrapadas en su época, Yo La Tengo parece flotar fuera del tiempo. Su sonido -una mezcla de dulzura lo-fi y ruidismo controlado- conserva vitalidad que no depende de la nostalgia, sino de la curiosidad. Tal vez por eso siguen sonando actuales: nunca persiguieron modas, sino que sostuvieron una forma de búsqueda, un modo de estar en la música.

La faena indie lo-fi se desplegó ante un público que colmó Deseo Club. Ira Kaplan llevó el pulso con su guitarra despeinada y nerviosa, mientras James McNew sostuvo el groove con un bajo que osciló entre la calma y la tensión, marcando el clima de la noche con una modestia quirúrgica. Georgia Hubley, por su parte, aportó un set percusivo singular -sin bombo, pero con una cadencia que parecía flotar-, completando una tríada que sigue encontrando belleza en lo mínimo.

En Argentina, Yo La Tengo mantiene una relación especial, aunque intermitente. Su última visita fue en 2019, en el marco del Noise Pop Festival, donde repasaron buena parte de su discografía frente a un público devoto que entendió la experiencia como una misa laica del indie. Este regreso -en formato más reducido y acústico- tuvo otro punto de comunión: menos litúrgico, más íntimo, más cercano a esa alquimia de melodías dormidas y distorsiones contenidas que los define.

El encanto del trío radica en su manera de desarmar lo solemne. No hay épica en su entrega, sino una calma hipnótica y un compromiso sin urgencia. Cada canción parece construirse y deshacerse en tiempo real, como si Yo La Tengo todavía necesitara convencerse de que tocar vale la pena. En una era donde el vivo suele estar dominado por la sobreproducción y el exceso de estímulos, verlos en un lugar como Deseo Club equivale a asistir a una clase magistral sobre el arte de sostener el misterio con lo mínimo indispensable.

Yo la Tengo side show

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