La intrigante serie de Netflix promete una reflexión profunda sobre el impacto nocivo de las redes sociales y los abusos machistas. Pero se queda en un adictivo thriller policial con reminiscencias a Black Mirror.
El punto de partida de Clickbait es un crimen que parece absorber la suma de las obsesiones sociales predominantes en los tiempos que corren. Un joven secuestrado y golpeado que, a simple vista es la encarnación del machirulo rompecorazones sobre «colchón de finas psicopatías», aparece en la web sosteniendo un cártel en donde afirma que abusa de mujeres. La grabación culmina con la advertencia de que, de llegar a los 5 millones de vistas, el atractivo seductor será asesinado. En un segundo clip, se redobla la apuesta y el muchacho sostiene otro cartel que enuncia que ha matado a una mujer, lo cual dispara la cantidad de visitas del video original y acelera el destino del desventurado.
Hasta el momento de la viralización del video, el fisioterapeuta Nick Brewer (Adrian Grenier) era aparentemente un modélico “jefe” de familia heterosexual, felizmente casado y padre de dos hijos. Sin embargo, basta la inducida autoconfesión para echar sombras sobre su respetabilidad y para ganarse el repudio social. Y, aunque en principio, la amante esposa (Betty Gabriel) se une a la cruzada de la defensa de inocencia de Nick liderada por su hermana Pía (Zoe Kazan), más pronto que tarde, ciertas sospechas y atisbos de violencia del pasado inclinan la balanza hacia la condena del marido. Este no las tendrá todas consigo para conservar la reputación postmortem: en la investigación policial se descubren múltiples identidades virtuales del joven en redes sociales de ligue erótico (no en vano su nombre es Nick) y se multiplican acusaciones de mujeres de su pasado seducidas y abandonadas que invaden los programas de TV basura.
Clickbait tiene muchos aciertos. Uno de ellos, es la primera escena, que muestra una situación festiva que termina en pelea y parece dar cuenta de que, en la familia de Nick, es más lo que se oculta que lo que se muestra. La rencilla desata la ira del galán al punto de que induce al espectador a validar la hipótesis de la violencia de género. Desde Hitchcock e incluso antes, es sabido que al crimen explícito debe precederle una situación de tensión y conflicto solapado de pasiones.
Otro gran acierto son los tópicos que se sostienen durante toda la trama: las inequidades de género, los abusos a las mujeres y los femicidios, los riesgos de la seducción en las redes sociales, el canibalismo de los mass media, la dictadura de los cánones de belleza, los racismos y sobre todo las distopías de la dependencia tecnológica y las identidades virtuales a lo Black Mirror, que solo parecen profundizar las soledades, los padecimientos subjetivos y el morbo y la obscenidad social, entre otros. Eso sumado a una estructura que adopta el punto de vista de un personaje diferente en cada uno de los ocho capítulos y que terminan de construir una miniserie entretenida y por momentos adictiva.
Pero, mediando la trama, los autores, Tony Ayres y Christian White, parecen perder el rumbo. En efecto, los senderos del argumento y la multiplicidad de temas se bifurcan y parecen no conducir a ningún lado. A su vez, entre las idas y las vueltas y la incorporación constante de personajes nuevos, ningún carácter logra hondura ni transmite emoción ni empatía.
Sin embargo, paradojalmente, esa es la gran fuerza de la ficción que con esos recursos nunca pierde la tensión, el suspenso y la capacidad de divertir y mantener en vilo al espectador. No parecen importar que no se profundice en nada, las incoherencias argumentales ni el giro conservador final hacia la defensa de la familia nuclear americana: invariablemente el espectador quiere saber lo que va a ocurrir en el siguiente capítulo.
La resolución de la miniserie sigue la misma coherencia engañosa al romper con una de las reglas más honestas del género policial que es presentar al asesino como posible sospechoso desde el primer capítulo: por el contrario, este irrumpe sin aviso previo y de manera azarosa prácticamente al final. De estas y de otras maneras, Clickbait tiene la rara virtud de transformarse en aquello que enuncia desde el título: un “ciberanzuelo”, neologismo utilizado en lengua anglosajona para describir aquellos titulares o formas sensacionalistas de la web destinadas a generar la mayor cantidad posible de clics –y por ende de rédito económico– pero que conducen a contenidos vacíos. El título resulta a la postre toda una declaración de principios y lo único que verdaderamente cumple. «
Clickbait
Directores: Brad Anderson; Emma Freeman; Ben Young; Laura Besley. Elenco: Zoe Kazan, Adrian Grenier, Betty Gabriel, Camaron Engels, Phoenix Raei. Disponible en Netflix.
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