Gerónimo Rivera: «Ser bajito es fundamental para tener agilidad: entro en lugares que otros no pueden»

Por: Germán Lagger

De 20 años y 168 centímetros, fue una de las revelaciones de la fase inicial de la Copa de la Liga. Sin minutos en las inferiores mientras se hacía un tratamiento por un déficit en sus hormonas de crecimiento, el delantero de Banfield mostró velocidad, gambeta y desequilibrio en su salto a Primera.

Si en el fútbol argentino siempre brotan futbolistas, una de las revelaciones de la fase regular de la Copa de la Liga fue Gerónimo Rivera. El delantero de Banfield, de 20 años y 168 centímetros, sorprendió con su gambeta y su velocidad en 21 partidos de 2023, en 20 de ellos entrando en los segundos tiempos, y aportó para que su equipo se salve del descenso y se clasifique a los cuartos de final.

Con pasado en Baby Fútbol y en Lanús, en las inferiores de Banfield no jugó hasta la Quinta División por su déficit en las hormonas de crecimiento. «No es lo mismo que Messi, él tenía las hormonas dormidas y las mías crecían, pero lentamente», sostiene Rivera, que debutó en Primera el 3 de junio de este año. Sus únicos dos goles tuvieron gran valor: significaron sendos 1 a 0 contra Instituto y Vélez, victorias que ayudaron a Banfield a evitar el descenso.

-¿Cuál es tu primer recuerdo ligado al fútbol?

-Mi club de barrio, Bartolomé Mitre, donde jugaba al Baby Fútbol -en Villa Sastre, Temperley-. Ahí aprendí a caminar prácticamente. Entendí lo que es la viveza, los controles, gambetear, jugar suelto y no sentir presión. Era apreciar esos momentos, donde mi mamá me acompañaba al club. Fue como mi casa. Estaba todo el tiempo ahí. Entrenaba con los más grandes y los más chicos. En los clubes de barrio te formás para tener picardía al jugar y ser buena persona.

-A los 7 años pasaste a Lanús. ¿Cómo la pasaste?

-Fue difícil. Me decían que no iba a poder jugar al fútbol porque era chiquito. Se me cruzaban muchas cosas por la cabeza, pero me decía a mí mismo ‘Yo puedo jugar’. Entonces iba a entrenar igual. Pero era un momento de mi vida que no me gustaba. Llegaba a casa, tiraba el bolso y le decía a mi mamá: ‘No voy más’. Me secaba las lágrimas, preparaba nuevamente mi bolso y al otro día iba al entrenamiento.

¿En ese momento pensabas en tus orígenes en el Baby Fútbol?

-Todo el tiempo. Yo entrenaba fútbol 11 en Lanús y en paralelo jugaba al Baby Fútbol en Bartolomé Mitre. Mi idea era dejar el Fútbol 11 yquería quedarme con la tranquilidad del Baby. Siendo tan chico, quería dejar de pasarla mal. Hasta que llegó la oportunidad de Banfield.

En Banfield lidiaste con otra instancia de superación: tu tratamiento con hormonas de crecimiento.

-Exacto. De Novena a Quinta División no jugué ni un partido. Los técnicos querían ponerme pero me ganaban fácilmente con el cuerpo. Por eso Banfield me hizo un seguimiento. Claudio Vivas, que era el técnico en ese momento (2015-2016), junto a Matías Carnival (coordinador general del Fútbol Infantil de Banfield) me mandaron al Hospital Gandulfo. Ahí me hacían placas en las muñecas, me hacían tomar gotas, pastillas y me sacaban sangre todo el tiempo. Era un control rutinario. Lo que me quedaba hacer era esperar mi oportunidad.

-¿Qué diferencias notaste cuando te equiparaste físicamente con los demás?

-Yo tenía habilidad, gambeta y agilidad. Pero cuando me ponían el brazo o el cuerpo, volaba. Con el tiempo, empecé a notar que cuando me tocaban o me empujaban, podía aguantar un poco más. Entonces me dije: ‘Ahora sí’. Comencé a encarar a mi marca sin temor y a decirme: ‘Te gano o te gano’.

-Hay rebeldía en tu juego.

-Es que lo aprendí del Baby Fútbol. Buscaba  a los rivales. Si veía que tenían tarjeta amarilla, buscaba la forma de ir y sacarlos del partido. Pero siempre jugué así. No es que ahora lo hago para ‘cancherear’. Porque viste que hay algunos jugadores que se enojan. Es mi estilo de juego y siempre jugué así. Y tampoco lo voy a cambiar. Si veo la chance de tirar algún lujo, lo voy a hacer.

-¿Cómo llevás la adaptación a la Primera?

-Yo estoy hace poco en Primera. Le agradezco mucho a Falcioni porque me ayuda a que no se me vuelen los pajaritos. Disfruto cada momento. Hoy Julio me está poniendo de suplente porque busca, con mi agilidad, hacerle daño a un rival cansado. Además, intento estar metido en el partido y dejar de lado el ambiente de la cancha para no marearme. Entro a la cancha a divertirme pero, cuando el partido se pone tensionado y hay que presionar y marcar, trato de adaptarme a ese juego. Aunque no me guste. En las inferiores de Banfield era lateral izquierdo. Tenía marca y me gustaba pasar al ataque, pero me quedaba allá arriba (risas). Hoy el grupo me ayuda a ordenarme para marcar.

-¿Qué opinión tenés de la altura dentro del fútbol?

-Creo que ser “bajito” es algo fundamental para tener agilidad. Entro en lugares que otros no pueden. Pero a la vez me sirvió mucho ver a otros jugadores e imitarlos. Mi papá me ponía videos de Maradona. Él es un enfermo del Diego. Veo mucho a Messi, a Neymar y a Ronaldinho. Trato de no pensar tanto en la altura sino en la viveza.

¿Sigue prevaleciendo el gambeteador en el fútbol argentino?

-Obvio. Siguen saliendo porque son parte del potrero. Yo jugaba en terrenos con piedras y vidrios. Hasta descalzo jugaba en la calle. Nacen ahí. Sin miedo a jugar, de atreverse, de dominar y llevar la pelota cortita al pie. Para mí el gambeteador es una parte fundamental porque tienen el engaño del fútbol. Para engañar al rival hay que estar muy atentos. Si no lo haces, te morfan.

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