Nada de lo que ocurre hoy en la Argentina es casual. No es cierto, como insiste en decir el presidente, que la economía se sacuda por una «turbulencia» provocada por vientos externos o imprevistos meteorológicos locales. Tampoco que es consecuencia de «mala praxis» o «errores» de gestión.

No.

La grave crisis económica, social y política argentina fue perpetrada por un plan de gobierno diseñado para provocar el desastre que provocó.

Basta repasar los papers de la Fundación Pensar, o la propia gestión de Mauricio Macri en Buenos Aires, para corroborar que las medidas que provocaron la corrida cambiaria y el derrumbe de la economía forman parte del adn PRO.

La toma compulsiva de endeudamiento, la quita de retenciones a las exportaciones agropecuarias y mineras, las transferencias a las empresas energéticas, la apertura de importaciones, la desregulación financiera y el desmantelamiento del Estado –entre otras cosas– fueron prescriptos en los trabajos de la fundación que moldeó la doctrina macrista.

Eso explica por qué la discusión interna en el oficialismo no gira sobre las políticas de fondo sino sobre la velocidad en su aplicación. O dicho de otro modo: la fractura en el Gabinete es entre quienes pretendían aplicar napalm y los que propusieron inocular cicuta por goteo. Tarde o temprano, sin embargo, el desenlace sería lo que pasa hoy. 

Macri escogió la alternativa de la cicuta por impulso místico: creyó que con su sola presencia «lloverían inversiones», el crecimiento del PBI licuaría el déficit y el empleo se expandería por la reducción de tributos y derechos laborales. Es obvio que se equivocó.

Ahora probará con el napalm: aceleración de los despidos masivos en el Estado, mayor torniquete al gasto público y, según sugirió el propio ministro de Economía, reducción de partidas previsionales.

La «receta» podría incluir módicas medidas razonables –como la reimplantación de retenciones y del impuesto a la riqueza–, y retoques cosméticos, como la «renovación» del Gabinete que exige el «círculo rojo». Paliativos que no curarán la enfermedad. Lo dijo Macri: «El rumbo se mantiene».

Con el presidente grogui, sus sponsors reclaman la profundización del «ajuste». La palabra es un eufemismo que en la Argentina tiene una sola acepción: destruir el Estado y empeorar las condiciones generales de vida.

Los personeros del sistema llaman a ese estrago «hacer lo que hay que hacer». Falso. Modelos geográfica, social y políticamente distantes como los de Bolivia y Noruega demuestran que el Estado es crucial para equilibrar la puja distributiva y crecer con equidad. No es lo que quiere Macri y, menos, sus antiguos socios, que ahora le picaron el boleto asustados por la caída en el valor de sus empresas y el aumento de la tensión social.

«Tenemos que aceptar que somos más pobres y poner el lomo todos», dijo ayer el agro magnate Gustavo Grobocopatel. Clásico: el gran empresario argentino es muy de capturar renta en la buena y socializar las desgracias.

Ceos al fin, los anuncios oficiales siguen el mismo principio. Buscarán cargarles a todos el costo de la fiesta que disfrutaron –y disfrutan– unos pocos.

Total normalidad. «