Será la elección más cara, pero no por la campaña presidencial

Por: María Laura Carpineta

Quedará en la historia de EE UU por muchas razones, pero financieramente será recordada porque fue la más costosa, porque un magnate se convirtió en el candidato que menos recaudó en 15 años y porque los grandes donantes se vieron más tentados por las legislativas que por la presidencial.

La campaña de 2016 quedará en la historia de Estados Unidos por muchas razones, pero financieramente será recordada porque fue la más cara, porque un magnate se convirtió en el candidato que menos recaudó en una década y media y porque los grandes donantes se vieron más tentados por las elecciones legislativas que por la presidencial.

Aún falta un poco más de una semana para los comicios, una recta final en la que los candidatos y los partidos se juegan los últimos millones que quedan en sus arcas; sin embargo, la reconocida organización Center for Responsive Politics ya pronosticó que las campañas de 2016 costarán 6.600 millones de dólares, unos 86,5 millones más que en 2012, si se ajusta por la inflación de los cuatro años.

Cada elección general en Estados Unidos se vuelve más cara que la anterior, y este año no será la excepción. Pero por segunda vez consecutiva, la gran mayoría de los dólares se concentrarán en la disputa por el Congreso, no la Casa Blanca.

En 2008, la primera elección presidencial de Barack Obama, marcó un aumento histórico de la recaudación para una campaña de este tipo. Desde entonces, no obstante, tanto en 2012 como, todo indica, en 2016, el impulso se detuvo e, incluso, se redujo un poco.

Hace cuatro años, muchos analistas entendieron que la emoción inicial por la victoria del primer presidente afroestadounidense no se había contagiado a más ciudadanos después de un mandato en la Casa Blanca.

Pero en 2016, con la candidatura de la primera mujer con posibilidades reales de llegar a la Presidencia y de una figura como Donald Trump, un experto indiscutido para despertar amores y odios, no fueron pocos los que pronosticaron que esta sería, por lejos, la elección presidencial más cara de la historia del país.

¿Qué fue lo que falló? Principalmente, nadie previó la profunda crisis que desató la candidatura de Trump dentro del Partido Republicano y el pocas veces visto boicot de los grandes donantes, entre ellos algunos de los más comprometidos con la causa conservadora, como los poderosos e influyentes hermanos Koch.

Según el análisis que hizo el Center for Responsive Politics sobre los datos oficiales hasta finales de septiembre, la campaña de Trump recaudó 169,5 millones de dólares, una cifra sólo equiparable a la elección de 2000, cuando las reglas de financiamiento electoral eran más estrictas.

Esta cifra se vuelve aún más sorprendente cuando se agrega el dato inédito de que el magnate inmobiliario inyectó 56 millones de su propio dinero a la campaña, es decir más de un cuarto de los fondos recaudados por su equipo.

Ayer, el equipo de campaña de Trump dio una nueva muestra de la profundidad de la crisis que transitan el Partido Republicano y su candidato.

El jefe de finanzas de Trump, Steven Mnunchin, informó al diario The Washington Post que Trump Victory, el comité de recaudación conjunto entre la campaña y el Partido Republicano, no realizará nuevos eventos para conseguir dinero. El último fue el 19 de octubre, casi tres semanas antes de las elecciones.

La campaña de Hillary Clinton, en cambio, tiene a toda la primera línea del Partido Demócrata encabezando eventos de recaudación, a veces más de uno por día, a lo largo y ancho del país.

En total, desde el inicio de la campaña presidencial hasta el 30 de septiembre, la candidatura de Trump sumó un total de 423,2 millones de dólares, de los cuales la mayoría los recaudó el Partido Republicano y grupos o personas independientes, según publicó recientemente la cadena de noticias Bloomberg.

Muy diferente es el panorama en el campo oficialista.

Clinton sí estuvo a la altura de las predicciones iniciales y hasta septiembre había recaudado, junto a su partido, grupos empresariales e individuos, unos 911,3 millones de dólares.

Hasta finales de septiembre, la campaña de Clinton había gastado exactamente el doble de dinero que la de Trump.

El Center for Responsive Politics proyectó que la campaña presidencial costará más de 2.500 millones de dólares, pero el grueso del dinero de este año electoral se destinará a las carreras legislativas, que podrían consumir más de 4.000 millones, otro récord histórico.

Según esta organización especializada, la mayoría del dinero este año provino de empresas, grupos creados ad hoc e individuos que no donan sus dólares a las campañas, para ser utilizados a discreción del candidato o candidata, sino que los usan para comprar tiempo en los medios y difundir spots propios, o realizar su propio trabajo de base en favor de uno o varios candidatos.

En 2012, estos grupos e individuos externos habían recaudado hasta finales de septiembre unos 67 millones de dólares para las campañas por la Cámara de Representantes. Este año, en el mismo período, la cifra ya supera los 120 millones.

La mayoría de este dinero apoyó a candidatos republicanos.

Uno de los ejemplos más visibles de esto son los hermanos Koch, los dueños de la segunda empresa privada más importante de Estados Unidos, famosos por financiar el movimiento ultraconservador y xenófobo Tea Party en los últimos años y por haber prometido, el año pasado, que inyectarían cerca de 900 millones de dólares en esta elección general.

Pese a apoyar las posturas extremistas del Tea Party, los hermanos Koch se negaron a apoyar a Trump y no dieron ni un dolar a su campaña.

En cambio, financiaron a un ejército de militantes que van de casa en casa en algunos estados para garantizar la reelección de senadores republicanos, cuyas bancas pueden marcar la diferencia entre un Congreso completamente dominado por este partido y uno dividido.

En una campaña, el dinero revela la estrategia y los objetivos. Por eso, este año todo indica que los demócratas van por todo, mientras la oposición republicana aspira, al menos, mantener el control del Congreso.

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