Ellas en el estallido

Por: Emiliana Cortona / María Paz Tibiletti

A 20 años de la revuelta popular del 2001 en Argentina, recordamos experiencias de lucha y militancia de mujeres, lesbianas, travestis y trans.

Florencia Vespignani está sentada en la Estación Dario y Maxi, en Avellaneda, que recuerda a los militantes populares asesinados por la policía bonaerense el 26 de junio de 2002.

Detrás suyo, en las paredes de la estación, están pintados los rostros de Kosteki y Santillán, de Mariano Ferreya, de Teresa Rodríguez, de Berta Cáceres; rostros que se mezclan con pañuelos verdes, con pintadas con la consigna Ni Una Menos y el reclamo de aparición con vida de Tehuel de la Torre, el joven trans que permanece desaparecido desde el 11 de marzo.

Las paredes de esta estación de trenes emblemática podrían ser el lienzo para pintar una línea de tiempo de las luchas y activismos de las últimas décadas.

Vespignani es docente, artista popular y ex militante del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD-Aníbal Verón) de Lanús y del Frente Popular Darío Santillán. Para ella, el estallido social del 19 y 20 de diciembre debe pensarse como un proceso que no se reduce ni a esos días de revuelta ni mucho menos a la Ciudad de Buenos Aires.

“Toda esa rebelión en realidad surgió en algunas provincias y se irradió a Buenos Aires. A veces cuando se piensa el 2001 se piensa que todo es en Capital. Sí, el 19 es en Capital, pero toda esa ebullición surgió claramente de todas esas experiencias de lucha”, dice y enumera como antecedentes las puebladas en Cutral Co (1996-1997), Tartagal y Mosconi (1997), Corrientes (1999) y, mucho antes, el Santiagazo (1993).

Todas experiencias de resistencia al modelo económico del menemismo que estalló en mil pedazos en 2001, dejando a más del 56% de lxs argentinxs por debajo de la línea de pobreza. Vespignani recuerda esos días entre la incertidumbre y la alegría de ver, por fin, una reacción popular ante la crueldad neoliberal, el hambre y la desocupación, pero, sobre todo, con la energía estar ahí, poniendo el cuerpo.

“Y en ese proceso había un montón de mujeres participando a la par que los varones, por supuesto, porque las mujeres somos y hemos sido siempre parte del pueblo que lucha, de las revoluciones y de las revueltas”, dice a LatFem.

Los 20 años del 2001 la encuentran reflexionando sobre el rol de las mujeres, lesbianas, travestis y trans en el estallido. “Estuve pensando en por qué se da esa pregunta. El rol de las mujeres en ese momento no fue particular, fue como el de los varones, estar ahí, bancarla. Pero lo que venía sucediendo en los movimientos, particularmente en el Movimiento Piquetero, es que las mujeres eran mayoría”, analiza y agrega: “Si bien el rol puede ser igualitario en un sentido de lucha, porque las mujeres estamos en la lucha siempre, fuimos invisibilizadas. Cuando se cuenta esa historia o incluso cuando se la muestra en las cámaras, los voceros, los que hablan, siempre terminan siendo varones. A nosotras también nos pasó que llegamos a un movimiento organizado mayoritariamente por mujeres —como en su momento fueron los desocupados, que nos decíamos Movimiento de Trabajadores Desocupados y la mayoría éramos desocupadas— y, sin embargo, durante muchos años, los que hablaban en nombre del movimiento y en nombre de nosotras siempre eran varones”.

“Obviamente, después de 20 años y después de una masiva irrupción del movimiento feminista en la lucha popular en la calle y en la escena política, surge esa pregunta de un montón de feministas —más jóvenes, más viejas, más históricas, más nuevas— porque en realidad lo que estamos tratando es de recuperar ese protagonismo que tuvimos las mujeres a la par de los varones y que no se cuenta. Por eso creo que surge esa pregunta y que es importante contestarla y visibilizar la lucha de las mujeres”, dice Vespignani.

En ese desafío de construir una memoria feminista, recuerda a Luisa Canteros, activista feminista, lesbiana y militante del MTD. “Fue una compañera que se sumó muy activamente desde el principio, cuando un grupo de vecinos le fue a proponer sumarse a una organización por el trabajo y lo más significativo fue que ella puso su casa y ahí, en el patio de su casita, empezamos a hacer las primeras asambleas, que fueron en 1999. Ella puso su casa, su laburo, todo para que arranque el movimiento”.

Luisa fue también quien acercó a sus compañeras del MTD a los Encuentros Nacionales de Mujeres (el debate sobre cómo nombrar esos encuentros feministas vendría mucho después). Como resultado de ese cruce entre los movimientos sociales y el feminismo, comenzaron a organizarse como espacio de mujeres, a preguntarse por qué no tomaban la palabra en las asambleas y conversar sobre las dificultades para participar de las actividades por estar a cargo del cuidado de lxs hijxs, entre otros temas.

“Nos empezamos a hacer esas preguntas y de ahí derivamos en otras mucho más complejas como si decidimos o no ser madres, y ya eso en un barrio popular donde hay compañeras con cinco o seis pibes cada una era una pregunta fuerte. Eran preguntas feministas, todavía no lo sabíamos ni lo decíamos así, pero sí empezamos a hacer asambleas de mujeres y a tener una organización donde podíamos discutir todas estas problemáticas y donde sí hablábamos”, cuenta Vespignani y recuerda la primera Asamblea de Mujeres que realizaron el 26 de junio de 2003 en el Puente Pueyrredón.

Foto: Anred-Latfem

El 2001 de las travas

Las paredes del escritorio de Marlene Wayar, psicóloga social y activista travesti, son un registro a todo color de sus años de lucha y activismo: la bandera LGBTIQ+, afiches de Futuro Trans —la organización de la que forma parte y que desde hace 20 años trabaja en defensa de los derechos de la población travesti y trans en Argentina—, sus tapas de revistas y las fotos con compañeras como Lohana Berkins, Diana Sacayan y Susy Shock, su familia travesti, se mezclan y forman su propio museo de memoria feminista y trans.

“Yo empecé ese día en el Hotel Gondolín. Por supuesto, corrida de tiempo porque en ese momento aún estaba en situación de prostitución. Más tarde comiendo y cuando ya me estaba preparando para salir a trabajar, se sentía la rareza del ambiente, los sonidos se metían por la ventana, pleno cacerolazo, y prendimos la televisión y no decían nada hasta que Jorge Rial salió con un móvil desde Plaza de Mayo diciendo lo que estaba sucediendo y que era la respuesta al Estado de sitio”, cuenta desde su casa en Caballito, en Ciudad de Buenos Aires.

En medio de la incertidumbre, ella no dudó. “Chicas, nosotras tenemos que estar”, les dijo a sus compañeras y rápidamente se sumaron a la asamblea que funcionaba en la esquina del Gondolín, en Aráoz y Jufré.

“Veíamos que la gente estaba yendo por las avenidas hacia el Congreso y Plaza de Mayo y dijimos, bueno, marchemos. Nadie sabía nada a ciencia cierta, pero sabíamos que teníamos que ir hacia allá”. Marlene Wayar no puede evadir la emoción al recordar esa noche. “Venía la gente y te abrazaba y cantábamos “¡vamos todas, compañeras!”, la gente grande desde los edificios diciendo “vayan, vayan por nosotros, que no podemos”, fue muy fuerte. Si bien nosotras veníamos participando desde el comienzo de las asambleas barriales, en tus asambleas te conocías y sabías quién opinaba mal de las travestis y quienes te defendían, y en ese momento todo eso se borró. La falta de respeto era tal que la gente entendió que somos todos, todas y todes o nos llevan puestos en cualquier momento, que así como tratamos a las travestis, nos pueden tratar a nosotrxs”.

Para Wayar, el estallido social marcó un antes y un después para la comunidad travesti y trans, históricamente relegada. Compartir asambleas, cocinar codo a codo en las ollas populares, participar de las movilizaciones de las organizaciones sociales, permitió que comenzaran a ser parte de espacios que antes les eran negados y que sus demandas fueran tenidas en cuenta en las asambleas. Por eso, dice que desde el 2001 nunca más se sintió sola.

Foto: Revista Cítrica – Latfem.

Victoria Arriagada hoy alquila un departamento frente al Parque Central y el Museo Nacional de Bellas Artes en Neuquén Capital, pero hace 20 años su realidad era distinta. En esos años, compartía el alquiler con otras chicas trans, juntaban lo que cada una tenía, cocinaban a la canasta y subsistían con lo que podía hacer en la calle.

El 2001 la encontró pobre y organizada. Con otras activistas formaron la agrupación “Conciencia VIHda”, dedicada a brindar información y prevenir sobre el VIH-SIDA. Pero esa no fue la única forma de organizarse, también lo hicieron cuando decidieron no ser más violentadas por la policía, cuando rompieron patrulleros porque estaban hartas de que las metan presas sin ninguna razón y cuando le tiraron gas pimienta a los oficiales que las querían esposar. Para Victoria, esa era una forma de estar organizadas, “en manada y sin darse cuenta”. 

La previa del estallido la encontró tejiendo lazos con una parte del feminismo neuquino: junto a La Revuelta Colectiva Feminista y Fugitivas del Desierto, dos agrupaciones históricas del activismo feminista en Neuquén, Victoria y sus compañeras del activismo trans organizaron la segunda Marcha del Orgullo de la provincia, que se hizo poco antes de la revuelta popular del 19 y 20 de diciembre.

La lucha de las mujeres en FaSinPat

A la oficina de Gloria Godoy la llaman “el Pentágono”, la última parte de Zanon donde entraron y desde donde el directorio administró, endeudó y abandonó la fábrica. Antes de eso, Gloria cuidaba a sus hijxs, cocinaba, esperaba que quien era su marido llegara de la fábrica, tenía auto y se iba de vacaciones.

En 2001 un llamado le cambió la vida: “Las mujeres de los obreros vamos a tener que dar una mano. Tenemos que defender los puestos de trabajo. Parece que van a despedir a varios”.

Del otro lado del teléfono estaba Graciela, pareja de un obrero de Zanon. A los pocos días ya eran 10 mujeres que empezaron a reunirse. Se encontraban a la mañana en la puerta de la fábrica y cocinaban con las donaciones que llegaban: guisos, sopas, arroz, caldos. Juntas garantizaban comidas en las guardias, en los acampes y en las actividades fuera de la fábrica.

“Fue muy importante el rol que tuvimos las mujeres: garantizamos la comida justamente para que la huelga no se quebrara por hambre”, explica Gloria, que hace ya 11 años forma parte de la Gestión Obrera. La admitieron como trabajadora por su participación en la lucha por recuperar los puestos de trabajo en 2001.

A diferencia de Gloria, Delia Echeverría sí era trabajadora de Zanon en aquel momento. Su tarea era verificar y clasificar la calidad de los cerámicos. No sabía qué significaba organizarse, ni lo que era una asamblea.

“Yo era obrera, donde podía tener una tarjeta, una cuenta en el banco, le pagaba la escuela a mi hija y me encontré de un día para el otro con que no tenía trabajo”, cuenta. Gloria veía, de lejos, cómo algunxs compañerxs se juntaban para exigir que reabrieran la fábrica.

Su familia era religiosa y para ella tomar una fábrica iba en contra de todo lo que le habían enseñado en la iglesia. Por eso, en 2001 Delia se dirimió entre pelear por su trabajo o hacerle caso al Evangelio.

“La fábrica estaba cerrada, los patrones no atendían el teléfono y había que tomar una decisión. Entonces, todo eso a mí me hizo tener muchos sentimientos encontrados, mucho no saber cómo pelear porque no estaba acostumbrada, y miraba y me desolada esta noticia”, recuerda. Hoy, 20 años después, cuenta desde su oficina, cómo superó la mayor contradicción de su vida y se convirtió en una de las obreras que crearon la Fábrica Sin Patrones (FaSinPat).

Del 2001 a Ni Una Menos

“Todavía me acuerdo del sonido y el olor de esa noche”, dice la socióloga, docente e investigadora María Alicia Gutierrez. El 19 de diciembre de 2001 la encontró a pocas cuadras del Congreso, cenando con sus compañerxs de cátedra para celebrar el fin de la cursada. Lo que iba a ser una noche más se convirtió en una fecha que quedó grabada a fuego en la memoria de lxs argentinxs y se repite en cada aniversario como pregunta: ¿Dónde estabas el 19 de diciembre de 2001?

“Era algo rarísimo, no estaba convocado, nadie había escuchado nada, pero obviamente dimos la cena por terminada y bajamos a la calle. Ahí había una multitud que avanzaba sobre el Congreso y que iba hacia la Plaza de Mayo y empezamos a hablar con la gente para tratar de entender que había pasado”, recuerda Gutierrez. “Y a partir de ahí todo cambió radicalmente. Una vez que de alguna manera se controla el estallido, fue un estar en la calle todo el tiempo en una articulación con la vida cotidiana, porque había que cuidar a lxs pibxs, sostener la estructura familiar, no era que yo no podía estar todo el día en la calle aunque es lo que me hubiera encantado”, dice. María Alicia Gutiérrez comenzó a participar de las asambleas populares de su barrio en la Ciudad de Buenos Aires.

“Las asambleas eran debates súper interesantes y muy interesantes como ejercicio de una práctica política que no la teníamos, me parece, necesariamente tan incorporada. El feminismo siempre tuvo un poco más incorporada esa idea asamblearia y la idea del consenso, y no de la votación, con lo cual yo recuerdo ir a la asamblea que arrancaba a las 8 de la noche y eran las 4 de la mañana y todavía estábamos discutiendo. Eran noches enteras. La verdad es que fue una escuela de aprendizaje fascinante”, recuerda. Para la activista feminista e integrante de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito, esas asambleas que se multiplicaron por todo el país en el 2001 tienen una característica común con las discusiones que venían impulsando los movimientos sociales en toda la región y los feminismos en los Encuentros Nacionales de Mujeres: ¿Cómo se construye el poder?

“Yo creo que los feminismos le aportaron al 2001 o a las formas organizativas, políticas, partidos, movimientos, sindicatos, que se expresaron muy fuertemente en ese estallido, en algún sentido, una reflexión acerca de qué se trata el poder, acerca de qué se trata la reproducción social de la vida, acerca de qué se trata la autonomía y, en paralelo, una enorme práctica política que atravesó todas las clases sociales”, analiza. Para María Alicia, esas formas de la política feminista, sumadas al movimiento de derechos humanos y la gran tradición de movilización social argentina confluyeron en el estallido y dieron origen a nuevas formas de organización y creatividad popular.

“El 2001 fue un hito muy doloroso en la historia argentina, no podemos olvidar la represión y los muertos, pero también fue un proceso que dejó una enorme potencia organizativa y creo fervientemente que tanto los feminismos populares, como Ni Una Menos, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito y los paros internacionales son hijos del 2001”.

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