Alejandra Villalba se sintió juzgada, puesta en duda su condición de buena madre, justo cuando estaba desmoronada, intentando responder las preguntas rutinarias que le hacían desde el otro lado del mostrador en una comisaría de Florencio Varela. “Me trataron mal –dice con todo ese rencor intacto–, me dijeron ‘después de un mes te preocupás por tu hija’. Nosotras teníamos un vínculo así, en donde ella se iba a la casa del novio o de una amiga y se quedaba unos días, pero siempre nos comunicábamos. Puede ser que me haya equivocado, pero si fui a hacer la denuncia es porque ya sabía que le había pasado algo”.

La última vez que Alejandra vio a Roxana, su hija, fue el 7 de diciembre. Esa mañana antes de salir a trabajar, le preguntó qué iba a hacer y la joven, que cumplió 21 años durante su ausencia, le respondió que se iba a la casa de su novio en Caballito. A la noche, luego de no tener noticias durante la tarde, Alejandra intentó contactarse con Roxana –quien no tenía celular– a través de redes sociales. Fue inútil y lo mismo sucedió en los días posteriores. “Me clavaba el visto, pero no me decía nada. El 20 de diciembre fue la última vez que estuvo conectada en Instagram. Les pregunté a sus amigos por Facebook y me dijeron que no la veían desde hacía un tiempo. Hasta que llamé a uno de los números que ella me había dejado para estar comunicadas y un chico me dijo que la había visto en el Hospital Argerich”, recuerda la mujer.

El dato era verosímil. Roxana es trasplantada hepática desde los seis meses de vida. Desde entonces toma cuatro gramos diarios de Tacrolimus que retira, puntualmente, en la farmacia del Hospital Argerich. “Fui y pude averiguar que el 13 de diciembre estuvo y le dieron un turno para el 26, porque ella tiene dos consultas al año para control, pero no acudió a la cita”.

La última esperanza de Alejandra fue que Roxana la llamara o le mandara un mensaje para las fiestas. No lo hizo. Finalmente, el 5 de enero radicó la denuncia, primero, en la comisaría de la mujer y, luego, en la comisaría tercera, ambas de Florencia Varela. Desde ese día, no deja de golpear la puerta de la UFI 4, a cargo de Nuria Gutiérrez, para enterarse de los avances de una investigación que califica de insuficiente.

“Como mi hija no tenía celular –justifica–, le pedí a la fiscal que interviniera sus redes sociales. El 9 de mayo, me llegó un mensaje de su Facebook, el cual no tenía activad desde el 6 de diciembre, donde sólo escribió un signo de interrogación. Llevé eso a la fiscalía y les pedí que lo rastrearan. Me dijeron que no podían porque nunca habían intervenido sus redes. Esa era la única pista, la única esperanza que tenía para encontrarla”.

Pese a ser trasplantada, Roxana llevaba la vida de cualquier chica de 20 años: hacia deportes y daba clases de apoyo a alumnos de primario en un centro cultural de la localidad de Zeballos, tarea que le encomendó su militancia en La Cámpora. Además, estaba terminando el secundario y ya había averiguado sede para comenzar el curso de ingreso a la carrera de Medicina en la UBA. En uno de esos viajes a Capital conoció a Pablo, con quien salía al momento de desaparecer.

“Es un muchacho más grande –cuenta Alejandra–, tiene 38 años. Él se desligó, dijo que no tenía relación con mi hija, pero es el último vínculo emocional que tuvo ella. El día que desapareció me dijo que se iba a lo de Pablo”.

Un hecho que suma intranquilidad a la madre es un préstamo de 23 mil pesos que Roxana sacó a su nombre en una financiera durante el tiempo que estuvo ausente. “Me enteré porque llegó una carta documento a mi casa reclamando el pago de esa deuda, pero mi hija no necesitaba ese dinero porque ella cobra una pensión por invalidez todos los meses. Incluso, sabemos que no retiró plata de su cuenta, aun cobrando el aguinaldo. Es todo muy extraño”.

Alejandra, que tiene 42 años y es madre de otros tres hijos, admite que no sabe cómo acceder a los grandes medios de comunicación para que ayuden a difundir el caso de su hija. Por eso agradece el apoyo de agrupaciones políticas y feministas que la ayudaron en la organización de un festival para visibilizar la búsqueda y exigir respuestas.

“Mi sentimiento de madre –confiesa– me dice que alguien la presionó para irse o que la tiene encerrada. Lo único que pido es que la justicia no espere a que haya sangre para ocuparse. Yo no sé qué más hacer. Un día estaba con mi hija y al otro ya no estaba más”.