Jorge Valdano mira una foto encuadrada en su oficina de Madrid: es el momento exacto en el que la pelota supera al arquero alemán Harald Schumacher en la final de México 86, su gol. «El momento –dice desde España, – en el que tomé conciencia de ese antes y después». Además de futbolista campeón del mundo, fue entrenador y director deportivo de Real Madrid, y es comentarista en medios y consultor en deportes. Valdano, el gran conceptualizador del fútbol, llegó a decir alguna vez que jugamos a la pelota para olvidarnos de la muerte.

–¿Pero aún en tu casa el único recuerdo visible del fútbol es una foto con Giusti?

–Es una foto que tengo con el Gringo en Trigoria, el día que Bilardo me despidió de la Selección antes del Mundial Italia 90. Giusti es un sabio: cuando me vio con la maleta, triste, me dijo: «Pará». Salió corriendo y vino con una cámara. Y le dijo a Pachamé que nos sacara una foto. Yo, vestido para ir al aeropuerto, y él como deportista, porque estaba a punto de entrenar. El resto había salido a jugar el último amistoso a Israel, aquel partido de cábala. El Gringo me dijo: «Algún día miraremos esta foto y nos vamos a reír». Muchos años después, pasando por Buenos Aires, me trajo un paquete de regalo. Cuando lo abrí, era esa foto. Y aún me acompaña. Es una lección de vida: el tiempo hace su trabajo sobre cualquier episodio y uno termina viendo las cosas de una manera más abierta y relajada. Es una especie de ejercicio contra la nostalgia. Para mí, la vida está ahí adelante. Y hago esfuerzo para convencerme todos los días. Los recuerdos del fútbol son muy potentes, como todo lo que se hace dentro de un territorio emocional. Y quedarse empantanado ahí es peligroso.

–¿Qué leías durante México 86?

Memorias de Adriano, traducido por Cortázar. Me acuerdo perfectamente porque me impresionó mucho. Tenía algunos libros, pero no una maleta llena, como dijo Ruggeri. Estaba ahí para jugar un Mundial. Los libros me ayudaron a pasar el tiempo, pero lo crítico era otra cosa.

–¿Por qué tiraste el diario que escribiste en los días del Mundial?

–Eran anotaciones enlazadas con la actualidad, hecho de anécdotas. Del mes y medio que uno está en un Mundial nadie ha hablado del aburrimiento mortal que se sufre. Y de la peligrosa desconexión con el entorno. Uno ni siquiera es consciente del terremoto que provoca en su propio país lo que está haciendo. Aquel fue un Mundial donde vivimos una transformación tan grande en un tiempo récord, que daba para un libro. Me daba miedo que algún día tuviera la tentación de publicar esas anotaciones. Hoy estoy arrepentido. No descarto que alguien lo encuentre. Pero si aparecen, no creo que entiendan mi letra de médico.

–¿Qué etapa atraviesa el fútbol?

–El fútbol, como industria, ha crecido mucho. Lo ha hecho en los mismos términos que la globalización: los ricos son cada vez más ricos, y los pobres, cada vez más pobres. Vale para los clubes, países y jugadores. Europa se ha convertido en un continente casi imperialista en lo futbolístico, donde se concentra casi el 70% del dinero que mueve el fútbol mundial. Y eso hace que se concentre el talento y el poder competitivo. Sudamérica, que fue la contraparte durante muchísimo tiempo, se ha convertido en un productor de jugadores, que vende jóvenes, y los recupera en el último ciclo de su vida deportiva. Y luego están los mercados más «inmaduros», aquellos que se han sentido fascinados por el fútbol en los últimos tiempos, a los que se les da mucha importancia porque son mercados socioeconómicamente altos. Se está a la búsqueda de esos aficionados con la «sana intención» de convertirlos en clientes. Esa es la lucha de 15 equipos europeos: tener un mercado mundial. Y quedan rezagados aquellos que tienen como mercado su ciudad o su provincia.

–¿El Liverpool de Klopp cambió el estilo de juego dominante?

–Liverpool no especula: es un equipo que te ataca hasta cuando defiende, muy físico, que deja la impresión de que nunca se cansa. Lleva dos años y medio corriendo sin parar. Y luego adaptándose a las condiciones de sus jugadores: una vez que quita, sale muy rápido. Tiene un estratega, que es Firmino, y dos balas, Mané y Salah. La novedad es que juegan los tres muy cerca, se reparten el campo de una punta a otra del área. Y convierten en extremos peligrosísimos a los laterales. Dicho esto: nadie ha influido más en el fútbol mundial como Guardiola. Cualquier equipo de tercera división abre a los centrales, tira hacia adelante a los laterales, pide la pelota al pie y sale hacia el medio a crear superioridad numérica. Es muy interesante que no estamos en la dinámica de los viejos tiempos, cuando un equipo muy bueno terminaba superado por un equipo de una escuela muy especuladora. Ahora el espectáculo empieza a ser obligatorio para el negocio. A esos aficionados remotos que hay que conquistar, no se los puede aburrir porque te abandonan. Jugar bien ya forma parte del plan de negocios. No se ven muchos equipos que esperan y tiran pelotazos. El resultado es Dios, conviene no confundirse, pero hay una exigencia de espectáculo que dejó instalada Guardiola, que, de alguna manera, ha modificado la exigencia de la gente hacia el fútbol que ve.

–¿Entra el River de Gallardo?

–Tener esa continuidad de casi seis años habla de la autoridad y el liderazgo de Gallardo, y de su conocimiento futbolístico, que es fiel a su manera de jugar, primero, y de sentir el fútbol, después. No rapiña el juego: River es un equipo que intenta siempre mostrar su grandeza.

–Escribiste que el fútbol sufre «parálisis por análisis».

–Hubo un tiempo en que los ojeadores de los clubes iban a ver partidos para descubrir talentos. Luego se alejaron del campo y empezaron a ver videos para analizar los talentos. Y ahora hay departamentos de análisis en los clubes que directamente van al Big Data. No hay equipo que no tenga departamento de videoanálisis y que no intente descuartizar a los adversarios y analizar a fondo a los jugadores, no siempre poniendo los datos en contexto. Entonces, en muchas ocasiones, veo a los entrenadores perderse en detalles y convertir en secundario lo esencial. Tomo como ejemplo bueno a Zidane en el Madrid. Zidane es un simplificador: cree en el talento, sabe que hay jugadores mejores y peores, y se relaciona con el fútbol de un modo natural. Se trata de un tipo que lo conoce todo pero que se queda con lo esencial del fútbol. Y no se confunde ni siquiera cuando pierde. Hay que valorar ese tipo de cosas. Hay entrenadores que ponen dos jugadores altos porque piensan que en los córners pueden sufrir. Y por cuatro córners que le van a tirar en un partido terminan modificando el juego del equipo, con el que hay que convivir durante 90 minutos.

–¿Eso le quita lugar a la espontaneidad, a la gambeta?

–La gambeta es muy querida, pero si te sale. Si no te sale, que Dios te ayude. Aceptamos la de Messi, la de Hazard, que te llevan a la excelencia. Pero los datos de cada Mundial te hablan de que cada día hay menos gambeta. El pase le ganó la batalla a la gambeta. Y ante la gambeta, no hay sistema táctico que valga. Hay momentos en que el talento tiene que pedir paso para resolver problemas. No lo puede resolver todo el entrenador durante la semana. No se puede jugar de memoria. Al fútbol hay que estudiarlo pero luego expresarlo cada uno desde sus condiciones naturales. Por ese sobreanálisis, por el Big Data, por los algoritmos –lo que se está apoderando de la sociedad y también del fútbol–, la sensación es que el entrenador tiene cada vez más influencia en el juego, y eso le quita espontaneidad al jugador.

–Messi contradice todo.

–Siendo genio, cualquiera modifica las cosas. Messi es un caso testigo del fútbol actual. Es el poder del héroe, de la superestrella. Esta semana sacó un pequeño comunicado en Instagram respondiéndole a una persona creíble como Abidal, el secretario técnico, que de algún modo había agredido a los jugadores, y dejó temblando al Barcelona. Luego, en el campo, sigue teniendo el poder del desequilibrio. Decide tres de cada cuatro resultados con su influencia devastadora. Pero Messi hay uno solo.

–¿Está más cabrón, interviene más en la realidad?

–Lo veo más maduro y más consciente de su poder.

–¿Qué hay después de Messi?

–Es difícil saberlo. Pero el siguiente en la línea sucesoria, teniendo en cuenta que un genio nace cada 15 o 20 años, tendrá condiciones más académicas. Messi es un milagro formativo: le debe tanto a la calle como a la academia. Hasta los 13 años creció en la Argentina, en una enseñanza más informal, y luego llegó al Barcelona, donde se metió dentro de una horma futbolística muy atractiva, pero mucho más formal. La calle ha desaparecido como escuela formadora de futbolistas.

–¿Tan así?

–En Europa, por supuesto. En Sudamérica todavía existen ámbitos de pobreza donde el fútbol sigue reinando. Pero el próximo Messi será más parecido a Cristiano Ronaldo que a Messi, más superhombre físico, más competitivo, igual de héroe, pero con un corte futbolístico distinto.

Después de la eliminación de Alemania en Rusia 2018, Oliver Bierhoff, director de selecciones, dijo que debían incorporar el fútbol callejero a los clubes, mucha más «creatividad» y «disfrute».

–Alemania aprende rápido sobre la evolución del fútbol. El Bayern contrató a Guardiola, vinieron a aprender a España la esencia del «tiki-taka», lo terminaron implantando en un ciclo formativo muy estricto. Pero que al ser demasiado estricto, se terminó cargando la espontaneidad, el talento singular de los jugadores. Esa es la gran ventaja que tenía la calle: cuidaba a los jugadores diferentes. El diferente tenía mucho prestigio en la calle. En cambio, la academia es muy buena para mejorar a los jugadores medianos, y muy mala para cuidar al diferente.

–¿Qué impresión te da la revolución Maradona en el fútbol argentino?

–En primer lugar, para Diego no existe una medicina mejor que el fútbol. El documental Maradona en Sinaloa es una prueba concluyente. Primero, la desproporción entre el equipo que dirigía y su condición de genio. Y luego el efecto mágico que tiene en los jugadores y el efecto mágico que el fútbol tiene en él. Esta experiencia en Gimnasia, siendo menos reveladora, apunta en el mismo sentido. Maradona es un prócer futbolístico. Y en un país que está sufriendo mucho. Con Maradona hay algo fuertemente social. Con Maradona, los pobres les ganan a los ricos.

–¿Nunca te hastiaste del fútbol?

–No, porque el fútbol es evolutivo. Es como que te guste la pintura y cada semana estés ante un cuadro distinto. Para analizarlo, no me canso. De todas maneras, no soy entrenador porque es una profesión que requiere de un alto grado de obsesión futbolística. Y soy más bien disperso: me gusta la lectura, el cine… Me gusta vivir. El fútbol ocupa parte de mi vida. Una parte importante, no mi vida entera.

–Te faltó el periodismo. ¿Cómo lo ves desde adentro? En Los cuadernos de Valdano (1997) ya escribías que «el morbo y la anécdota alejan a los medios de la cancha».

–Hay dos tipos de periodismo, y cada vez ocupan más los extremos. Aquellos que analizan el fútbol con rigor y de una manera muy atractiva, donde una crónica de un partido es casi un cuento de fútbol. Y otro más ruidoso, más polémico, más entretenido, más masturbatorio. Si existen las dos puntas, es porque existen ambas audiencias. Y cada vez hay más gente del medio contando el fútbol. Pero tenemos el defecto de hablar para jugadores, entrenadores y gente iniciada. Y perdemos de vista que le hablamos a la gente, que somos divulgadores de un juego muy popular, y que hay que «descomplicarlo» cuando lo analizamos.

–¿Qué te sorprendió últimamente en el fútbol?

–El fútbol femenino, que ha acelerado de una manera descomunal. Y que tiene algunas cosas de las que debiéramos aprender. Por ejemplo, que tengan una relación tan libre con el sexo. Da la sensación de que en el mundo de los hombres no existe la homosexualidad, y en el de las mujeres, sí, sólo porque tienen una manera más desenfadada de decirle a la sociedad quiénes son. Y ahí Rapinoe ha hecho una gran labor al insertar el fútbol en la normalidad de la dinámica social.