La situación política del Reino Unido puede caracterizarse como de “parálisis febril”: todo está estancado, pero los políticos y periodistas saltan, gritan y se agitan, como si el país avanzara. En realidad, a la élite y la mayoría del sistema político británico interesa poco hallar una salida sostenible de la UE, ya que están mucho más preocupadas en evitar elecciones anticipadas que podrían llevar al gobierno a Jeremy Corbyn. Tanto Theresa May como los euroescépticos y muchos de quienes buscan un segundo referendo para quedarse en la UE en realidad procuran mantener los privilegios obtenidos desde 1979 cuando Margaret Thatcher instauró el neoliberalismo. ¿Qué les importan, entonces, los miles de puestos de trabajo que se perderían con un Brexit no acordado?

En los medios y en gran parte del bloque parlamentario laborista cundió el nerviosismo el pasado jueves, cuando Corbyn declaró que estaba «dispuesto a hablar (con May), sólo si se descarta una desastrosa salida sin acuerdo». La primera ministra convocó a diálogos interpartidarios después de que fuera derrotada la moción de censura presentada por los laboristas como resultado del masivo rechazo parlamentario  al acuerdo firmado con la UE.

May tiene hasta el lunes para presentar su «Plan B» alternativo. En realidad, el nuevo plan no puede ser muy diferente al anterior, porque la UE ya avisó que el acuerdo de diciembre no se cambia.

Ni entre conservadores y laboristas ni dentro de las propias formaciones hay consenso sobre el curso a seguir. Corbyn quiere insistir con las mociones, pero sus aliados Demócratas Liberales, los nacionalistas escoceses, y muchos diputados laboristas prefieren repetir el referendo de 2016 en la esperanza de que ahora venza el remain (quedarse).

La mayoría de los parlamentarios, incluso varios ministros, propone declarar la semana próxima que no habrá salida sin acuerdo y, por consiguiente, solicitar a la UE la aplicación del artículo 50 del documento de diciembre para prorrogar la salida mientras se negocia. Sin embargo, la primera ministra está en contra, porque teme que los numerosos antieuropeos dentro de su propio bloque lo vean como una excusa para posponer la salida. 

Corbyn, a su vez, se niega a un segundo referendo, porque distraería de la discusión sobre las reformas necesarias para superar el neoliberalismo. Además, pretender permanecer en la UE, después de todo lo que sucedió desde 2016, es ir a sentarse al banco de suplentes, sin que los DT del bloque (Alemania y Francia) alguna vez los saquen a la cancha. El líder laborista espera que May, confiada en las encuestas actuales (que la dan vencedora) pida a la Reina la convocatoria a elecciones anticipadas. En este escenario él piensa vencer planteando las cuestiones de fondo.

Entre tanto se aproximan las elecciones europeas de mayo y, si Gran Bretaña no sale antes de la UE, dentro de dos meses entrará en plena campaña. Sin embargo, hasta ahora Bruselas está planeando la votación sin los británicos. Si no se llega rápidamente a un acuerdo sobre la salida o sobre la prórroga de la misma, puede suceder que el Reino Unido siga adentro y se quede sin representación en Estrasburgo.

De todas las maneras el estancamiento agrava las perspectivas económicas y sociales, pero, con tal de no perder privilegios, la elite británica está dispuesta a hacer caer al reino en el abismo. «