Hace yoga, entrena la mente y no quita los ojos del rival: Terence Crawford, el mejor libra por libra

Por: Juan Diego Britos

En su victoria del sábado contra Canelo Álvarez, que abrió la era del show televisivo devenido en plataforma on demand, el estadounidense dejó una enseñanza: que tal vez vivir no se trate solo de aguantar los golpes.

-Ma, ¿la familia de Avellaneda, es de Independiente?

-Los tíos de allá son peronistas, panaderos y boxeadores. Nunca los escuché hablar de fútbol.  

El tío Nenito era el primo más joven de papá. Cuando mamá enviudó, se quedó a trabajar con ella en el kiosco de Once. Era petiso, morocho y hábil para desarmar situaciones tensas. También era seductor con las clientas. Creo que la tía no era la única que recibía un bombón Dos Corazones a cambio del “merecido besito”.

Una tarde, mamá organizaba los pagos a proveedores y un cliente apurado le chistó para que lo atendiera. Mamá nunca escuchó lo que no quería responder. El cliente insistió de mala manera.

Amigo, mire que por la lengua, se pierden los dientes”, intervino Nenito y el otro lo invitó a salir del negocio.

En vano fueron los esfuerzos de mamá. Nenito se quitó los anteojos y salió. El cliente, más alto, joven y enojado, se le tiró encima. Mamá gritaba, yo enseguida tuve miedo. Pero me entusiasmé cuando el tío esquivó el giro de patada del cliente. Los tipos sabían pelear; no se agarraban del pelo o a cinturonazos como veía en la cancha. No prometían plomo como en mi barrio.

No hay pelea callejera que dure diez rounds. Y el tío lo sabía. Tal vez por eso, en el segundo esquive, esta vez a un recto de izquierda de su rival escondió la cabeza, flexionó las piernas y volvió con uppercut derecho y cross izquierdo.

“Lo sentó de culo”, dijo mamá. 

Para mí siempre fue difícil esquivar y golpear. Tal vez por eso, desde aquel día, tomé nota de los hombres que pegan caminando hacia atrás, con los ojos abiertos. Porque la mayoría suele cerrar los ojos en un cruce. Aprietan los dientes y desenroscan la energía desde los pies. Pero algunos, como Terence Crawford, el mejor libra por libra de la actualidad, nunca quitan los ojos del rival.

PPV pay per view. En uno de los dos capítulos de la venta de la pelea contra Saul Canelo Álvarez de Netflix, Crawford hace yoga. Fija la vista en un punto en el horizonte. Concentrado, calibra el tiempo y la distancia de su yo pugilista. Dice Emmanuel Carrere en Yoga que “la meditación (…) es suscitar en uno mismo una especie de testigo que espía el torbellino de nuestros pensamientos sin dejarse llevar por ellos. Sos sólo caos, confusión, mermelada de recuerdos y de miedos y de fantasmas y de vanas anticipaciones, pero alguien más calmado, en su interior, vela y hace su reporte”.

El boxeador de Omaha, Nebraska, además de tener estilo ambidiestro de combate, entrena la mente. En silencio modela la perspectiva propia, el enfoque de la estrategia que lo lleve a satisfacer su deseo de gloria. 

Carlos Irusta es uno de los mejores analistas de boxeo argentino. Años atrás, cuando la opinión pública insistía en que Marcos “Chino” Maidana había ganado su primera pelea con Floyd Mayweather, Irusta reflexionó que “si Maidana fue como el trueno, que estremece todo a su alrededor, Mayweather es el rayo, que siempre llega antes”.

La luz es más rápida que el sonido. Mientras nos pasamos la vida escuchando que hay que cerrar los ojos, apretar los dientes y seguir adelante, Crawford, meditando y equilibrado, hizo todo lo contrario. Nunca estuvo donde Canelo lo esperó. Manejó el tempo de la pelea. Cuando el mexicano creía llegar a destino, Crawford se había ido para regresar de inmediato y sumar golpes. Con el paso de los asaltos, la distancia entre el rayo y el trueno, fue cada vez más evidente. No hacía falta esperar las tarjetas para conocer el destino de la historia.

Agrega Carrere que “la salud psíquica, según Freud, es ser capaz de amar y trabajar”. Crawford no tuvo una vida fácil. Campeón del mundo invicto, el star system le negó reconocimiento hasta que venció a Canelo. Padre de siete hijos, entrenando siempre con el mismo equipo, en el gimnasio que lo sacó de la calle, entendió todo sobre el boxeo pero también aprendió sobre el amor.

La del sábado no fue una pelea más. Fue el inicio de una nueva era, del show televisivo devenido en plataforma on demand. Algo había insinuado DAZN. Pero ahora los capitales árabes fueron el combustible para que Dana White, CEO de Ultimate Fighting Championship (UFC), inicie su camino como productor de veladas históricas. Y Crawford junto a Canelo, los elegidos para protagonizar el espectáculo. Los episodios previos al combate que mostró Netflix no se diferencian de “All Access”, el contenido de HBO que mostraba la preparación de los púgiles e invitaba a pagar para ver. Detrás de la pelea aparente, hay combates que suelen ser los fundantes del verdadero conflicto. Y en este escenario, que un boxeador tenga muchos seguidores alimenta la chance de ser más “vendible” que otros. Tal vez, la demora en el reconocimiento al nuevo supercampeón tenga raíz en este modo de entender el deporte y el espectáculo del deporte.

Ahora Crawford es la nueva estrella. Parece que en el negocio de los puños todavía hay lugar para los hombres que pegan con los ojos abiertos, caminando hacia atrás. Después de todo, tal vez vivir no se trate de cerrar los ojos y aguantar los golpes. Quizás, como enseñaron el tío Nenito o Crawford, sólo hay que descubrir el tiempo y la distancia para, algún día, poner las cosas en su lugar. «

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