Emmanuel Macron tuvo que ceder y anunció la suspensión durante seis meses del aumento de impuesto a los combustibles. Podría decirse que el presidente francés no pudo contra los «chalecos amarillos» a pesar de aplicar una brutal represión y que los manifestantes lograron un triunfo al menos parcial. Mientras tanto habrá febriles negociaciones, algo que le faltó al mandatario desde mediados de noviembre, cuando la protesta fue creciendo desde el interior del país y se limitó a doblar la puesta cada vez.

El argumento para el incremento en el tributo es el impulso al uso de energía renovables  en lugar de combustibles fósiles. Peor en el bolsillo de los franceses de menos recursos, es casi una afrenta ya que paralelamente el gobierno bajó impuestos a los más ricos (ver aca). El sábado pasado, mientras el mandatario galo se subía al avión que lo llevaba de la cumbre del G-20 en Buenos Aires, Paris se incendiaba.

El lunes se sumaron a la protesta estudiantes secundarios y paramédicos, revelando que el problema no es solo con un grupo de campesinos pobres indignados porque les suben el precio de la nafta. La represión ordenada por el gobierno no hizo sino elevar el resquemor contra las autoridades, sobre todo ante las imágenes de la feroz golpiza a un manifestante que huía en solitario por la Rue de Berri, a unas pocas cuadras del Arco de Triunfo y fue atacado por siete policías antidisturbios fuertemente pertrechados.


Muestras similares de crudeza contra el reclamo se podían ver en las redes sociales. Incluso en escuelas secundarias se veía cómo lanzaban granadas de gas lacrimógeno contra los estudiantes, secundarios que no aceptan las reformas a la enseñanza que impulsa el gobierno. En Marsella, una mujer de 80 años murió luego de ser herida cuando una de esas granadas ingresó por la ventana de su casa.


En otros distritos galos, como en Pau, en los Pirineos, varios policías y gendarmes se quitaron los cascos frente a los chalecos amarillos que cantaban el himno francés. Al diario Le Monde, en riguroso anonimato, los uniformados dijeron cosas como que «lo que está sucediendo es el resultado de años de fragmentación de la sociedad francesa. Por ahora, la respuesta está al lado de la placa (policial)», se lamenta uno. «Estoy muy preocupado porque el poder está en una burbuja tecnocrática. Están separados de Francia por personas valientes que no pueden llegar a fin de mes», destaca otro.

Yves Lefebvre, del sindicato de la policía de Unité SGP, si habló públicamente, y en un reportaje con la radio France Info consideró que las fuerzas de seguridad enfrentaron  los peores disturbios en la capital francesa desde 1968.  Pero también alertó: «Los oficiales no quieren permanecer como el último baluarte contra la insurrección. No podemos soportarlo. Le pido al presidente que asuma sus responsabilidades».

Políticamente, el gobierno se fue quedando aislado a medida que la protesta fue ganando espacio en la sociedad. Es así que según las encuestas de la consultora Ifbop-Fiducial el índice de aceptación del presidente Macron es de apenas 23%, seis puntos menos que hace un mes. Hay que aclarar que es casi el porcentaje que obtuvo en la primera vuelta electoral. El mandatario «olvidó que el 52% de los que votaron por él en la primera ronda lo hizo por defecto, sin adherirse a su política», recordó el columnista Aurélien Soucheyre en el periódico L´Humanité.

El fin de semana se registraron más de 130 heridos en Paris y alrededor de 400 detenidos, y desde el 17 de noviembre, la primera marcha sobre Paris, hubo tres muertos. El reclamo pasó de rechazar el impuesto al combustible a pedir por «una justicia fiscal justa», como resaltó en su página de Facebook Thierry Paul Valette, uno de los que fungen como coordinadores de los chalecos amarillos. «Quieren justicia social»; resumió.

Además de los estudiantes, los choferes de ambulancias también salieron a las calles y las enfermeras armaron enormes hisopos bajo el lema: «Para que Macron se destape los oídos». El candidato de la izquierda «populista», Jean-Luc Mélenchon -quien en el comicio pasado quedó a un punto apenas de entrar al balotaje contra Macron- también reclamó que el gobierno escuche lo que se grita en las calles parisinas. «El gobierno debe ceder a los reclamos»; dijo.

A su regreso de Buenos Aires, el mandatario se reunió con su mesa chica y el primer ministro Edouard Philippe. «Ningún impuesto merece poner en peligro la unidad de la Nación», explicó el premier al anunciar la suspensión temporaria de la suba impositiva. «Hay que estar sordos» para «no escuchar la cólera» de los franceses, añadió, ahoora si.

Desde la otra vereda Benjamin Cauchy, uno  de los representantes visibles de los chalecos amarillos, un movimiento que carece de líderes, declaró a AFP que «los franceses no quieren migajas». El ya conocido Vallette, en tanto, quien se alegra de que «los chalecos amarillos somos los patrones ahora»,  posteó que no piensan negociar nada. «Es solo una moratoria de seis meses. Esto es demasiado tarde e insuficiente».