El presidente de Estados Unidos salió absuelto del impeachment y ganó de manera aplastante la interna de su partido para la reelección. Mientras tanto, los demócratas se empantanaron en Iowa por un sistema de conteo de votos sospechosamente fallido.
En realidad, lo único sorprendente en la votación de la Cámara Alta que absolvió a Trump de los delitos de abuso de autoridad es que la lideresa parlamentaria demócrata, la experimentada Nancy Pelosi, continuara con el proceso a pesar de que era evidente que la mayoría republicana le daría el aval al presidente de su mismo partido.
Pero el juicio político tampoco tenía apoyo en las calles. La prueba más contundente es que en la primaria demócrata, el ex vicepresidente Joe Biden, que aparecía en las encuestas como favorito, cayó estrepitosamente a un cuarto lugar, muy por debajo de Bernie Sanders, Pete Buttigrieg y Elizabeth Warren.
No está de más recordar que el fundamento para abrir la causa contra Trump es que había maniobrado para que el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ordenara a la Justicia de su país investigar los negociados de Hunter Biden, hijo del candidato demócrata, en una empresa de energía.
Lo determinante no fue, analizado a esta altura de los acontecimientos, que Trump usara el poder de la principal potencia del mundo para una movida que podría enlodar al que parecía su principal oponente para seguir otros cuatro años en la presidencia. Lo que causó escozor en el establishment político de Washington fue que develara el revés de la trama que sustenta a gran parte de la dirigencia estadounidense: los negocios particulares armados bajo la protección de la bandera de EE UU.
Biden Jr. aprovechó el golpe contra el entonces presidente ucraniano Víktor Yanukovich, pergeñado por el Departamento de Estado en 2014, para encaramarse en el directorio de la empresa petrolera Burisma Hokdings, donde según denunció el propio Trump en la red Twitter, cobró 100 mil dólares al mes sin tener la menor experiencia en energía.
Que un político estadounidense o alguno de sus familiares haga negocios desde su cargo público no es novedad ni adentro de EE UU ni en el exterior. De hecho, se conoce como «puerta giratoria» al esquema de ingresar a una firma privada cuando se deja el cargo, para regresar luego cuando se vuelve a la función. Sin ir más lejos, muchos de los altos dignatarios del Partido Republicano, como el ex vicepresidente Dick Cheney o Donald Rumsfled, exsecretario de Defensa, son integrantes de grandes corporaciones militares. Por esa misma razón, nadie «saca los pies del plato» en Washington mostrando esas actividades reñidas con la moral, aunque no penadas por la ley.
Por eso el ataque de Trump contra Biden Jr. debe ser entendido como una guerra intestina dentro de los sectores del poder estadounidense. Es que desde que sorpresivamente el actual mandatario se presentó como candidato a suceder a Barack Obama, los representantes del statu quo buscaron la forma de bloquearlo.
Sus declaraciones eran rupturistas del régimen establecido entre los dos partidos políticos, más allá de los modales revulsivos que muestra desde que se hizo personaje popular como conductor de un reality televisivo. Eso amenaza al poder detrás de las sombras: el aparato militar industrial que –junto con Cheney y Rumsfled– extendió sus tentáculos en Irak y Afganistán con George W. Bush. Obama había llegado al Salón Oval con la promesa, en 2008, de retirar las tropas de esas regiones, pero no hizo más que incrementar la participación estadounidense de ese pantano. La imagen que utilizó Trump para presentarse fue que iba a «drenar el pantano» en ese y en otros ámbitos.
Con vaivenes y una política exterior zigzagueante, ni bien Trump llegó a la Casa Blanca fue denunciado por presuntamente haber recibido apoyo del gobierno ruso durante la campaña. Los demócratas nunca digirieron la derrota –Trump ganó en el colegio electoral, aunque en el voto popular tuvo 3% menos de apoyo que Hillary Clinton– y se aliaron con el llamado «estado profundo», para evitar un cambio de rumbo en la política exterior.
Si Trump pretendía negociar espacios de poder con Rusia y China, de movida debió demostrar que con Vladimir Putin estaba todo mal. En el caso de China, la guerra comercial forma parte de la otra pata de su estrategia: ponerle freno a la deslocalización de empresas hacia la potencia asiática para recuperar fuentes de trabajo dentro de EE UU.
Desde el punto de vista electoral, el enfrentamiento con el establishment, que también integran los medios hegemónicos, no le salió nada mal. Las encuestas de Gallup, la más influyente de las consultoras de ese país, indican que el apoyo de la población a las políticas de Trump ronda el 49%. Entre los republicanos la aprobación es del 94%, mientras que entre los independientes llega al 42%. Sólo el 7% de los demócratas habló positivamente del mandatario, una diferencia que refleja la «grieta» que aprovechó el exconductor de The apprentice, un programa en el que un puñado de empresarios competían por un premio de 250 mil dólares y un contrato para dirigir una empresa de Trump. La frase que lo hizo entonces famoso era «you are fired» (estás despedido), a los que iban quedando en el camino hacia la final.
Esa misma frase le espetó el jueves al teniente coronel Alexander Vindman, que fue director de Asuntos Extranjeros en el Consejo de Seguridad Nacional y atestiguó en su contra en el impeachement. En octubre pasado había pronunciado esa misma sentencia ante John Bolton, el belicoso jefe de esa dependencia. Bolton era uno de los testigos que querían presentar los demócratas en el Senado para enterrar a Trump. Pero los republicanos, que también leyeron las encuestas, le rechazaron esa posibilidad.
Trump saborea sus triunfos mientras ejerce su venganza sobre los que pretendieron quitarlo del camino. Pero en esta partida no está todo dicho. Los intereses en juego son monstruosamente grandes. «
Sin grieta sobre Venezuela
El canciller de Rusia, Serguéi Lavrov, de gira por Venezuela, cuestionó las sanciones económicas de Estados Unidos contra Caracas y la amenaza del gobierno de Donald Trump de sacar del poder por la «fuerza» a Nicolás Maduro. «Condenamos decisivamente todo tipo de métodos como chantaje, dictados, sanciones y otros pasos que van en contra y derrocan la carta de la ONU», dijo Lavrov desde el palacio presidencial de Miraflores.
En su discurso del Estado de la Unión, Trump avaló las políticas agresivas contra el gobierno bolivariano y presentó al diputado Juan Guaidó como el «presidente legítimo» de Venezuela. Fue el único momento en que demócratas y republicanos mostraron su acuerdo.
«La crisis alrededor de Venezuela procede de (…) una campaña grande con el fin de derrocar el gobierno legítimo, utilizando todas las opciones, como dicen los organizadores de esta campaña, incluso el uso de la fuerza», denunció Lavrov.
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