El voto vergüenza

Por: Alberto López Girondo

Muchos brasileños volverán a las urnas el 28 de octubre con un broche en la nariz. Quienes no quieren un presidente neofascista se sobrepondrán a las denuncias por corrupción contra el PT, que tiene a su líder entre rejas. Otros elegirán a un ex militar xenófobo, misógino, homofóbico que reivindica a la dictadura con tal de que la izquierda no llegue al gobierno.

Un sondeo electoral es certero si los estudios previos coinciden con el resultado de las urnas. Ante el yerro flagrante, y más allá de que la sospecha de manipulación siempre está a flor de piel, puede maliciarse inoperancia en el encuestador. Pero hay otro concepto que puede entrar el juego. Los sociólogos suelen hablar de «voto vergüenza» para explicar un comportamiento esquivo y mendaz que se percibe en determinados momentos de la historia política de un país. O sea, la gracia de una encuesta consiste en que el ciudadano responda lo que verdaderamente piensa votar. El No sabe/No contesta da para la especulación. Pero qué pasa cuando el entrevistado miente porque el candidato que íntimamente está más cerca de lo que espera de un dirigente es un personaje denostado por el consenso social generalizado. Qué pasa cuando alguna propuesta representa valores que el conjunto de una sociedad reprueba.

La primera vuelta en Brasil terminó alejada de muchos indicios previos, y puede ilustrar sobre lo que implica el voto vergüenza.

Cuando a Jair Messias Bolsonaro -el ex capitán del Ejército que reivindica la tortura, promueve la libre posesión de armas, la xenofobia, la homofobia, la misoginia- fue acuchillado en un acto en Minas Geraes, los sondeos no mostraron el explosivo crecimiento en la intención de voto que suele darse en este tipo de casos.

La fecha casi fue coincidente con el registro de la fórmula Fernando Haddad-Manuela D´Avila como representación del espacio político que dejaba vacante Lula da Silva, proscripto por el poder judicial. Y la figura del ex ministro de Educación del PT comenzó acrecer al punto de ponerse cabeza a cabeza con Bolsonaro, que a esta altura ya parecía seguro candidato a pasar a segunda vuelta.

En la última semana, los análisis comenzaron a dar señales de que el ultraderechista se había despegado de Haddad y superaba los 30 puntos, mientras el suplente de Lula se estancaba. En el bunker del PT hablaron de una cadena de fake news que se extendió desde usinas «bolsonistas» a través de la plataforma de whatsapp. Bolsonaro ni apareció en el último debate televisado con la excusa de que todavía estaba convaleciente, pero le dio una entrevista a la cadena Rede Record, perteneciente al «dueño» de la Iglesia Universal del Reino de Dios, Emir Macedo.

Bolsonaro creció mediante noticias falsas, exageradas, aberrantes, que despertaron oscuros sentimientos en el votante. Más o menos como los directivos de Cambridge Analytica dice que hicieron en elecciones en Estados Unidos, el Reino Unido, Argentina y ya habían hecho en Brasil. Pero montado en un componente latente en el imaginario colectivo.

Hablando de estos tiempos de Donald Trump, Robert Scheer, el editor general del portal Truthdig recuerda un oscuro presagio de Christopher Browning, historiador del holocausto y el nazismo, acerca de las similitudes entre Estados Unidos y la República de Weimar, que terminó con la llegada de Adolf Hitler el poder, en 1933. Y en una extensa entrevista, Browning le dice: «lo que hace la política fascista es representar al sistema como corrupto, y cuando lo representas como corrupto, puedes correr contra el sistema incluso si eres increíblemente corrupto. Porque puedes, por ejemplo, decir: ´Mira, el hecho de que sea corrupto me hace un buen defensor de la gente, porque sé cómo funciona este sistema corrupto´».

No es ociosa esta cita, ya que Steve Bannon, un supremacista estadounidense que trabajó en la campaña de Trump y tiene como tarea «darle letra» a todos los ultraderechistas de Europa y América también estuvo en Brasil asesorando al ex militar.

Bolsonaro dice que el error de los dictadores del 64 al 85 «fue torturar y no matar» a los opositores de izquierda y comenzó a ser conocido fuera de su país cuando al explicar las razones para votar por la destitución de Dilma Rousseff dijo que lo hacía por el coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el que había torturado a la presidenta cuando ella era integrante de un grupo armado, en los 70.

Pero el diputado carioca creció sobre todo tras el desbarajuste político posterior agosto de 2016. Ninguno de los partidos golpistas, ni el PMDB, el socio traidor del PT, ni el PSDB, pudieron sacar provecho de la caída en desgracia del gobierno exonerado. Para colmo, las causas judiciales contra miembros del PT terminaron colocando a la dirigencia que había participado del putch en la misma bolsa.

En esas aguas turbias, Bolsonaro supo captar la indignación moralista que destilaron los medios hegemónicos. A lo que sumó la promesa de que a la inseguridad la iba a combatir a sangre y fuego. En sociedades atravesadas por la violencia este discurso gana adeptos, como se ve en todos los rincones del mundo.

También tuvo apoyo del antipetismo diseminado desde la prensa y dirigentes políticos, muchos de ellos ahora espantados ante la posibilidad de que termine poniéndose la banda presidencial. Bolsonaro tiene el apoyo irrestricto del llamado Partido Militar, un sector de las Fuerzas Armadas que ya no apuesta al desarrollo de Brasil para convertirse en potencia sino que se conforma con ser custodios de los intereses de las elites. Y que se hizo neoliberal porque piensa que para terminar con el populismo y el movimiento obrero lo mejor es no tener industria. Sin ese perro, difícilmente haya rabia organizada. Que de la otra rabia ya se encargan los grupos armados que son el terror de las favelas de todo el país..

El caso es que en las urnas hubo una vergüenza que se perdió. Fue claro en muchos centros de votación, donde partidarios de Bolsonaro se hicieron selfies señalando con la punta de una pistola a quién iba a votar. Exhibir armas de fuego como muestra de los tiempos que vienen. Tiempos de fascismo desembozado.

Muchos brasileños seguramente irán al balotaje con un broche en la nariz. Los que buscan aunque sea un hilito de igualdad y aspiran a una sociedad civilizada, se sobrepasarán a denuncias de corrupción que en estos últimos años atravesaron la agenda pública. Otros, con tal de que la izquierda no llegue al poder, aceptarán Bolsonaro.

Son dos vergüenzas en pugna. La pregunta es qué vergüenza podrá más el 28 de octubre.

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