Es una lucha (femenina)

Por: Belauza

Este viernes Netflix lanza la segunda temporada de Glow, la serie que cuenta la historia de un grupo de mujeres que, ante el ajuste económico impuesto por Ronald Reagan, encuentra en el catch un nuevo lugar para sobrevivir y tomar conciencia de su poder.

Cuando Judith Butler apenas estaba en los prolegómenos de su revolucionario libro “El género en disputa” (1990) cuando en EE.UU. aparecía “G.L.O.W”, un show de lucha libre femenina que después fue televisado. En 2017, Netflix lanzó “Glow”, una serie que revive aquella historia (totalmente ficcionada) y este viernes se estrena su segunda temporada.

La “Glow” de Netflix es una historia contada desde el hoy, con buena parte del corpus académico feminista incorporado y toda la experiencia de la lucha acumulada. Y eso se nota desde los primeros minutos. Creada por Liz Flahive y Carly Mensch (ambas en el equipo responsable de Orange is the New Black), la serie quiere mostrar que la sororidad ya existía antes de ser conceptualizada, y que si las mujeres fueron arpías y/o brujas entre ellas fue más por víctimas de un sistema de relaciones sociales que por iniciativa propia, y mucho menos por genética.

Claro que la historia está repleta de estereotipos. ¿Qué otra posibilidad de llegar a un público amplio habría si no fuera a través de los lugares comunes que prejuzgan antes de averiguar? El tema es que “Glow” lo hace para desmontarlos, si bien no todos, al menos unos cuantos. Uno de ellos es que la sororidad existe per se. Y en verdad deben darse algunas series de cuestiones, como que el beneficio de su ejercicio sea mayor que el que aporta el lugar en la escala social.

Así, la rubia Debbie Eagan (Betty Gilpin), sólo comienza a dejar su furia hacia quien fuera su amiga Ruth Wilder (Alison Brie) por haberse acostado con su marido mientras ella estaba embarazada, recién cuando su ahora ex marido (lo echó una vez descubierto el engaño) deja de aportar como debe a la manutención del hijo que tienen en común. Incluso el odio que siente es el motor que le permite potenciar hasta el éxito la alianza laboral que acepta tener con Ruth. La idea de alianza antes que la de amistad –incluso sororidad– es la que prima en este grupo de mujeres que, fuera de ese contexto que las une, tal vez serían grandes enemigas.

Por eso cada una de las personajes –la japonesa, la negra, la gorda, la rusa, la árabe, la musulmana, la del sudeste asiático, etc– acepta lo que el lugar común piensa, siente y dice de ellas. Y lo explota en pos del bien común de todas las participantes de este grupo de catch femenino. Por cierto una manera que la mujer encontraría, en los años sucesivos a los que data la serie, para convertir en triunfo lo que parecía derrota asegurada. Películas bien ochentistas como Secretaria Ejecutiva son una buena muestra de ese estado perceptivo femenino que a los hombres se les escapaba, y en el que hoy se puede leer una especie de empoderamiento paulatino a fin de conquistar espacios y derechos. La aceptación de un perdedor peor que ellas como director del show, con más ínfulas de realizador que las de Ruth como actriz shakeaspereana, sucede más como una buena lectura de las propias y circunstanciales limitaciones que como aceptación resignada de “es lo que hay”.

Es de esperar que la segunda temporada a punto de lanzarse conserve esta ejemplaridad en sus ejes guía. En especial esa idea de mujeres caídas en desgracia a partir de un sistema de relaciones que si antes las mantenía como figura “detrás de un gran hombre”, ahora, con la llegada de Ronald Reagan al poder y el huracán neoliberal, las deja totalmente desprotegidas, y encima con varones que hacen uso y abuso de todas los privilegios que les concede el patriarcado.

Que ese espíritu encima esté lleno de purpurina y laca además de hacerla más atractiva, indica que el movimiento de mujeres y sus reivindicaciones no son una veleidad de los sectores medios, y que tal vez las clases populares, al menos en sus prácticas –desde ser mujeres solteras a el sostén económico principal del hogar– llegaron antes a esa lucha. Por último, pero no por eso menos importante, esa idea de que si antes se acotaba a que lo cortés no quita lo valiente, ahora –al menos de los ochenta a esta parte– se amplía a que la alegría es revolucionaria, como la reflexión es amiga de la diversión, el deseo y el placer.

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